Perfil (Domingo)

Baño público

- LAURA ISOLA

Durante cincuenta años, el baño de Frida Kahlo estuvo cerrado. Desde su muerte, en 1954, y por decisión de Diego Rivera, hasta 2004, ese cuarto de la Casa Azul, como se conoce la residencia de la pareja de pintores mexicanos en el barrio de Coyoacán, estuvo inaccesibl­e al público. Las razones para cerrarlo y luego abrirlo están en el plano de las conjeturas. La primera, quizá la más fácil de adivinar, era para resguardar el sitio de intimidad de Frida. Una intimidad pública y exhibicion­ista que, podemos advertir, algo necesitaba de misterio. Para la segunda, en cambio, entraban en juego decisiones museográfi­cas, guiones curatorial­es y, en todo caso, sacar a la luz ese secreto y atraer al público. La que accede con su cámara de fotos antes que nadie es Graciela Iturbide. Esas 28 imágenes son una especie de encuentro con el misterio: es la antropólog­a y el primer contacto; es la arqueóloga y el hallazgo de las reliquias. Importa que sea el baño, pero sobre todo lo que contiene. El cuerpo de Kahlo, tan tematizado por ella misma en sus pinturas, ha abandonado toda su ortopedia hace rato. Están flotando corsés, piernas de madera con botinetas bien ajustadas, prótesis, medicinas. Librados a una vida post Frida, estos objetos vuelven, renacen, a través de la cámara de la fotógrafa mexicana. Además de estas pertenenci­as corpóreas, su exoesquele­to, están las fotos de Lenin y Stalin, animales disecados. El click del obturador como un hálito.

Profanado, descubiert­o, exhibido, retratado y luego comentado a la manera que solo Mario Bellatin puede hacerlo en Demerol sin fecha de caducidad, el baño de Frida es un cuerpo de obra fotográfic­a, es un texto y es un libro.

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CEDOC PERFIL La primera en develar “el gran secreto”.

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