Perfil (Domingo)

Libros y vacaciones

Vallejo es el típico escritor que derrama kilómetros de desprecios contra malvados inocuos para la literatura, como el Papa

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Sí, ya arreglé el remís que nos viene a buscar al aeropuerto y lo del bolso de mano ya está listo, al final voy a llevar el Louis Vuitton… Ah, perdón, me agarraron distraído, justo estaba terminando los últimos detalles antes de salir de vacaciones (me voy a un

all inclusive en el Caribe). ¿Qué llevar para leer? Estaba entre algo de superación (género antiguamen­te llamado autoayuda) o alguna biografía, me encantan las vidas de las personas e incluso las de los escritores, que aunque no lo parezcan, también son personas. Pensaba en esto mientras leía Almas en pena chapolas

negras, la biografía de José Asunción Silva, por Fernando Vallejo. Vallejo es un escritor menor, que en su mejores textos, como El desbarranc­adero, retoma con algo de gracia cierta prosa a lo Thomas Bernhard, y en el resto de sus libros –incluido su best seller La virgen

de los sicarios– retoma también la prosa a lo Bernhard, pero ya sin gracia alguna.

Lo suyo, al igual que el escritor austríaco, apunta al golpe de efecto antes que a la busca de una sintaxis otra; a la construcci­ón de un yo pleno antes que a la incertidum­bre y las dudas sobre la propia identidad. Y sin embargo, en medio de esa obra anodina (y por eso mismo, llamada a ganar premios, fama y dinero, igual que la de Bernhard), Vallejo supo escribir una obra maestra y media. Una es El mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob. La otra mitad pertenece a la ya mencionada Almas en pena (que podría haber sido una obra maestra entera, si Vallejo no agotara –¡en la segunda página!– el recurso de insultar una y otra vez al Papa, como si eso engendrase hoy algún tipo de malditismo. Vallejo es el típico escritor que derrama kilómetros de desprecios contra malvados inocuos para la literatura como el Papa, pero al que no se le ocurriría escribir ni una nota al pie para preguntars­e qué efectos culturales puede implicar que la editorial en la que publicó casi toda su obra haya pertenecid­o a un multimedio que en 2010 se asoció con un fondo especulati­vo de inversione­s llamado, no sin ironía, Liberty –tal como durante años constó en el sitio web institucio­nal del propio multimedio– y que ahora pertenece a un conglomera­do multinacio­nal con negocios en decenas de países. Pero si

El mensajero es una obra biográfica magistral, si después de leerla se nos hace difícil leer cualquier otra biografía convencion­al, es porque en ese texto Vallejo dice todo lo que no dice en el resto de su obra. Es el escritor que se sale de sí mismo.

Todo esto viene a cuenta de una paradoja, que podríamos llamar paradoja del verano y la lectura. Se supone que las vacaciones (en la playa) no son el momento ideal para la lectura de libros serios, profundos, rigurosos, críticos. Al contrario, es el período en que las grandes editoriale­s lanzan sus best sellers pasatistas, y hasta los libros que los propios suplemento­s culturales recomienda­n leer en ese tiempo de gracia son más ligeros que los del resto del año. Pero cuando se terminan las vacaciones, comienza el problema de la falta de tiempo, el estrés (posvacacio­nal y de los otros), la rutina, y por lo tanto, tampoco es el momento para leer libros serios, profundos, rigurosos, críticos. ¿Cuándo es el momento, entonces? Quizás nunca. Y por eso, tal vez resida allí el encanto de la literatura: en estar sola. En desear no pertenecer a este mundo.

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FERNANDO VALLEJO

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