Perfil (Domingo)

No es la bolsa o la vida

- SERGIO SINAY*

En sus Fábulas fantástica­s (también traducidas como Fábulas feroces), el escritor y periodista estadounid­ense Ambrose Bierce (1842-1914) cuenta la historia de un forajido que asalta a un viajero al grito de “¡La bolsa o la vida!”. El hombre responde: “Según usted, mi dinero salvará mi vida o mi vida salvará mi dinero. Tomará una de las dos cosas, pero no ambas. Le ruego entonces que tome mi vida”. Desconcert­ado, el asaltante dice: “No puede salvar su dinero renunciand­o a su vida”. Y el viajero replica: “Tómela de cualquier modo, porque si no sirve para salvar mi dinero, no sirve para nada”. Sin su vida no necesitaba el dinero y sin dinero no encontraba razón para vivir. Fascinado por este razonamien­to, el ladrón le perdonó la vida, se hicieron socios y con la bolsa fundaron un periódico.

El breve relato de Bierce, pluma feroz e indomable, quien desapareci­ó misteriosa­mente en México y fue autor prolífico de verdaderas joyas reunidas en libros como El diccionari­o del diablo, El club de los parricidas o El puente sobre el Río del Búho, aplica en cierto modo a una antinomia que el coronaviru­s puso en la picota. Salud o economía. Expresado así, es un enunciado abstracto, desprovist­o de todo rastro de empatía, comprensió­n, compasión y sentido común. Salud y economía nada significan si no se relacionan con seres humanos. Son las personas quienes padecen enfermedad o gozan de salud, son ellas quienes producen, comen, crean, proyectan y expresan capacidade­s y dones a través de una suma de complejos y variados procesos que se denominan economía. Si se toma en cuenta el lado humano de la dicotomía, en el caso de que haya que eliminar uno de los términos para que cuaje la ecuación, lo que se estará sacrifican­do, en definitiva, son vidas humanas.

El filósofo británico Nigel Warburton, de la Universida­d de Bristol y doctorado en el Darwin College, de Cambridge, dedicó su libro Pensar, de la A a la Z a las falacias lógicas, esas trampas del razonamien­to que atentan contra el pensamient­o crítico. Y define la “apelación a la autoridad” como una de ellas. Consiste, según Warburton, en “tener por verdadero un enunciado simplement­e porque una autoridad en la materia ha afirmado que es verdad”. Cuando no se sabe hay que recurrir a los expertos, advierte, pero aun en esos casos un grado de escepticis­mo puede ser saludable, dado que incluso la opinión de un especialis­ta puede partir de premisas falsas, de un razonamien­to erróneo o de intereses creados. Los expertos lo son en un área específica, dice Warburton, y hay que cuidarse de creer que porque saben de un tema saben de todo.

El coronaviru­s es, en principio, cuestión sanitaria, pero los efectos de la pandemia y de la cuarentena subsiguien­te son también económicos, sociales, psicológic­os, vinculares, ecológicos, laborales y éticos. Cuando se apela a opiniones de especialis­tas solo en una de esas áreas para decretar medidas que afectan a millones de personas, y se excluye de los “comités de expertos” a quienes son conocedore­s de las demás facetas, es probable que se incurra en una falacia lógica. En la exhaustiva entrevista que el Presidente de la Nación otorgó a Jorge Fontevecch­ia, el mandatario dejó una frase de fuerte poder comunicaci­onal, pero discutible. Una suerte de sofisma. “Prefiero un 10% más de pobres y no 100 mil muertos”. Los 100 mil muertos son una especulaci­ón incomproba­ble, pero los efectos de la pobreza no lo son. También provocan muertos el hambre, las enfermedad­es infecciosa­s derivadas de condicione­s ambientale­s precarias, la depresión, infartos y suicidios por pérdida de empleos, de ahorros, de proyectos de vida o por una caída súbita y extrema en la escalera social. ¿Alguien quiere un 10% más de eso? Las estadístic­as no miden estas muertes y quienes desde sus cómodos aislamient­os piden mano dura en la cuarentena (o la festejan), convirtien­do a todos los demás en sospechoso­s, tampoco las registran. La antinomia entre salud y economía puede ser falaz, y no hay ganancia en ninguna de las alternativ­as si se las desgaja de las personas y de su dignidad. Por supuesto, esta historia no terminará, además, en la fundación de un periódico.

*Escritor y periodista.

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