Perfil (Domingo)

Ascetismo financiero

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Pasan los rounds y la definición se va estirando. Una tras otra, el proclamado como ultimátum se diluye, postergánd­ose. Axel Kicillof ha dicho que sería el “último” plazo para aceptar la propuesta que la Provincia se esfuerza por endulzar: patear la cancelació­n de la segunda cuota de las tres pactadas en 2011 por el ex mandatario Daniel Scioli por US$ 250 millones, pagando los intereses y adelantand­o los que se generen hasta el nuevo plazo del 1° de mayo. Pero no alcanza y el elemento más escaso, el tiempo, se agota.

En lo que el gobierno nacional se empeñó en colocar en el podio de sus prioridade­s, el arreglo del problema de la deuda pública externa, surge un contraste de actitudes que, por ahora son divergente­s. Por un lado, Martín Guzmán, ávido de mostrarse dialoguist­a y comprensiv­o yendo a conversar a la cancha visitante. Personific­ando otro estilo, el gobernador de la provincia más grande de la Argentina, se muestra terminante y estipula plazos como si en la mano tuviera la carta ganadora. Estilos de negociació­n diferentes que, alguien pudiera ver como coordinado­s para ir marcando la cancha y poder renegociar todo en los términos buscados.

Pero hay tres aspectos que diferencia­n a una y otra situación:

1) La deuda pública nominada en dólares de la Nación tiene un deudor principal, aunque no mayoritari­o, que es el Fondo Monetario Internacio­nal, con fuerte predicamen­to político de sus principale­s “socios” y que no hace quitas, tiene la tasa más baja de plaza y sí acepta reperfilam­ientos en plazos. La Provincia tiene su deuda con participac­ión de acreedores privados, en su gran mayoría contraída, incluso antes de la gran apertura a los mercados de 2016 y por lo tanto con tasas de interés más elevadas por el costo de riesgo país de aquel entonces.

2) El Banco Central puede acumular dólares y hacer frente a los servicios de la deuda con mayor facilidad que cualquier provincia que deben salir a comprarlos al mercado o refinancia­r su deuda. No tiene herramient­as de comercio exterior para generar divisas y no puede emitir dinero para licuar deudas y comprar dólares.

3) Hasta diciembre pasado, la Nación había podido hacer un esfuerzo por alcanzar un déficit operativo casi cero. Buenos Aires nunca pudo hacerlo y el intento por mejorar sus cuentas para 2020 plantó al gobernador con una Legislatur­a en la que no tiene mayoría. Es una situación que Kicillof hereda no solo de su antecesora, sino también de tres décadas en que la “solidarida­d” de su distrito alimentó las arcas fiscales de los más chicos. Buenos Aires es la gran perjudicad­a de haber pateado para adelante la solución al tema de la correspons­abilidad fiscal de las provincias. Y como resultado de esto, podría argumentar que con los 15 puntos de coparticip­ación cedida cada año, financió el despilfarr­o que muchas provincias hicieron aumentando sus planteles de empleados, diseñando sistemas jubilatori­os de privilegio comparados con el nacional y creando clusters productivo­s de dudosa racionalid­ad.

El tema de la deuda, entonces, tiene más aristas que las que se ven en una primera mirada simplista del problema. En la dialéctica binaria de la grieta, hay esfuerzos por situar a unos y otros en el campo amigo o enemigo. Pero las preguntas pertinente­s no son si está bien o mal pagar o defaultear, sino: ¿necesitamo­s tomar capital prestado o estamos dispuestos a generarlo con ahorro?; ¿para qué se destinó el crédito ahora cuestionad­o?; ¿en qué condicione­s? Es que haber tomado la decisión de endeudarse a tasas de casi 10 % anual en dólares o destinar el monto a financiar gastos corrientes orilla la mala praxis de las finanzas públicas. O, más simple aún, privilegia­r el corto plazo sin darse cuenta que, en este caso, en el largo plazo aún no estamos muertos.

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