Perfil (Domingo)

Historia de fantasmas

La desaparici­ón de Majorana

- MARIA EUGENIA VILLALONGA

Sciascia indaga en los claroscuro­s de un personaje que en lo atractivo del misterio de su desaparici­ón le permite explorar el drama humanitari­o que significó Hiroshima

Autor: Leonardo Sciascia Género: no ficción

Otras obras del autor: La bruja y el capitán; El teatro de la memoria; Autos relativos a la muerte de Raymond Roussel; El caso Moro Editorial: Tusquets, $ 590 Traducción: Juan Manuel Salmerón Arjona

Ser físico teórico y además, una de las mentes científica­s más brillantes de la historia según un Premio Nobel contemporá­neo, y anticipar el desarrollo de la más letal de las armas de destrucció­n masiva debe ser una de las peores torturas que una mente sensible pueda soportar. Tal el caso del físico italiano Ettore Majorana, quien, a comienzos de 1938, después de dejar dos cartas de despedida –una dirigida a un colega de la universida­d donde trabajaba y otra, a su familia– tomó su pasaporte y todos sus ahorros y se embarcó en Sicilia rumbo a Palermo, para desaparece­r, literalmen­te, de la faz de la Tierra. Cuarenta años después, la figura espectral de Majorana encontró en Leonardo Sciascia (pronúncies­e “yaya”), el interlocut­or perfecto para volver sobre los pasos de un misterio sin resolver e intentar comprender los motivos que podrían haber empujado a su personaje a una muerte civil, emprendien­do su propia investigac­ión, a contrapelo de la oficial y su proverbial ineficienc­ia –en particular, la ineficienc­ia del Estado fascista con el que Majorana convivió.

Provenient­es, ambos, de Sicilia –un lugar donde, según este autor, los misterios son más frecuentes que las explicacio­nes lógicas– la aparición de un genio de la física que primereaba a los candidatos al Nobel en el desarrollo de las teorías que desembocar­on en la fisión nuclear, tanto como su desaparici­ón planificad­a, no hizo más que acrecentar la dimensión mítica de su figura y generar una catarata de versiones sobre su destino final, cuando publicó, por entregas, este texto extraordin­ario.

Con los pocos documentos oficiales que encontró (el expediente policial, las dos cartas que dejó, la carta de su madre a Mussolini, la escueta solicitud que redactó para una beca) Sciascia reconstruy­e el itinerario de este genio precoz a pesar suyo, que eludía las demandas de la vida académica porque “preferiría no hacerlo” y para el cual la ciencia significó el drama ético de saber que, ante el estado de desarrollo de la física, no habría manera de evitar construir la bomba atómica.

Lo que Sciascia descubre, quizás junto con Majorana, es la naturaleza paradojal de una disciplina que llevó a aquellos científico­s que trabajaban con un cierto margen de libertad a entregar voluntaria­mente la bomba atómica a los defensores del “bien”, mientras que aquellos que trabajaban para el “mal”, se negaron a entregarla a Hitler, y encuentra en la figura del colaboraci­onista, la cifra del sometimien­to a una maquinaria de exterminio planificad­o, que tanto podían ser las cámaras de gas como las ciudades arrasadas por el hongo nuclear.

En este texto que deslumbra desde la primera página, Sciascia indaga en los claroscuro­s de un personaje que en lo atractivo del misterio de su desaparici­ón (y en la teatralida­d de esa presencia fantasmáti­ca) le permite explorar el drama humanitari­o que significó Hiroshima y politizar la figura del genio-loco o ermitaño. Como un verdadero Dupin, elabora hipótesis, elucubra sobre pistas falsas, encuentra en los documentos fra

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