Narrar poesía, contar devastación
La poesía de Tedesco es la del marginado y excluido, la del que nada sabe ni le importa del lenguaje, del que está aquí y ahora, frente a uno, mendigando
Poesía política
Luis O. Tedesco poesía
Paisajes; Hablar mestuizo en lírica indecisa; Aquel corazón descamisado; Reino sentimental; En la maleza; Lomas del Mirador;
Ediciones en Danza, $ 550
La integridad y la calidad poética de los textos que se reúnen en esta antología traducen la caída del hombre por el hombre, con la oscura belleza que es atributo y punto ciego de los libros de Luis Tedesco.
No se trata solo de la incansable labor de medio siglo de su autor, sino una proeza que trasciende toda estrategia: escribir poesía, tal como se construyen ideales, reivindicaciones, ¿el autor interpela así a los hacedores de la miseria del hombre, su destierro? Tan bien lo enuncia Tedesco que nos exime de toda otra consideración que no sea la de la exaltación de su oficio, tarea que se atribuye haciendo de su trabajo una ardua y meticulosa labor de recogimiento: “pero los ojos del que observa/ solo esperan con dolor antiguo/ al hijo militante que murió con un amigo”.
Y es que a Luis Tedesco le podríamos atribuir un nom de guerre, puesto que despliega la resistencia desde el habla en un registro que parece abarcar todos los registros. Es así que su poética política trasiega e interpela las intenciones, las más nobles e inútiles declaraciones, que terminan mutiladas tal como empiezan. Tedesco narra poesía, cuenta devastación, anota una bitácora del desasosiego y, paradójicamente, de la esperanza en la intransigencia. Lo hace de adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro. Porque de eso se trata la poesía para él; de abolir las secretas invocaciones de los biempensantes.
Esto lo hace un poeta bendito para tantos, maldito para otros tantos. Lo tendrá sin cuidado. El deja decir a sus palabras los que sus palabras saben: ese mortero de barro y paja con que se levantan muros para ampararse de la intemperie. A fin de cuentas, es lo que Tedesco nos enrostra. Citemos esa suerte de liturgia laica en un fragmento: sangre es lo que sobra. No se pierde la calma en este libro; en todo caso lo perdido ya se perdió y es dignidad. Porque al fin de cuentas cuál es el poder de una palabra, qué sentido cobra su sucesión, ¿y si nos circunscribimos a un vocablo? Lo enunció Kafka al decir que la palabra es una decisión entre la vida y la muerte. El autor de Poesía política no hace más (ni menos) que ponerle nombre al “Estado de excepción” que nos asedia, que es estado de sitio, por el cual “te meten en el tacho y sos sistema/ mugre de más mugre mugre que encadena/ no se sale así nomás de la basura”.
No se trata de la mera enunciación de la tragedia. No es plegaria de conmiseración, no es lástima por la imperfecta naturaleza, no es perdón –la peor de las venganzas. Nos absuelve de culpas Tedesco, nos manda a rezar para la salvación de las almas de otros, nos dirige al rebaño al que pertenecemos, nos compra con sus libros indulgencias para no seguir ajustando la cuerda a nuestros cuellos, para que zafemos de nuestras defecciones: del asentimiento canalla, del silencio cómplice, de la mirada de soslayo ante quien sufre, de la indiferencia que, más temprano que tarde, mata, porque es así: la apatía del indiferente es la que mata.
La poesía de Tedesco, la del marginado y excluido, la de aquel que nada sabe ni le importa del lenguaje, del que está aquí y ahora, frente a uno, mendigando a la puerta, pero no pidiendo una dádiva sino tan solo lo que le es debido, y para eso se aparta un instante de la menesterosa fila, de las huestes de miles,