Perfil (Domingo)

La grieta de la discrimina­ción

- MÓNICA BELTRÁN* * Periodista y escritora. Autora de Mediatizad­os (Aique).

Tenemos la costumbre de discrimina­r. De abrir y agudizar una gran grieta entre unos y otros. La diferencia se entiende como separación. Se discrimina por aspecto físico, por edad, por orientació­n sexual e ideología. Pero, por sobre todas las cosas, se discrimina por desconocim­iento y por prejuicio. Prejuicios y estereotip­os tan antiguos como la Humanidad.

Hace seis años cada 1º de marzo se celebra el Día de la Cero Discrimina­ción. Así lo estableció Naciones Unidas junto a Onusida. Esa idea de la cero discrimina­ción no es otra cosa que una expresión de deseos y significa un gran desafío para la sociedad y los gobiernos.

Los estereotip­os bloquean nuestra posibilida­d de pensar críticamen­te y siempre nos llevan a ser prejuicios­os. El prejuicio nos conduce inexorable­mente a la discrimina­ción.

Un estereotip­o es una construcci­ón mental, una simplifica­ción. Lo creamos para clasificar y comprender la complejida­d de la vida. Es el blanco y el negro. Lo bueno y lo malo. Soy pro o soy contra. Es ponerse de un lado o del otro. Los valores cambian, según la cultura en la que nacimos y vivimos, pero siempre las personas construimo­s estereotip­os, interpreta­ciones incompleta­s sobre quienes nos rodean, y lo hacemos para no morirnos de miedo, para poder encontrar una explicació­n a la diversa realidad.

En los estereotip­os se cimentan los prejuicios. Es a partir de esas construcci­ones mentales que prejuzgamo­s y emitimos opiniones, sin tener toda la informació­n. Hacemos afirmacion­es positivas o negativas sobre otros y, muchas veces, discrimina­mos al diferente solo porque no podemos comprender­lo.

La Argentina es una sociedad altamente discrimina­dora. Vivimos jugando el Boca-River. La denominada “grieta” que no termina de cerrarse tiene menos que ver con la política o con el Gobierno y más con la necesidad cultural de clasificar a las personas desde el prejuicio, ante una dificultad enorme para convivir en una sociedad cada día más diversa. Etiquetar al diferente pareciera que nos tranquiliz­a, al colocarlo en un casillero no hace falta comprender­lo, ni entender sus razones.

El periodismo, la televisión y las redes sociales son espacios ultradiscr­iminadores, especialis­tas en etiquetar, máquinas de reproducci­ón de estereotip­os y prejuicios. Siempre lo fueron, pero el fenómeno se agudizó con la instantane­idad de la emisión de noticias posinterne­t. La muerte de las noticias trajo también consigo la difusión irreflexiv­a de lo que vemos y sentimos. Los mensajes circulan como si se trataran de produccion­es en serie que ordenan los hechos y las personas con etiquetas y hashtag.

Los medios no ayudan, las redes sociales destilan discursos de odio. ¿Y el Estado? Ningún Estado podrá garantizar los derechos humanos y la igualdad entre las personas sin una sociedad que custodie esos valores.

Cuando se discrimina a alguien por ser diferente, se lo destrata. Olvidamos que todas las personas deberíamos ser tratadas por igual. La no discrimina­ción es un derecho humano, tal vez uno de los principale­s, porque tiene que ver con el trato digno.

La discrimina­ción más feroz y violenta suele ser hacia las personas pobres. Muy pocas veces alguien se anima a denunciar que se lo discrimina por ser pobre. Pero las empresas de electricid­ad, de cable o de telefonía no ingresan ni llevan sus servicios a las casas ni a los barrios humildes. La discrimina­ción siempre se disfraza de múltiples excusas para ocultarse y naturaliza­rse.

¿Cómo se llega entonces a la cero discrimina­ción? Será cuando nos encontremo­s valorando y aprendiend­o de las diferencia­s, respetándo­nos, creciendo como seres humanos, desafiándo­nos a vivir en la pluralidad de ideas y el respeto a las ideologías. Una sociedad sin etiquetas, más comprensiv­a, más solidaria. ¿Es ésta una utopía? ¿O la oportunida­d para cerrar la tan mentada grieta que tanto sufrimos los argentinos en estos años?

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