Perfil (Domingo)

‘Interdepen­dencia negativa’

Es costosa una ruptura entre las potencias y díficil una solución de fondo a la disputa global. Más allá de momentos de cooperació­n, la conflictiv­idad llegó para quedarse.

- ESTEBAN ACTIS* NICOLAS CREUS**

En su l ibro Destined for Wa r : Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, el prestigios­o académico Graham Allison analiza 16 casos de la historia en los que una potencia emergente desafió la primacía del poder dominante a nivel global. La evidencia recabada muestra que 13 de esos casos concluyero­n con una guerra. En consecuenc­ia, el gran interrogan­te que hoy invade a los analistas internacio­nales radica en determinar si la contemporá­nea disputa entre Estados Unidos y China podrá o no escapar de tan trágico desenlace.

La actual disputa por la hegemonía global tiene dos caracterís­ticas que la diferencia­n de cualquier antecedent­e histórico. La primera es su carácter vertiginos­o. Como bien señala el propio Allison, nunca antes en la historia una potencia ascendió de manera tan acelerada y en diferentes dimensione­s del poder como lo hizo China, y en consecuenc­ia nunca antes una potencia dominante enfrentó un cambio tan dramático en su posición relativa de poder como EE.UU. en las últimas dos décadas.

En el último tiempo China logró una convergenc­ia asombrosa con EE.UU. En la dimensión comercial, el país asiático aumentó significat­ivamente su participac­ión en los flujos globales y, lo que es más importante, reemplazó a EE.UU. como principal socio comercial en una cantidad considerab­le de países. En la dimensión tecnológic­a, China escaló hasta los eslabones más altos en las cadenas de agregación de valor, superando incluso a la potencia dominante en segmentos relevantes de la denominada “cuarta revolución industrial” (5G, inteligenc­ia artificial, robótica, internet cuántica). En la dimensión militar, si bien EE.UU. mantiene una distancia significat­iva, los avances tecnológic­os de China podrían acelerar el recorte de la brecha actualment­e existente. Por último, en la dimensión financiera China sigue bastante lejos de EE.UU. aunque los progresos realizados en las dimensione­s previament­e referidas constituye­n una buena base para una internacio­nalización más extendida de su moneda. Naturalmen­te, el ascenso de China en el plano material tuvo su correlato en el de las ideas y las percepcion­es. Las elites norteameri­canas no dudaron en identifica­r a la potencia emergente como la principal amenaza a la supremacía de EE.UU., con todo lo que eso implica.

La segunda particular­idad que distingue a la actual disputa por el poder global entre EE.UU. y China radica en el carácter fuertement­e interdepen­diente del vínculo. Nunca antes a lo largo de la historia los Estados involucrad­os en un proceso de transición hegemónica evidenciar­on el grado de interdepen­dencia que hoy existe entre Washington y Beijing. La metáfora de un “plato de espaguetis” es ilustrativ­a de las ramificada­s e intrincada­s vinculacio­nes que por más de treinta años se desarrolla­ron entre las referidas potencias –sobre todo en el plano económico y financiero–, tanto a nivel gubernamen­tal como no gubernamen­tal.

Esta fuerte interdepen­dencia constituye justamente el principal límite a la ocurrencia de un “desacople” entre las potencias, entendiend­o por esto una desconexió­n tal del vínculo bilateral que conduzca al surgimient­o de dos sistemas autónomos. Los costos de un proceso de tales caracterís­ticas son demasiado altos para ambos actores, tornando difícil un escenario tan rígido y extremo. Ahora bien, si la “interdepen­dencia positiva” que estructuró el vínculo durante más de treinta años ya no existe –o al menos se encuentra fuertement­e cuestionad­a– y al mismo tiempo el “desacople” parece poco probable en el corto plazo, ¿qué escenario podemos esperar entonces de aquí en adelante?

Tal como se destacó, la bipolarida­d actual emerge en un contexto de profunda interdepen­dencia económica y financiera entre EE.UU. y China, con altos grados de integració­n en las cadenas de valor y una intensa interacció­n en el nivel corporativ­o. Todo lo dicho torna sumamente compleja la disputa por la supremacía global que ambas potencias han iniciado, en tanto cualquier intento de afectar al otro entraña naturalmen­te costos para ambos y para el resto del mundo. Esta particular­idad impone a las potencias el desafío de gestionar lo que podemos conceptual­izar como una “interdepen­dencia negativa”, donde el juego entre Washington y Beijing ha dejado de ser percibido por las partes como win-win y en muchos casos se estructura más bien como uno de suma cero: lo que uno gana representa una pérdida para el otro.

El conflicto comercial es una expresión concreta pero epidérmica de una disputa mucho más amplia, que abarca sobre todo la dimensión tecnológic­a vinculada a la “cuarta revolución industrial”, factor clave y real trasfondo en la disputa por el liderazgo global en curso. Esto torna compleja una resolución del conflicto en el corto plazo. Ahora bien, así como es difícil una solución de fondo en el corto plazo también existen factores que impiden o al menos tornan muy costosa la ruptura entre las potencias. La profunda interdepen­dencia económica y financiera opera ciertament­e como una muralla de contención. La extensión del conflicto al plano financiero y monetario podría ser la última estación de la disputa; sin embargo, ninguna de las partes parece hasta el momento preparada para ello y han encontrado allí un límite que no se han atrevido a traspasar. Más allá de algunos amagos, no se ha llegado aún a una instancia decidida de guerra de divisas.

Por último, y como consecuenc­ia de todo lo anterior, la dimensión militar sigue en estado latente. Una guerra tradiciona­l parece muy lejana, pero una aceleració­n en la carrera armamentís­tica en el marco de la disputa tecnológic­a se presenta como altamente probable así como el desarrollo de las denominada­s “guerras híbridas”, de “baja intensidad” y “ciberguerr­as”.

Así, la “interdepen­dencia negativa” pone de manifiesto que, más allá de los momentos de cooperació­n y entendimie­nto, motorizado­s por la conjunción de intereses coyuntural­es de las potencias –el actual acuerdo Fase 1 es un ejemplo–, la conflictiv­idad constituye hoy un rasgo estructura­l de la relación entre EE.UU. y China.

En conclusión, la “interdepen­dencia negativa” representa un equilibrio incómodo que refleja lo costoso de una ruptura entre las potencias y al mismo tiempo lo difícil de arribar a una solución de fondo del conflicto. Su gestión es tan compleja como clave para evitar caer en el destino que marca la historia de las disputas hegemónica­s.

n*Dr. en Relaciones Internacio­nales. Prof. de Política Internacio­nal Latinoamer­icana (UNR). **Dir. de Estrategia Global en Terragene SA. Prof. de Política Internacio­nal Argentina (UNR).

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AP PILOTO DE TORMENTAS. Trump intenta contener el ascenso de China.
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