“No había diferencias entre Jo y yo”
Lo que en mi infancia yo adoraba en Mujercitas era el hecho de que Jo hacía cosas que las chicas de mi pueblo natal consideraban contradictorias, eso de que se trepaba a los árboles y, a la vez, era una fanática de los libros. Me sentía muy identificada. Y eso es lo que como escritora me ha quedado de Jo, creo, una pulsión libresca que incorpora también la vida, la experiencia. Pero volviendo a la infancia, decía, yo tenía una vida urbana en Trelew, todo lo urbana que puede haber sido una ciudad del sur en los 70, una vida definitivamente libresca, eso sí, y a la vez otra vida de mucho contacto con la naturaleza en la chacra de mis abuelos, en el valle, cerca del río, una especie de escenografía en la que yo también trepaba a los árboles y armaba excursiones y rescataba náufragos de los arroyos y etc., no viene al caso.
Lo que sí viene al caso es el hecho de que, como esas dos versiones de mi vida eran vistas como contradictorias por la mayoría de mis amigas, yo tenía en Jo a mi aliada, mi interlocutora. Tenía diálogos mentales constantes con ella. Y diálogos acerca de ella. Y pensamientos acerca de ella. Me había espejado, creo. En las clases de inglés, había estudiado especialmente el sonido de esa J de su nombre porque me había dado cuenta de que, en castellano, al oído, podía hacer que casi no hubiera diferencia entre ‘Jo’ y ‘yo’, y pensaba con pena en las pobres lectoras de habla inglesa que tendrían que perderse esa proximidad.
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