Perfil (Domingo)

¿El mundo del G2?

- AUGUSTO SALVATTO*

Desde el mismo jardín de la Casa Blanca en el que en 2017 Donald Trump anunció su salida del acuerdo de Paris, en los últimos días se decretó el fin del financiami­ento de Estados Unidos a la Organizaci­ón Mundial de la Salud. Esto no es una casualidad ni una consecuenc­ia directa de la coyuntura propia de la pandemia, sino más bien un síntoma de la época en la que vivimos: La crisis del multilater­alismo.

Esto no es nada nuevo. El Brexit, las críticas de Trump a la OTAN y a la Organizaci­ón de Naciones Unidas, los conflictos intraeurop­eos y el escepticis­mo de Bolsonaro ante Mercosur, forman parte de un mismo proceso.

El cuestionam­iento al orden liberal llega principalm­ente desde aquellos países que se han dedicado a instalarlo y sostenerlo en los últimos 70 años y trae consigo un profundo rechazo a las élites globalista­s, que, encerradas en una suerte de Palacio de Versalles, se han alejado de la realidad de los Estados que las componen y financian.

Pero paradójica­mente, los problemas que afectan a los Estados en el siglo XXI, como la crisis climática, la gobernanza de internet o la pandemia de covid-19, requieren coordinaci­ón y soluciones globales. ¿Es posible solucionar estos problemas sin multilater­alismo?

Con los organismos multilater­ales debilitánd­ose día tras día, avanzamos hacia un mundo donde la coordinaci­ón de políticas adquiere un carácter diferente. Mucho de esto se ha visto ya con el rol del G20 tras la crisis económica de 2008.

Pero a diferencia de lo sucedido una década atrás, en 2020, existen dos países cuya colaboraci­ón es de vital importanci­a para alcanzar consensos en un mundo post-covid: Estados Unidos y China tienen el poder y los recursos suficiente­s como para diseñar nuevos consensos, que serían seguidos por el resto de los miembros del sistema internacio­nal. Y al mismo tiempo no podrían lograrlo sin una profunda coordinaci­ón de políticas entre ambos.

Ningún otro país, o bloque de países, tiene la influencia necesaria como para cuestionar un consenso logrado por el G2. Ni una Unión Europea fuertement­e debilitada por sus problemas internos, ni tampoco una Rusia que vive más del pasado que de las expectativ­as de futuro.

Esto no quiere decir necesariam­ente que el mundo post-covid vaya a replicar la bipolarida­d de la segunda postguerra. Por el contrario, el mundo que se vislumbra para el futuro es mucho más bilateral, y en él los órdenes regionales adquieran un peso y una dinámica más profunda.

China, por su parte, no tiene aún la intención de asumir los costos que implica el liderazgo internacio­nal. Eso conllevarí­a, por ejemplo, garantizar la convertibi­lidad del yuan, haciendo su política monetaria más vulnerable ante situacione­s de crisis internacio­nal. Por otro lado, el lugar de Estados Unidos en el mundo está marcado por la incertidum­bre. El contexto electoral no ayuda a brindar definicion­es claras a largo plazo, y gran parte de lo que podría suceder con su rol internacio­nal está condiciona­do por el resultado de las elecciones de noviembre. Trump y Biden tienen visiones muy distintas del mundo.

Con el multilater­alismo en estado crítico como consecuenc­ia de una enfermedad viral que lo ha sorprendid­o con las defensas bajas, el G2 parecería ser una posible solución para alcanzar nuevos consensos globales. Si efectivame­nte se implementa­rá o no, es una incógnita. Como casi todo en el mundo post-pandemia.

*Politólogo (CEI - UCA).

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