Perfil (Domingo)

RECUERDOS QUE NO VOY A BORRAR

LA PRESIDENTA DE LA ASOCIACION FEMENINA DE FUTBOL ARGENTINO DESCRIBE SU PRIMERA EXPERIENCI­A COMO JUGADORA, REPLETA DE CARENCIAS, INJUSTICIA­S Y MALTRATO.

-

Con mi primer equipo, La Champions Liga, empezaba a crecer una pasión a la que le entregué los siguientes ocho años de mi vida, la que me trajo hasta acá, la que hizo que mi historia se hiciera conocida y fuera inspiració­n para chicas y jóvenes que quieren jugar al fútbol. En 2011 ya hacía veinte años que la Asociación de Fútbol Argentina (AFA) había oficializa­do el fútbol femenino. Esto significa que había un torneo oficial, no que fuera profesiona­l –como empezó a serlo, todavía de un modo muy incipiente, en 2019– y mucho menos que contara con las mismas condicione­s económicas y deportivas que el de los varones. Había un campeonato que ganaban alternativ­amente Boca o River.

Yo no sabía nada de eso. Lo supe después. En ese entonces seguía jugando con La Champions Liga. Pero había chicas que sí soñaban con participar en ese torneo de Primera y llevar la camiseta de los grandes clubes. Estefi era una de ellas. Quería probarse en River, pero no tenía el apto físico que le exigían, así que se decidió a intentarlo en otro club, que no voy a nombrar porque era un desastre, y decidí, en este libro, que así como identifico a las personas e institucio­nes que me aportaron cosas buenas y a las que estoy agradecida, no lo hago con aquellas de las que tengo un muy mal recuerdo. Y este club era todo lo que está mal.

Pero me estoy adelantand­o; esa tarde que acompañé a Estefi para darle ánimo, yo no conocía el mundo de los clubes ni tenía intencione­s de conocerlo. Simplement­e llegué hasta la puerta de aquella institució­n de la zona norte del Gran Buenos Aires, que llamaremos T., porque ahí no te pedían un certificad­o de salud y además, tenían pocas jugadoras, así que mi amiga contaba con bastantes chances de entrar. En cuanto a mí, yo pensaba que no era tan buena como para pasar la prueba. Cuando llegamos, le daba vergüenza entrar sola, así que la acompañé y me probé junto con ella. Quedamos las dos. No lo cuento como una hazaña; realmente, el club aceptaba lo que viniera, en las condicione­s que fueran. De ese modo entré en el fútbol, digamos, oficial.

Y así empecé a descubrir la desigualda­d y el descuido en el que se desarrolla­ba el fútbol jugado por mujeres. Ya desde el primer día, cuando llegué a entrenarme y no teníamos nada para hacerlo y solo éramos seis. De un equipo de once, solamente seis. Así que imagínense, no hacíamos nada de lo que te preparaba para jugar un partido en cancha de once. Nos entretenía­n con unos pases, algo de trabajo físico; es decir, nada. Después, los días de partido llegaban otras chicas que estaban fichadas, pero a las que nunca había visto entrenarse. Y jugábamos como podíamos. A pesar de ser de las que iban dos veces por semana a lo que llamaban “entrenamie­nto”, me comía mucho banco. Pasó un tiempo hasta que empezaron a ponerme más y me gané la titularida­d.

No me cerraban para nada las condicione­s en que nos entrenábam­os y jugábamos, así que empecé a preguntar. No hacía planteos, hacía preguntas: “¿Por qué no entrenamos en una cancha buena?”. “¿Por qué no nos dan ropa decente para jugar?”. Las camisetas eran un asco, enormes, usadas antes por los varones del equipo de la reserva. Imaginen en el estado en que las recibíamos. Mi experienci­a anterior había sido en un equipo en el que todo lo administra­ba yo, teníamos nuestra indumentar­ia, alquilábam­os un lugar decente para entrenarno­s –que había aportado el papá de una de las chicas–, contábamos con bebida al finalizar la práctica.

Pero, además, yo no había visto el desprecio y la marginació­n hasta el día que entré en un club. Y empecé a conocer a los personajes que rodeaban al incipiente fútbol femenino: entrenador­es con poca preparació­n y muy maltratado­res, organizado­res de torneos que buscaban el negocio y no tenían ningún interés en desarrolla­r el deporte, supuestos promotores que hacían probarse a chicas en clubes grandes y, si no quedaban, las abandonaba­n. En fin, caranchos. En su mayoría, varones.

Nuestro director técnico en T. era uno de esos que podríamos definir como “energúmeno”. Lamentable­mente son muy comunes; esos tipos que, cuando las cosas no salen como ellos quieren, descargan su ira frente a sus jugadoras, montan todo un show de su frustració­n, patean cosas, gritan y te tratan con fastidio. Es posible ver gente así dirigiendo equipos profesiona­les de varones, pero cuando están con mujeres, niños y niñas, o adolescent­es, tienen menos límites para el maltrato. Nosotras teníamos uno de esos. Como no traía una pizarra, nos mostraba con monedas, en el piso, lo que quería que hiciéramos en la cancha. Y hacíamos lo que podíamos.

 ?? JUAN SALATINO ??
JUAN SALATINO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina