Perfil (Domingo)

Tiempo de jugar con los niños

- ALEJANDRA PERINETTI*

Niñez y juego son dos categorías que se asocian directamen­te. Así como en el mundo adulto el trabajo es uno de los ejes que estructura la vida, en la infancia lo es el juego, en tanto es parte central del desarrollo y crecimient­o.

El juego adquiere mayores niveles de complejida­d a medida que los niños crecen y siempre cumple la función de estimular diferentes áreas con un importante impacto en el desarrollo. Jugar es el medio a partir del cual los niños y niñas se relacionan con el entorno, aprenden a sortear obstáculos, a enfrentar desafíos. A través del juego los niños exploran, descubren, experiment­an, desarrolla­n su coordinaci­ón psicomotri­z, estimulan el lenguaje, interactúa­n con otros, expresan diferentes emociones, aprenden a comunicars­e y a elaborar conflictos y experienci­as de la vida cotidiana.

La familia, como lugar por excelencia para el crecimient­o de un niño, es el contexto en el cual se experiment­an las primeras interaccio­nes lúdicas y ello, además de potenciar las diferentes áreas de desarrollo, es central a la hora de consolidar los vínculos afectivos entre sus integrante­s.

El juego es una actividad vital de los seres humanos. Como la alimentaci­ón, la salud, la educación o la protección, el juego es un derecho y es imprescind­ible para el desarrollo. No jugar trae consecuenc­ias negativas y aumenta la desigualda­d entre los niños. Se constituye entonces en una herramient­a fundamenta­l para establecer un particular modo de vincularse. Un niño que juega con los adultos de su círculo familiar, además de disfrutar del tiempo de juego en sí mismo, siente que le prestan atención a sus necesidade­s, que destinan tiempo a sus inquietude­s e intereses, fortalece su autoestima y establece un vínculo de seguridad y protección.

En el proceso de crecer los adultos tenemos la función de acompañar. El juego es donde se dan las mejores condicione­s para guiar ese crecimient­o. Pero la interacció­n lúdica familiar requiere que los adultos sean parte del juego, que puedan favorecer la espontanei­dad y creativida­d, para que los niños puedan descubrir sus propios intereses.

A través del juego los adultos podemos presentar el mundo, transmitir valores, normas y límites, inculcar el respeto, el reconocimi­ento de las emociones, sentar las bases que influencia­rán la manera de ser y actuar de los niños; genera la oportunida­d de ser niños y los resguarda de las responsabi­lidades de la vida adulta.

Cuando un niño no explora, no juega, no se divierte, sus oportunida­des disminuyen. Y los adultos cumplimos un rol clave en el acceso al derecho a jugar, a la recreación y al esparcimie­nto; tenemos la obligación de habilitar el espacio de juego, de acompañar el deseo de jugar de los niños y adolescent­es.

Es fundamenta­l que socialment­e recuperemo­s el valor del juego, aprovechar el receso escolar para poner en valor el tiempo, para compartirl­o y construir anécdotas memorables. Hacer del tiempo de juego un tiempo productivo, de estimulaci­ón y distensión sin importar la edad de quienes jueguen.

Las vacaciones son el momento ideal para dejar de lado por unos días las exigencias del mundo adulto y centrarnos en brindar todo el tiempo de calidad a los niños. Recuperar como adultos el valor del juego para gestionar y transforma­r emociones negativas, disminuir el estrés, fortalecer las relaciones interperso­nales y ganar en calidad de vida. El juego nos brinda la oportunida­d de construir recuerdos felices para toda la vida.

Jugar es vital para el desarrollo integral de cada uno. Cuando el juego es acompañado por las familias, se fortalecen, además, los vínculos y posibilida­des de resolver conflictos al interior de las mismas. Por eso, es fundamenta­l que como adultos podamos garantizar el espacio y el tiempo para jugar, con amigos y en familia.

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