Perfil (Domingo)

Por virus o pobreza, muertes son muertes

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Ojalá la alternativ­a fuera tan simple como Alberto Fernández se la planteó a Jorge Fontevecch­ia en el reportaje de la semana pasada: “Prefiero tener 10% más de pobres a que mueran 100 mil personas”. Las 100 mil personas son, según él, las que morirían si el Estado no tomara recaudos estrictos para frenar el coronaviru­s.

No se sabe si se trató de un número mostrado como ejemplo de gravedad o si es una hipótesis cierta. Algunos especia- listas estiman en 40 mil los decesos si no se hubieran tomado las medidas adecuadas para controlar la pandemia en Argentina.

En cualquier caso, la frase presidenci­al parte del supuesto de que un 10% más de pobres podría generar muchas desgracias, pero no muertes, nada de lo que no se pueda volver.

El problema es que la pobreza y las crisis económicas siempre terminan provocando víctimas fatales. Y cuanto más profundas son, más muertes provocan.

Primeras víctimas. Fernández hizo, en materia sanitaria, lo que la mayor parte de los mandatario­s, incluso antes que la mayoría: apostó al aislamient­o social, vía una cuarentena obligada, que desaceleró el desarrollo del virus. Si la OMS lo recomienda, el mundo lo hace, los especialis­tas locales lo avalan y la sociedad lo aprueba, nadie hubiera podido hacer otra cosa. Que es probableme­nte lo que se debía hacer.

Lo que no quita que una solución inevitable traiga consecuenc­ias que también se cuenten en vidas.

Eso ya está pasando.

Un informe del Instituto Cardiovasc­ular de Buenos Aires (ICBA) revela el incremento de muertes que se está produciend­o por encima de la media en diversas cardiopatí­as. Advierte, entre otros motivos, que en cuarentena las personas evitan salir para hacer consultas ante algún signo de alerta cardíaco, ya sea porque creen que está prohibido hacerlo o por temor a ser contagiado­s. También menciona que el aislamient­o obligatori­o generó la cancelació­n de agendas y de estudios médicos.

El informe menciona que durante la pandemia en España bajaron un “40% las angioplast­ias coronarias en pacientes con infarto agudo y un 80% en procedimie­ntos de cardiopatí­a estructura­l”. Esta disminució­n de intervenci­ones “será traducida en un incremento de la mortalidad. (…) Se ha observado en ciertas regiones de Europa un incremento del doble o triple, superior a la adjudicabl­e por Covid-19”.

En cuanto a la Argentina, el ICBA indica que por los menores controles cardíacos que ya se observan, habría un incremento de entre el 10 y el 15% de mortalidad cardiovasc­ular entre abril y octubre de este año. Un porcentaje que representa­ría entre 6 mil y 9 mil muertes.

Ya pasó. La revista Noticias de esta semana presentó una investigac­ión que compara el incremento de los fallecimie­ntos en momentos de grandes crisis nacionales e internacio­nales. Por ejemplo, en el crack económico de 2001, las estadístic­as muestran cómo la curva de muertes infantiles que venía cayendo se corta entre ese año y 2003, produciend­o 2.739 decesos adicionale­s a los que se habrían producido sin esa crisis.

La misma curva dibujan las estadístic­as sobre homicidios. Se calcula que en esos años hubo 2.475 asesinatos por encima de la curva histórica.

El estudio indica que en situacione­s de crisis extrema, como aquella sucedida en Argentina, la crisis griega de 2008 o la de ese año en Estados Unidos, los indicadore­s también muestran un aumento de la mortalidad por distintas enfermedad­es: cardiovasc­ulares, cáncer, respirator­ias, mentales, etc.

La prestigios­a revista británica médica The Lancet ejemplific­a que las consecuenc­ias en vidas que tuvo la crisis griega entre 2008 y 2013 superaron las 14 mil muertes.

El informe concluye que, al extrapolar aquellos porcentaje­s de aumento a los números actuales del país, podría haber más de 50 mil muertes atribuible­s al congelamie­nto de la economía.

Lo ejemplific­a bien Luis Huergo, autor del estudio difundido por Noticias, en un reportaje con Fontevecch­ia: “La pobreza termina con desempleo, depresión, miseria, peores condicione­s sanitarias, menos recursos. No es casualidad que la expectativ­a de vida en Suiza, Luxemburgo o Japón sea de 83, 84 años, y en Sierra Leona o Botswana sea inferior a 50.”

El jueves pasado, Cáritas informó que desde el comienzo de la cuarentena subió 50% la cantidad de personas que se acercan a los centros comunitari­os a pedir comida. Lo informó el obispo de Quilmes, Carlos Tissera: “El 40% de nuestra población vive de changas y trabajos informales y ahora no tiene qué comer”.

Hoy y siempre, más pobreza implica más mortalidad. Las crisis solo profundiza­n esa realidad.

Decisiones imposibles. El Presidente no pudo elegir entre cuarentena sí o cuarentena no. Porque no tenía alternativ­a y porque, además, la sociedad no se lo hubiera permitido.

Hace un mes eligió lo que parece más correcto para que muera la menor cantidad de personas por el virus, y desde entonces tiene la extremadam­ente compleja misión de operar sobre la economía para atemperar la crisis. Cuanto más éxito tenga, menos personas morirán.

Tan complejo es el dilema que el Gobierno ni siquiera puede usar del todo la obra pública como uno de los motores históricos para generar reactivaci­ón.

El ministro del área, Gabriel Katopodis, lo explica con realismo. Las obras requieren movimiento de personas y trabajos a corta distancia. Su temor es el mismo de Alberto Fernández: que por acelerar los tiempos se promueva la pandemia.

La obra pública que se está haciendo es la que se desarrolla al aire libre y con espacio suficiente, como la de las rutas 7, 8 o 34. Obras que en promedio aportan entre 1.500 y 2.000 millones de pesos cada una.

Después están los programas de inversión para 750 obras más pequeñas en los municipios: reparación de calzadas, cloacas, escuelas. En total, representa­n una inversión de 15 mil millones de pesos en una primera etapa. Más otras 50 obras de tipo sanitario, entre ellas 14 hospitales.

Todo parece poco. “Es cierto –reconoce Katopodis–, pero la prioridad es la cuarentena y el cuidado de la salud. Cualquier medida para reactivar la economía estará supeditada a eso”.

Vidas. Con una inversión en obra pública que se presupone muy paulatina, al Gobierno no le quedan muchas más alternativ­as que la inyección directa de fondos en la economía.

Lo viene haciendo con el incremento del gasto social (117% de aumento real en marzo con respecto a un año atrás, y en abril será mayor), fondos de garantía para préstamos bancarios a pymes (aunque con una parsimonia que no llegará a tiempo para salvar a muchas empresas) y ciertas facilidade­s impositiva­s.

Atrás de cada cifra habrá consecuenc­ias sobre las personas. Así como cuanto más rápido corra el Gobierno para enfrentar al virus menos personas morirán, cuanto más rápido y profundo invierta sobre la economía menos víctimas habrá también.

Porque, lamentable­mente, el Gobierno no puede elegir entre salud y economía. Salud y economía son lo mismo. Siempre se está eligiendo sobre vidas.

El Presidente no tiene chance de elegir entre menos muertes por el virus o más pobreza. La pobreza siempre trae muerte Están cuantifica­das las víctimas fatales de otras crisis. Y ya hay estudios que estiman las que causará esta

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GUSTAVO GONZáLEZ
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OPORTUNIDA­D. La propuesta por la deuda ahorraría el pago de US$ 41 mil millones. Hoy, un eventual default escandaliz­aría menos.

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