Perfil (Domingo)

1° de marzo: Alberto debería invitar a Macri

- GUSTAVO GONZáLEZ

No sé qué les pasó a ustedes, pero la lectura del reportaje a Carlos Leyba la semana pasada en PERFIL me resultó dolorosa.

Leyba es uno de los economista­s más respetados del país, un heterodoxo racional, el único heredero vivo del recordado Plan Gelbard que Perón aplicó con cierto éxito en los 70, en el marco de un acuerdo económico y social.

En la entrevista, Leyba hiló junto a Fontevecch­ia una triste radiografí­a informada de la decadencia de los últimos 45 años.

Informe de un fracaso. Hace 45 años había 800 mil pobres. Hoy son 16 millones. Se pasó del 5% de pobreza a más del 30%. Hasta hace 45 años, el PBI crecía como el de Australia. Hace 45 años, el peso del Estado representa­ba el 20% del producto bruto, incluyendo el costo de las empresas nacionales de ferrocarri­les, petróleo, gas, obras públicas y acero (escuelas y universida­des privadas eran una excepción). Hoy, sin aquellas empresas públicas y con una salud y una educación parcialmen­te privadas, el Estado representa el 42%.

Leyba lo sintetizó así: “No existe ningún país en las condicione­s de la Argentina, con 45 años de continua decadencia”.

A todos los errores que se puedan haber cometido, él le suma uno más: la grieta.

Está convencido de que parte de esa decadencia es la falta de acuerdos sociales y lo que significan, hacia fuera y dentro del país, mensajes políticos de destrucció­n del adversario: “Se necesita dar señales de largo plazo. Eso es lo que mira un inversor. No se puede apostar a la perdurabil­idad de un gobierno que tiene enfrente a alguien que está en contra y que piensa hacer lo contrario”.

Se podría decir que Leyba no dice algo distinto a lo que opinan tantos y a lo que se suele plantear en PERFIL, pero su tono mesurado e informativ­o impacta como la confirmaci­ón de un hecho consumado llamado “Fracaso argentino”.

Antimuros. La grieta fue la estrategia de kirchneris­tas y macristas para construirs­e como sujetos históricos frente a un otro aterrador a quien destruir.

Exagerar las naturales diferencia­s socioeconó­micas para aprovechar­se políticame­nte de ellas es natural en sistemas absolutos: la lucha de clases del marxismo o el enfrentami­ento religioso en los regímenes teocrático­s.

El peronismo es una divisoria de aguas en la política nacional, pero su bonapartis­mo postula una alianza de clases de la mano de un líder magnánimo. Tampoco el liberalism­o pretende una exacerbaci­ón del conflicto. En todo caso, el conflicto es una consecuenc­ia que se intenta disimular a través del “derrame” capitalist­a.

Pero la confrontac­ión entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri se llevó consigo cualquier intento de pacto social.

Ella construyó a un candidato supuestame­nte débil, conceptual y políticame­nte, como la encarnació­n del Mal.

El ganó y gobernó aceptando esa confrontac­ión, replicando con su antecesora una demonizaci­ón similar a la que ella tuvo con él.

Alberto Fernández fue parte de uno de los lados de la grieta, pero durante la campaña y aun en su discurso de asunción propuso otra cosa: “Tenemos que superar el muro del rencor y del odio… superar los muros significa que seamos capaces de convivir en la diferencia...

No cuenten conmigo para seguir transitand­o el camino del desencuent­ro, quiero ser el presidente capaz de descubrir la mejor faceta de quien piensa distinto a mí y quiero ser el primero en convivir con él”.

Como para escenifica­r sus dichos, durante aquella asunción acompañó a Gabriela Michetti en su silla de ruedas y después saludó a Macri con una sonrisa y un abrazo.

El próximo domingo Alberto Fernández volverá a ir al Congreso para abrir el período de sesiones ordinarias. Por protocolo, todos los ex presidente­s están invitados al acto, Macri entre ellos. Pero nadie espera que Macri vaya. Y Macri no va a ir porque sabe que nadie espera

que vaya.

Magnánimo. El Presidente tiene la oportunida­d histór ica de ser magnánimo. El término se usa como sinónimo de benevolenc­ia o humilde generosida­d, pero es una confusión. La magnanimid­ad es una expresión extrema de poder. El rey magnánimo es quien, desde un lugar superior, se muestra contemplat­ivo frente a sus súbditos, y desde ese lugar imparte tolerancia y bondad.

Solo es magnánimo quien posee el poder para serlo. Porque magnánimo no es quien quiere, sino quien puede.

El Presidente tiene la oportunida­d histórica de demostrar la dimensión de su poder invitando personalme­nte a su antecesor a participar del acto del 1° de marzo. Lo mismo que debería hacer con los otros ex presidente­s democrátic­os vivos. Una foto de convivenci­a habitual en otros países, pero tristement­e atípica acá.

En un sistema democrátic­o, los ex mandatario­s no importan por sí mismos, importan por lo que ellos representa­ron para millones de personas, llámense Cristina, Macri o quien fuera. Ignorarlos o tratarlos como enemigos es ignorar o tratar como enemigos a quienes se sintieron reflejados en ellos.

Para Alberto Fernández sería la escenifica­ción de un poder tan grande como para destruir los muros de los que habló al asumir. Con esos muros en pie, no habrá futuro posible ni aunque el FMI y los bonistas nos ayuden de verdad.

La invitación. El ex presidente Duhalde es uno de los invitados formales al acto en el Congreso. Suele ir a todos, pero esta vez no podrá

Los ex presidente­s son invitados formales al Congreso. Pero nadie espera que Macri vaya, y Macri no iría

Duhalde intentará convencer a Alberto para que invite en persona a los ex presidente­s. En especial a Macri

porque estará en España, a donde irá para profundiza­r en su proyecto de vender alimentos a granel.

Duhalde piensa que Macri, como ex presidente como él, también habrá sido invitado, pero no cree que Alberto Fernández lo haya invitado personalme­nte.

“Vivir en este Club de la Pelea es espantoso –dice el ex presidente–, este espectácul­o de votar a alguien que se pelea con el anterior y de repetir esa historia todo el tiempo. No hay un país que viva de esta forma, siempre pensando más en el pasado que en el presente y el futuro. Hay que salir de esta trampa”.

Es cierto que intenta dar el ejemplo en ese sentido: pese a los enfrentami­entos políticos que tuvo en su momento con los presidente­s Menem, De la Rúa y Cristina, con todos ellos luego supo reconstrui­r relaciones institucio­nales.

Ahora dice que, antes de irse a España, hablará con Alberto sobre la necesidad de invitar a todos los ex presidente­s al acto en el Congreso. A todos, pero en especial al último, quien corporiza uno de los lados de la grieta.

Ojalá el Presidente lo escuche. Ojalá Macri vaya. Ojalá.

Sería un gesto de poder, pero sobre todo sería un gesto de madurez. Y un simbólico intento de inflexión tras 45 años de fracaso.

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MAGNANIMO. El Presidente tiene la oportunida­d de serlo con los ex presidente­s y, sobre todo, con Macri. Sería un gesto de poder extremo. Y de madurez.
S E M E T MAGNANIMO. El Presidente tiene la oportunida­d de serlo con los ex presidente­s y, sobre todo, con Macri. Sería un gesto de poder extremo. Y de madurez.
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