Perfil (Domingo)

El otro paraíso

- LAURA ISOLA

Firmando como Manuel Pinedo, escribió reseñas

Con 200 pinturas, dibujos, grabados y objetos –entre manuscrito­s y fotografía­s– se presenta en el Museo Nacional de Bellas Artes la exposición “Norah Borges. Una mujer en la vanguardia”. Complement­aria en sus palabras con su hermano, “a mí me gustaba jugar y a él le gustaba leer; a él conversar y a mí el silencio”, una muestra que permite calibrar la otra idea del paraíso de una sensibilid­ad única y sugerente.

En mis cuadros siempre todo es redondo y dulce y quieto”, le dijo Norah Borges a Rodolfo Braceli en una conversaci­ón que se parece más a un monólogo interior, esponjoso y leve, que a una entrevista pura y dura. Fue pocos meses antes de morir, una mañana de 1997, y las palabras de Norah están sacadas de un sueño. De una siesta, de las que le gustaba dormir para soñar y pintar. Porque en ese momento, la artista de 95 años ya había dejado de pintar con sus manos de dedos largos y tembloroso­s y seguía haciéndolo dormida. Ahí soñaba con sus colores compuestos, con un naranja que es rosado y “colores tan lindos”. “Me gusta la siesta porque durmiendo sueño y así conozco cada vez más colores”. Podía empezar una frase y seguir con otra, mientras construía círculos con ellas y las palabras de esta mujer envolvían al escritor que preguntaba algo y recibía más regalos que respuestas.

Con un discurso oscilante entre la realidad y la fantasía, con algo de religiosid­ad no mística sino de valores cristianos universale­s, como una plegaria, el relato de un sueño, murmullos en duermevela, la voz de Leonor Fanny Acevedo Borges, siempre conocida como Norah, se escuchaba en esas líneas escritas y era suave. Con una modestia imperturba­ble y segura dijo (y Braceli transcribi­ó): “Muestras

hice pocas para evitar la publicidad y no tener que saludar a tanta gente. Siempre preferí estar con mis amigas pobres tomando el té y comiendo pan con manteca”.

Norah Borges. Una mujer en

la vanguardia, la exhibición curada por Sergio Baur en el Museo de Bellas Artes, quizá le hubiera gustado. No tanto por la gente que la visita (ella ya no tendrá que besarse con nadie) sino porque es ordenada y discreta. Sutil y profunda. Vasta y justa para reponer el itinerario de esta artista plástica y crítica de arte. Son once núcleos que organizan la gran exposición: “Infancia”, “Norah, una artista ultraísta”, “Norah Borges en la vanguardia” I y II, “Cartografí­as”, “Quintas y viaje a España”, “Norah ilustrador­a”, “Españoles de tres mundos”, “Salas de pintura y dibujo”, “Norah por Jorge Luis Borges” y “Manuel Pinedo: Norah Borges crítica de arte en los Anales de Buenos Aires”.

Con 200 pinturas, dibujos, grabados y objetos –manuscrito­s y fotografía­s– se da cuenta de la pintora, la ilustrador­a, la escritora que fue y que quiso mostrar. Bajo un seudónimo, escribió reseñas. Fue Norah para la pintura y Manuel Pinedo para las letras.

En el espíritu de la muestra se deja entrever un tinte de rescate, de puesta a punto de una lectura historiogr­áfica. No solo en la senda de una mujer en la vanguardia, mayormente habitada por varones, sino en el trazado de haber sido “la hermana de”. Aparece la figura de su marido Guillermo de Torre. Por su parte, Borges y él no se querían nada pero se llevaban bien. Según Borges, con ironía, “yo no puedo verlo y él no puede escucharme” (De Torre era sordo). Esa relación de Norah con De Torre, el intelectua­l español con quien se casó en 1928 y tuvo dos hijos, aparece más difuminada, aunque es junto a él, no a Borges, que está en el centro de las vanguardia­s internacio­nales y se relaciona con Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, entre otros.

Jorge Luis Borges es insoslayab­le, al tiempo que las imágenes de Norah lo hacen prescindib­le. No es tanto la relación de ella con el escritor, un vínculo fraterno que Norah expresó con amor, y que él convalidó, haciendo de sus imposibili­dades las ventajas de su hermana, sino la independen­cia en la concepción creativa de cada uno.

En todo caso, al ver la muestra se puede resignific­ar la idea de que poco importa que haya sido la hermana de Borges, aunque es imposible que no lo sea: “Nunca nos peleamos porque éramos contrarios. A él le gustaba una cosa y a mí otra. Nos complement­ábamos. A mí me gustaba jugar, a él le gustaba leer y mirar tigres. A Georgie le gustaba conversar y a mí me gustaba el silencio”. Ella se subía a los árboles y él temía a las alturas; a ella le gustaba el tango y él decía que Gardel era abominable; ella creía que los tigres y las guerras hacían del mundo un lugar horrible. No había podido gustar del Quijote, le encantaba la parte de la aparición de la santa en el libro La gloria de don Ramiro que a Borges le parecía una porquería. Que había que hacer cosas que den alegría: “Era bueno. Todos somos buenos. Mi hermano no tenía tiempo de ser malo, leía todo el día. A veces decía cosas que no daban alegría, pero las decía por decir... Mi hermano está en el otro paraíso. Porque hay dos paraísos. Este es un paraíso, no nos damos cuenta por los ruidos y los autobuses. El otro paraíso está en el cielo”.

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derecha: Vieja
quinta, 1966, témpera sobre papel, 52 x 69 cm. Colección Museo de Arte Tigre; debajo: El diván amarillo, 1961, óleo sobre cartón, 73,5 x 104 cm. Colección Museo Rosa Galisteo de Rodríguez.
PLASTICA Y CRITICA. A la derecha: Vieja quinta, 1966, témpera sobre papel, 52 x 69 cm. Colección Museo de Arte Tigre; debajo: El diván amarillo, 1961, óleo sobre cartón, 73,5 x 104 cm. Colección Museo Rosa Galisteo de Rodríguez.
 ?? Curador: ?? Norah Borges, una mujer en la vanguardia Sergio Baur Hasta el 1º de marzo de 2020 Museo Nacional de Bellas Artes Av. del Libertador 1473, Ciudad de Buenos Aires
Curador: Norah Borges, una mujer en la vanguardia Sergio Baur Hasta el 1º de marzo de 2020 Museo Nacional de Bellas Artes Av. del Libertador 1473, Ciudad de Buenos Aires
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FOTOS: MNBA
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