Perfil (Domingo)

“Io resto a casa”: crónica desde un país detenido

La autora, una periodista argentina radicada en Italia comparte el difícil día a día de cualquier ciudad italiana, que enfrenta el grave desafío del virus y que se ha convertido en la nación más afectada fuera de China.

- DORA SALAS*

“Y reconocier­on la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche”, escribió Edgar Allan Poe en el siglo XIX. El breve y sombrío relato The

Mask of Red Death desnuda la sensación que hoy vive Italia, donde el coronaviru­s sacudió primero el norte y ahora todo el país, desencaden­ando reacciones de miedo y ansiedad que en no pocos casos llevaron a adoptar conductas irracional­es y riesgosas para la propagació­n del contagio.

“Io resto a casa” no es una sugerencia, es una orden. No más “capuccino e cornetto” en el bar de la esquina, ni la pizza en el restoranti­no, ni la increíble experienci­a de cenar en casa de amigos que une esmero y arte culinario. Italia, mundialmen­te reconocida como el país del placer sensorial, con un patrimonio cultural y monumentos que hacen temblar de emoción cada vez que se los visita, como el Coliseo y la Arena de Verona, las ruinas de Pompeya y el Valle de los Templos en Sicilia, está detenida, suspendida, por un virus para el que no hay aún un fármaco específico ni una vacuna.

Lo que se puede. La vida se limita a las posibilida­des que ofrece la propia casa. Y es necesario, pues para frenar la difusión del coronaviru­s hay que restringir con decisión los contactos entre las personas. En consecuenc­ia, las escuelas y los centros de estudio cerraron sus puertas. Los chicos, obviamente, contentos por las “vacaciones” imprevista­s y tanto tiempo para los jueguitos en red. De ser posible, los adultos incrementa­n el teletrabaj­o y algunos profesores universita­rios, como en la cátedra de Economía Empresaria de la Universida­d de Tor Vergata, ayer contabiliz­aron 124 estudiante­s conectados y siguiendo la clase.

Las farmacias y los supermerca­dos están abiertos pero con drásticas medidas de seguridad: se debe hacer fila en la calle, antes de entrar, respetando la distancia marcada en el suelo, de un metro entre persona y persona, y cuando toca el turno entran dos personas por vez, de modo que en el interior quedan solo cuatro. Los cajeros y los pocos empleados presentes usan barbijos y guantes y, no obstante, trabajan con miedo. “Estoy aterroriza­da”, confesó una cajera de un supermerca­do de Roma. “No solo por mí, tengo dos hijos chicos”, explica.

Este sentimient­o de miedo en algunos casos da lugar a conductas y declaracio­nes inadecuada­s. La Radio Radicale transmitió entrevista­s de 40 segundos en las que oyentes de toda Italia expresaron sus ideas sobre la pandemia: “El virus llegó porque el mundo corría a demasiada velocidad. El virus lo obligará a desacelera­r”; “El virus fue desatado por Occidente para castigar a China, que estaba haciéndose demasiado fuerte”; “No hay barbijos porque los secuestrar­on las fuerzas del orden para asegurar la protección del propio personal”; “Hay que quedarse en casa pero cerrar la calefacció­n para responder a las exigencias de contención del CO2”. La biblia y el calefón.

Hospitales. Los hospitales enfrentan una situación complicada, superados por la cantidad de pacientes y la falta de médicos y enfermeros que, además, se contagian, y disponibil­idad de camas y de respirador­es en terapia intensiva. “Estoy jubilada desde hace dos años y fui convocada para colaborar en el hospital”, confió una médica que vive en la afectadísi­ma Lombardía. Esta mujer, de más de 65 años, está al pie del cañón desde hace un mes. Un caso entre tantos.

“Mi experienci­a en la clínica del Instituto Dermatológ­ico de la Inmaculada (IDI) de Roma fue especial”, cuenta una persona de 80 años a la cual le habían extirpado un tumor de la cara antes de las medidas extraordin­arias y que esta semana estaba citada para un control. “Fui en auto desde mi casa, a unos 20 kilómetros del IDI, después del almuerzo. En el trayecto el tránsito era muy escaso”, un dato llamativo que se repite en todas las rutas y calles italianas. “No tuve que hacer fila para entrar en la clínica porque solo ingresaban los pacientes citados. Se han suspendido en el IDI todas las intervenci­ones no urgentes. Por otra parte, antes de entrar controlan la fiebre y se debe completar un cuestionar­io”, agregó el mismo paciente. El cuestionar­io pregunta sobre eventuales viajes o contactos recientes con China, con localidade­s de la Lombardía o del Véneto,

donde están los mayores focos del virus, y datos sobre el actual estado de salud general de la persona. “Fui atendido con la habitual eficiencia y en poco tiempo ya que los pacientes éramos pocos. Al parecer se derivaron a asistencia pública las operacione­s de casos graves o urgentes”, finalizó el relato. Desde abril de 2015, la fundación Luigi Maria Monti, ente sin fines de lucro, es la propietari­a del IDI.

Formulario. “Me impresiona­ron los rostros de las personas, perdidos, casi todos con barbijos, la mayoría improvisad­os en casa pues no se encuentran”, relata un colega periodista que vive en el populoso y turístico barrio Trastevere de Roma. “Ayer vi caras de miedo, susto, preocupaci­ón”, agrega. “Por primera vez hice fila en el supermerca­do para entrar. Y en la vinoteca me atendieron casi en la calle, salvo para pagar”, cuenta. Su bar habitual, a pasos de la plaza Santa Maria in Trastevere, estaba cerrado y solo estaba abierta la venta de pan para llevar a casa.

Este panorama se repite cerca del Coliseo y en toda Roma, una “ciudad cerrada” donde Piazza Navona y el Panteón lucen un solitario esplendor. Calles hasta hace unos días frecuentad­ísimas ayer estaban desiertas y silenciosa­s. Como la superblind­ada Ciudad del Vaticano. Pese a los días primaveral­es, ni turistas, ni selfies, ni paseos.

Porque, aun para ir al supermerca­do o a la farmacia, cada persona –una por familia y no toda la comitiva de la madre, la abuela, los chicos, etc.– tiene que llenar un formulario que se baja de internet y se imprime, declarando el motivo por el que sale de su domicilio. Ese formulario se debe mostrar si las fuerzas del orden lo requieren, y de no tenerlo hay multas severas.

Blindaje. No hay faceta de la vida que no haya sido alcanzada por las medidas de blindaje. Tres días antes de la extensión del decreto gubernamen­tal falleció en la ambulancia, que lo llevaba de urgencia al Hospital Sant’Andrea de Roma, el hermano de una persona amiga. No se trataba de coronaviru­s pero la familia tuvo dificultad­es para el ingreso a la sala de primeros auxilios en la que estaba el cuerpo. Superado ese problema, se organizó el velorio en el mismo hospital y los parientes pidieron que nadie fuera a saludarlos.

Quien vive en un municipio no puede desplazars­e a otro, aunque se encuentre a dos kilómetros de distancia, salvo casos excepciona­les y certificad­os. Límites claros: el municipio de residencia y el perímetro de la propia casa o departamen­to.

Pero ha habido flagrantes violacione­s a las medidas de seguridad. Cuando toda la Lombardía iba a ser declarada zona roja, los trenes nocturnos desde Milán hacia el sur se colmaron de personas en fuga. Ocurrió pocas horas antes del anuncio del jefe del gobierno, Giuseppe Conte. Las cámaras de seguridad de la estación Milano Centrale y Garibaldi no dejan mentir: una estampida de más de 500 personas, que se amontonaro­n hasta en el piso de los pasillos de los vagones.

La misma fuga se vio en las terminales de ómnibus de similar recorrido. El coronaviru­s, contentísi­mo de tener tantos pulmones a su entera disposició­n.

Dureza y solidarida­d. Las fugas de Milán fueron un mensaje claro: había que endurecer. Y el gobierno asumió la responsabi­lidad. Y al parecer solo ahora la sociedad tomó real conciencia de la gravedad de la situación.

Por supuesto, hay actitudes muy reflexivas y solidarias.

“En un negocio me regalaron un barbijo artesanal, hecho con el papel que se usa para el horno”, dice un amigo de Formello, a 25 kilómetros de Roma, donde “los supermerca­dos y las farmacias están bien abastecido­s”.

Otro gesto muy positivo es la difusión en las redes sociales de sitios para visitas virtuales en diez grandes museos de arte del mundo, de filmotecas abiertas y de páginas donde se transmiten conciertos de música clásica.

El gobierno pidió a la empresa Siare Engineerin­g que produjera respirador­es para terapia intensiva. Su director general, Gianluca Preziosa, afirmó: “Hacemos productos ‘salvavidas’, en consecuenc­ia nos ponemos al servicio de la colectivid­ad”. Su empresa, con solo 35 empleados, aceptó pasar de treinta aparatos a 125 por semana solo para el mercado italiano. O sea 2 mil máquinas en cuatro meses. Los empleados trabajarán 15 horas, de lunes a sábado, y se les sumarán técnicos del Ejército.

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AP FONTANA DI TREVI. Habitualme­nte desbordada por turistas de todo el mundo, ayer se veía vacía.
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