El poder de las exposiciones
Si el objetivo se logra, recorrer una exposición produce un tornado de experiencias para las que, generalmente, no tenemos parámetros previos. Las obras son mucho más que objetos colgados en las paredes. Los museos, los centros culturales, las bienales, espacios en los que la imaginación artística entra en contacto con lo público, activan escenarios en los que se readministra el sentido. Las políticas de exposición permiten revisar artistas y conceptos marginados por las historias oficiales. Diferencias, desplazamientos, desobediencias hacen visibles formas alternativas de pensar lo establecido. Alteran el orden de los principios que derivan del moralismo o del dogmatismo. Lo que puede exponerse en un museo no es necesariamente lo que vemos en un centro comercial o en una iglesia. Contra el lugar común que entiende las exposiciones como espacios en los que triunfa la moda o el mercado, estas pueden ser la arena de transformaciones de los sentidos más conocidos. ¿Qué podemos y qué no podemos ver en el arte contemporáneo? Las instituciones se multiplican, pero siguen representando un mundo cultural extraordinariamente reducido. Las culturas afrolatinoamericanas no representan más del 5%; las artistas mujeres, entre el 20 y el 30%; quienes se distancian de la norma administrativa que nos clasifica en mujeres y varones apenas abren espacios en el mundo del arte. Los conceptos y los afectos de más de la mitad de la población están ausentes en exposiciones que generalmente confirman y enaltecen los nombres ya conocidos. Blanco y patriarcal, el canon del arte se consolida cada vez que revisa artistas celebrados y establecidos. ¿Cuántas exposiciones retrospectivas de homenaje a maestros vemos repetirse, a través de los años, incluso en las mismas instituciones? La pregunta es sencilla, pero absolutamente necesaria si pensamos que al restringir limitamos la posibilidad de ampliar las formas de comprender el mundo.
En disidencia con el concepto aséptico e higienista del cubo blanco, que presupone que las obras resultan evidentes por su pulsión comunicativa, el espacio de exhibición puede concebirse como un obrador generoso. No se trata de corregir en función de lo políticamente correcto, sino de transformar políticas de conocimiento. El mundo del arte parece infinito, pero se asienta sólidamente en criterios reiterativos. Si el arte es una zona estratégica de las humanidades, de la arena donde el cambio cultural se concibe como un espacio de poder en el que podemos desplazar los estereotipos, ¿por qué nos mantenemos en la fijeza que limita la posibilidad de conocer lo distinto?