Formas de ser machos
El rugby, en Argentina, no es un deporte de participación masiva. El prestigio social atribuido por los propios agentes practicantes de este deporte será entonces uno de los ejes centrales de análisis. Hemos reconocido, delimitado y nombrado, provisoriamente, a nuestros sujetos de observación como sectores dominantes. La categoría alude a los agentes mejor posicionados en las estructuras materiales y simbólicas que se establecen a partir de la distribución –desigual– de capitales. Pensamos a la clase, analíticamente en “movimiento”, como experiencia vivida y vivible, como formas de organización que se encarnan en un determinado grupo de personas, que se hacen cuerpo en sujetos reales, organizando formas culturales que se traducen en tradiciones, costumbres y valores. (...)
Entonces mi intención fue sentar bases para pensar el problema de las masculinidades, el poder, la clase social y las violencias de género. Recordemos que, según la ONG La Casa del Encuentro, en nuestro país, allá por 2014, fueron asesinadas 277 mujeres y el cálculo daba que cada 32 horas había un femicidio en el país.
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Al comenzar la investigación, el mundo de los jugadores de rugby me parecía lejano a mi mundo. Tal vez mi biografía, en tanto datos que relaciono y reconstruyo para volver legítima, verdadera y eficaz mi posición en el mundo social, me tendía una trampa. Estaba reforzando mis prejuicios (de sentido común) sobre los sujetos investigados. Pensaba al grupo de rugbiers a analizar como una grupalidad homogénea. Creía que todos los rugbiers eran iguales: arrogantes, presumidos y todo el conjunto de adjetivaciones que se relacionen con el mundo de quienes dominan (con una concepción negativa sobre la dominación). Claro, ese es un prejuicio de partida: pensar el mundo social con dominados y dominantes, sin ver los posibles cruces, préstamos, negociaciones y complicidades entre diferentes colectivos en la dimensión material, cultural y simbólica.
Luego de los años de investigación en campo, el vínculo fue intensificándose y las trayectorias familiares, institucionales, políticas, ideológicas (todas pensadas en interacción) podrían entenderse como más distantes, con menos puntos de contacto, como creí imaginar luego de inmiscuirme en el mundo del rugby y tratar de entenderlo. Me refiero a una cuestión central de mi trabajo marcado, sobre todo, por mi reflexión (que intenta ser crítica) de los modos masculinos recreados por los rugbiers. Empecé a pensar como un gran problema (y a la vez obstáculo para mí) que los sujetos que investigaba eran los encargados de ordenar el mundo legítimamente, por ejemplo, en términos de identidad de género. El sexismo, el machismo y la homofobia puestos en práctica –todo el tiempo– por los rugbiers establecían un modelo masculino legítimo de nombrar, sentir y vivir la masculinidad.
Tal vez la interpretación sobre la pregunta de “qué es y qué hace un investigador social”, cambió en mí. Sobre todo porque comprendí que no lograré conocer y entender la totalidad del mundo social que abordo, dada la complejidad y la multicausalidad de las prácticas sociales y culturales. Y además –y principalmente– porque entendí que comparto más símbolos, imágenes y representaciones de las que creía com
☛ Título Machos de verdad
☛ Autor Juan Branz
☛ Editorial Malisia
☛ Género Investigación
☛ Primera edición 2018
☛ Páginas 228