“Nos enseñó a ser lo que quisiéramos”
Mi abuela me leía Mujercitas (y toda la saga) antes de que pudiera leer yo misma sin cansarme. Lo hacía con la entonación correcta y grandes exclamaciones, para que nos enamoráramos las dos al mismo tiempo de Jo March y viviéramos el momento en que se corta el pelo más como triunfo que como un sacrificio. Me acuerdo de rogarle que siguiera leyendo hasta que se quedaba ronca, y también de que en la misma época me corté el pelo sola en la peluquería de muñecas que armé en casa, con bastante menos gracia que Jo, y la única colaboración de las japonesas que atendían la peluquería de verdad —que estaba enfrente— para emprolijar un poco el corte à la garçon que terminé por llevar durante todo el año en que fui un varón furioso, que se daba vuelta por la calle a responderle a las señoras: ‘¿No ve que tengo aritos?’ cada vez que me decían: ‘Qué lindo nene’.
Mi abuela, que nunca se dijo feminista pero aprendió a coser y a manejar a los doce años y me repetía que las mujeres teníamos que ganar nuestra plata y tener registro incluso si no teníamos auto, me enseñó a amar la moda y los libros casi por igual. Mujercitas era y es la novela que nos enseñó que podíamos ser lo que quisiéramos. Tiene una gran lección para ese feminismo que hoy parece querer volver a imponernos mandatos: en el mundo de Alcott hay lugar para Meg, Jo, Beth y Amy. Ninguna es mejor ni peor, y juntas son mucho más fuertes. Es una inspiración y tiene que ver con el mensaje de Feminista en Falta.
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