Fernández y Fernández El detrás de escena de la fórmula del Frente de Todos
☛ Título Alberto
Alberto Fernández hizo catarsis. —¿Vos creés que yo soy un hombre de Clarín? –dijo en voz alta. Cristina Kirchner guardó un silencio prudencial.
—Te lo planteo en serio. ¿Vos creés que yo soy Clarín? –insistió su ex jefe de Gabinete.
—Pero ¿estás loco?… ¡Yo nunca dije eso! –se atajó.
Ese diciembre de 2017, el Instituto Patria era un polvorín. Una mínima llama, por más diminuta que fuese, podía hacer estallar todo en mil pedazos. Y Alberto comenzaba a encenderse. Se estaban viendo la cara después de casi diez años. Era el reencuentro de dos temperamentales cuya relación se había quebrado en 2008 por el conflicto con el campo. El decidió pegar el portazo después del voto “no positivo” de Julio Cobos. Ella, inclemente, se empacó y nunca más le atendió el teléfono.
Los buenos oficios de Juan Cabandié, conocido anfitrión de varios de los “asados de unidad” para juntar al peronismo en su casa de Caballito, resultaron claves para que los dos viejos compañeros de ruta derritieran el témpano que los separaba.
Alberto puso una condición para ir al Patria: que no hubiera periodistas. No quería hacer un show televisivo de una reunión con desenlace incierto. Conocía las ínfulas de Cristina pero dudaba de él mismo: no sabía si su grado de tolerancia había mejorado después de aquel portazo de una década atrás. Dejó el auto a tres cuadras y se levantó el cuello del piloto al estilo Humphrey Bogart. No solo porque llovía sino porque a unos pocos metros, en el Congreso, se debatía la reforma previsional. Y no quería que la gente movilizada lo reconociera.
Llegó silbando bajito, inseguro, enroscado. ¿Con cuál Cristina se encontraría? ¿Con la soberbia o la comprensiva? ¿Con la altanera o la que habla de igual a igual? ¿Con la desconfiada o la permeable? ¿Con la jefa o la vieja amiga? Para su sorpresa, el recibimiento fue extremadamente amable, distendido, casi lo opuesto a lo que le habían transmitido los empleados que cruzó hasta llegar al primer piso. Ella le preguntó por su hijo, Estanislao. Y después sacó una tablet para mostrarle, embobada, fotos de sus nietos. La escena era la de la abuela Cristina en una reunión familiar. Pero había corrido mucha agua bajo el puente y Alberto temió que el encuentro se transformara en un canto a la hipocresía.
El festejo de la victoria arrolladora que sorprendió a propios y ajenos. Y el video con el que la número dos del binomio anunció que había elegido para número uno al ex jefe de Gabinete, su antiguo desafecto.
—Mirá, tenemos que hablar de algunas cosas, de frente; si no, no tiene sentido que yo esté acá –cortó con tanta dulzura.
—¿A qué te referís, Alberto? –se sorprendió.
—Quiero hablar para entender el sentido del encuentro. Vale la pena que nos digamos las cosas como son, porque a mí me dolió todo lo que pasó. Me pone contento hablar con vos pero me preocupa lo que pasó. No me quiero hacer el distraído como si no hubiera
pasado nada.
El clima comenzó a enrarecerse. Ella le dio un sorbo al té de dulce de leche y lo animó.
—Bueno, dale, decime.
El, que ya había terminado su café, empezó con toda la perorata de Clarín. A la segunda vez que Cristina negó haberlo asociado con el grupo mediático, Alberto decidió ir a fondo.
—Si vos no fuiste, vos dejaste que dijeran que yo soy Clarín –replicó, irascible.