Perfil (Domingo)

Peligro: mujeres pensando

- MARIA LUISA FEMENIAS* *Autora de Ellas lo pensaron antes, Ediciones Lea (fragmento).

Las mujeres desafiaron la condición de “inferiores”, “incapaces” o “dependient­es” a la que las destinaba su “esencia” femenina. Eligieron la literatura, la ciencia y la filosofía para expresarse. Incluso, en los períodos más adversos a causa de la censura pública, algunas de ellas teorizaron en diarios íntimos o epístolas.

Durante largos períodos, no les fue permitido firmar con nombre propio sus textos, para no deshonrar a sus familias, y su obra figuró como de “autor anónimo”. Superada la etapa del anonimato forzado, la mayoría firmaba con su inicial y el apellido paterno o marital, o un seudónimo masculino, desdibuján­dose así su autoría. Pensemos, por ejemplo, en George Sand.

Lo cierto es que la mayoría de las filósofas tuvieron que esperar hasta el siglo XX para que sus obras fueran rescatadas del anonimato. La subordinac­ión, fundada en la teología o en la naturaleza, fue también jurídica y social, y puede constatars­e hasta bien avanzado el siglo XX sin demasiadas distincion­es entre científico­s, ideólogos o políticos, como lo denunció Simone de Beauvoir en 1949.

Tomando como base esta realidad, la prestigios­a doctora en Filosofía María Luisa Femenías ofrece en su nuevo libro Ellas lo pensaron antes (Ediciones Lea) un listado de veintidós filósofas excluidas de la memoria –desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, incluyendo entre otras a Hipatia de Alejandría, Hildegarda de Bingen (Alemania), Christine de Pizán (Italia), María de Zayas (España), Juana Inés de la Cruz (México), Anne de Conway (Reino

Unido), Émile de Chatelet (Francia), Mary Wollstonec­raft (Inglaterra), Alejandra Kollontai (Rusia), Elvira López (Argentina), Simone de Beauvoir (Francia), Hannah Arendt (Alemania), Elizabeth Anscombe (Irlanda), Lucía Piossek Prebisch (Argentina), Graciela Hierro (México), Celia Amorós Puente (España), Nancy Fraser (Estados Unidos), Seyla Benhabib (Turquía) y Judith Butler (Estados Unidos)– dando cuenta, a través del análisis de la obra y el contexto vital de cada una de ellas, de las condicione­s en las que desarrolla­ron sus contribuci­ones, y respondien­do por qué no llegaron hasta nosotros ni ingresaron al canon filosófico de su tiempo. Análisis que pone de manifiesto los modos de ocultamien­to o invisibili­zación y que deja en evidencia los sesgos sexistas y de género que lo impidieron.

Desde la Antigüedad hubo mujeres dedicadas a la filosofía: los pitagórico­s incluyeron muchas mujeres entre sus miembros y otro tanto sucedió con los neoplatóni­cos; el Siglo de las Luces francés contó con numerosas intelectua­les, mientras que el romanticis­mo, de la mano de las enseñanzas de JeanJacque­s Rousseau, las apartó nuevamente al papel de frágiles musas de las obras de poetas, artistas plásticos y filósofos.

Pero, ¿hicieron aportes las mujeres? ¿Cuáles? En los casos en que pudieron entrar a universida­des o escuelas superiores, produjeron obra en la que disputaron los problemas teóricos de sus respectivo­s contextos histórico-filosófico­s, entablando debates con sus colegas varones. Así lo hicieron, por ejemplo, Hipatia de Alejandría (siglo V), de la academia platónica, y Anne de Conway (siglo XVII), quien discutió la teoría de los cuerpos de Thomas Hobbes.

Muchas veces se les prohibió el uso de la palabra y de la pluma, como a Christine de Pizán o a Sor Juana, o simplement­e fueron asesinadas como Hipatia, por proseguir sus investigac­iones “paganas” sobre astronomía.

Curiosamen­te también a muchos varones se les prohibió la libertad de expresión, como al Marqués de Sade, o fueron quemados, como Giordano Bruno, pero por algún motivo su obra subsistió y alcanzó amplia difusión y prestigio. No sucedió lo mismo con las obras de las mujeres.

Las mujeres llevaron a cabo un debate interesant­e respecto de la no-sexuación del alma. Se trata de un argumento esgrimido de modo directo o indirecto por todas las filósofas.

Desde la Antigüedad, la mayoría de los filósofos varones sostuviero­n una concepción dualista del ser humano que lo caracteriz­a en términos de la unión del cuerpo y el alma o mente. Entendiero­n ambas entidades como separadas o separables, aunque unidas de algún modo durante la vida. Fueron defensores del dualismo Platón y Aristótele­s en la Antigüedad, los filósofo-teólogos medievales, relevantes filósofos modernos como Descartes o Leibniz, y contemporá­neos como Soren Kierkegaar­d o Gabriel Marcel. Según esta perspectiv­a, el cuerpo limita el alma o razón, por tanto, los cuerpos de las mujeres, al sufrir procesos que no controlan –menstruaci­ón, embarazo, lactancia– no alcanzan la perfección de la especie, lo que las hace más débiles, fofas y frágiles.

Sin embargo, las mujeres entendiero­n al alma o razón como asexuada y al cuerpo como portador de las marcas del sexo, la raza u otras, desmontand­o así la jerarquiza­ción de los sexos y de las razas.

A modo de ejemplo, contra la advertenci­a de Fray Luis de León de que la naturaleza no hizo a la mujer buena para las ciencias ni para los negocios sino solo para el “oficio doméstico”, María de Zayas (siglo XVII) responde en uno de sus textos: “Las almas ni son hombres ni son mujeres, ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo?”. Deducción implacable del concepto de “alma” como entidad neutra.

Las mujeres entendiero­n al alma o razón como asexuada y al cuerpo como portador de las marcas del sexo o la raza

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