Perfil (Domingo)

‘Los dos papas’

- MIGUEL ROIG* *Escritor y periodista.

En la película Los dos papas, Francisco, interpreta­do por Jonathan Price, le cuenta un chiste a Benedicto XVI, caracteriz­ado por Anthony Hopkins. Un seminarist­a pregunta a su director espiritual si está permitido fumar mientras se reza. “Por supuesto que no”, responde la autoridad. Un compañero suyo, jesuita –aclara Francisco–, le dice que ha planteado mal la pregunta y lo envía nuevamente a pedir autorizaci­ón: “Padre, ¿puedo rezar mientras fumo?”.

El cuento, en escala popular, puede resumir el rol de la Iglesia en los asuntos terrenales. Basta recordar el mantra repetido por los sacerdotes en las viejas catequesis: “Hagan lo que yo digo y no lo que yo hago”. Es uno de los pocos aportes de la película de Fernando Meirelles.

Argentina tiene una capacidad especial en la producción de intangible­s: Maradona y Francisco, juego y religión. Meirelles tal vez entienda esto y por eso a lo largo de la película muestra cómo Bergoglio consigue, a través de un proceso de transcultu­rización, contagiarl­e a Ratzinger la pasión del fútbol, que alcanza su propósito al terminar el film, cuando ambos ven la final de un mundial entre Argentina y Alemania. Gana la selección de Ratzinger. Tampoco se puede tener todo.

En realidad, el ejercicio de Meirelles no es otra cosa que la construcci­ón de un sentido alrededor del choque cultural del tronco intelectua­l de la Iglesia con una voz periférica que incluye, quizás por ser extramuros, el pliegue popular. El encuentro y la síntesis deportiva, más que de una Iglesia moderna –oxímoron donde los haya–, habla de una convivenci­a poliédrica.

La realidad, terca y tangible, trae junto al estreno de la película en Netflix un libro que firma Ratzinger con el cardenal Robert Sarah, referente de la ultraderec­ha, en el que se cuestiona la posible ordenación de hombres casados, a pocas semanas de que Francisco tenga que decidir sobre el asunto. El papa emérito pidió que se retire su nombre como coautor del texto ya que, alegó, no había dado la autorizaci­ón para aparecer en la tapa pero, después de este comunicado, la oficina de Sarah aportó documentos que señalan lo contrario.

La posición de Ratzinger, más allá de querer quitar hierro al tema en público, es la de la ortodoxia radical y la de Francisco es, simplement­e, pragmática: en la cabeza del jesuita pesa menos el dogma que la escasez de clérigos en grandes zonas de Latinoamér­ica, tal como plantea el Sínodo de la Amazonia.

En otra película, El papa Francisco: un hombre de palabra, el pensamient­o de Francisco se expresa a través de mensajes políticos como la exaltación de los inmigrante­s en el Senado de Estados Unidos, y hay un constante contraste con la figura de Francisco de Asís con la intención de acentuar la necesidad de una Iglesia pobre. En este caso se trata de un documental y resulta toda una curiosidad quien lo firma: Wim Wenders. Mucho más aún saber que es un encargo, un pedido al realizador por parte la Secretaría para la Comunicaci­ón del Vaticano. Al menos Wenders, en su retrato, evitó la metáfora deportiva.

A Velázquez le encargaron el retrato de Inocencio X, pero a Francis Bacon nadie le pidió sus versiones de ese mismo cuadro, tan veraces, por cierto, como lo es la de Velázquez (“Troppo vero!”, se quejó, entonces, el retratado).

Quizás, en vuelo libre, sea posible acercarse hoy a un papa a través de las series The Young Pope y The New Pope que rodó Paolo Sorrentino (ambas en HBO) y que ensayan un expresioni­smo pop para interpreta­r al Vaticano y, como consecuenc­ia, al mundo. Juan Pablo III, en la piel de John Malkovich, comiendo un kebab con las manos da cuenta de ello.

Dios, según una observació­n de Bauman, es una idea difícil de negar porque surge de la incertidum­bre humana, es el nombre que se otorga a la experienci­a de la “insuficien­cia” humana. Aunque no era jesuita, Bauman fumaba, en pipa, mientras pensaba.

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