El apóstol del amor
El Greco pintó al santo mucho antes de su destierro. En verdad, lo hizo entre 1602 y 1607 pero la figura de San Juan Evangelista es la de joven, cuando todavía no sabía que iba a ser uno de los grandes escritores de Occidente. La cara del apóstol, uno del círculo de los dilectos, es flaca y angulosa. Los ojos vidriosos, como de enfermo, abonan la teoría de que el pintor se inspiró en los convalecientes del Hospital del Nuncio, un psiquiátrico de Toledo del siglo XVII. Como fuere, la copa con la serpiente alada está presente para señalar el veneno que ingirió para rubricar que su prédica era verdadera.
El fue el “discípulo al que Jesús amaba” y participó de muchos de los grandes episodios de la corta vida del Nazareno: la resurrección de Jairo, la oración en el huerto de Getsemaní y la pesca milagrosa, para dejarlos por escrito para el resto de los tiempos en el Evangelio que lleva su firma. Esos a los que les puso
n} un fin, según estudios, en la isla de Patmos, durante su exilio. Se dice que es el autor de libro del Apocalipsis y de su controversia.
Desde el siglo II hasta el siglo XVIII, pasando por Erasmo de Rotterdam, varían las opiniones a favor y en contra sobre la coincidencia de este texto con el del Evangelio. Lo que sí es innegable es que, sea quien fuere, sus palabras están en la cumbre de la experiencia mística cristiana del amor y la verdad, tal como se lee en “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor ejerce una restricción. En verdad, el que está bajo temor no ha sido perfeccionado en el amor”.