Encuentro español en un TABLAO DE flAMENCO íNTIMO
El Perro en Trilce no es sino el ciclo de espectáculos de flamenco en formato de tablao, organizado por la productora El Perro Andaluz, dentro del espacio teatral Hasta Trilce. Y como en muchas ocasiones, en el nombre de las cosas se puede encontrar buena parte de sentido, condensado en pocas palabras.
Hasta Trilce es el poemario de César Vallejo (1892-1938) donde el peruano exploró con el vocabulario, la sintaxis y la estructura, y revisitó tradiciones artísticas a la luz de un espíritu surrealista cosmopolita. Algo así se respira en la sala teatral y bar del barrio de Almagro, donde música, danza y teatro circulan en un ámbito de trabajo creativo profesional y a la vez descontracturado, saturado de objetos reunidos casi por el azar. Por su parte, El perro andaluz es el corto mudo de 1929 de Luis Buñuel y Salvador Dalí, tan español como delirantemente contemporáneo y universal.
En la decena de mesitas de una de las salas de Hasta Trilce –bien podría ser una habitación, un gran comedor–, el público puede acomodarse y beber, mientras los artistas convocados por la pequeña productora independiente que lidera la bailaora María de la Paz Salzano ofrecen una hora de show en un formato despojadísimo. Sin escenografía y casi sin puesta de luces, al estilo de un tablao flamenco, se reúnen cuatro de ellos cada sábado. El formato es similar: solamente una guitarra –ningún otro instrumento, además de las protagónicas palmas–, una voz y dos bailaores. Y los palos que dicta la tradición: soleá, sevillanas, alegrías, bulerías… en una alternancia entre la explosión festiva y la introspección sombría. Sus intérpretes mantienen la tradición. Pero hay diversidad de cuerpos, de peinados, de vestuario. La gestualidad relajada, casi como en un encuentro de ensayo, hace que el público quede envuelto en un convite realmente íntimo.
Se destacan la interpretación de Pedro Caraball en la guitarra, con momentos de lucida velocidad y otros de dolorosas melodías, y la fuerza de Naty Alvarez, quien lleva las riendas de la jornada, entre tema y tema, entre cuadro y cuadro. Cuando bailan Salzano y Anabella Ablanedo, se insuflan energía la una a la otra y hacen su zapateo al unísono. Ablanedo, sola, asume, en su cuerpo asentado –calmo y sensual, con la sonrisa y el gesto trágico precisos–, y a través de un exquisito manejo de las manos y sinuoso despliegue de la columna en el espacio, la interpretación de la esencia del flamenco, ese decir español que, a la vez, señala las penas y las alegrías del mundo entero.