Una serie soleada que aprovecha sus virtudes y a su actriz principal
La adaptación de Sion Nye de la trilogía escrita por Gerald Durrell llega a su cuarta y última temporada. Y como siempre, es de esas series soleadas, esas series que saben aquello que irradian, aquello cálido que las define. Precisamente por entender esa sensación, la generan intencionalmente y disfrutan su diagrama de coordenadas y su parámetro de expectativas. Podría decirse eso de cualquier serie, pero en aquellas no pomposas, amables y con especial cariño por sus personajes se da una sensación particular, no muy presente en el universo de los tics de las modas a la hora de contar hoy en día. Un ejemplo más claro imposible de esa forma de crear: Downton Abbey. ¿Otro más cercano? The Durrells.
La serie, que emite Films & Arts, llega a su cuarta y última temporada, y ¿qué mejor momento del planeta Tierra para pasar unos instantes soleados junto a los Durrell en la isla griega de Corfu entre ambas guerras mundiales? En ese sentido, la serie de Simon Nye ejecuta a la perfección todo aquello que siempre supo hacer: rodear al romance, o no, entre Louisa (la actriz Keeley Hawes, más famosa en estos rincones por su papel en la serie Guardaespaldas) y Spiro de una serie de avatares mundanos, de esos que producen las series que saben hacer malabares con las ambiciones personales no más grandes que la vida de sus protagonistas y usurpando un poco los modos del melodrama rosa (eso sí, sacando con cuidado las espinas del cliché). Pero lo cierto es que no solo de buenas intenciones puede vivir una serie, sino que necesita una columna vertebral más poderosa que los paisajes paradisíacos que brinda la isla donde vive la familia inglesa del título.
El milagro de los Durrell no es otro que Louisa, el personaje que interpreta Keeley Hawes, es ella quien tensa perfectamente los entramados que van desde la existencia de un zoológico a su amor prohibido por aquellos años. No es tanto su presencia en cada escena sino su personaje, de esos que no existirían sin Jane Austen, el que termina felizmente expandiendo su carisma a todo lo que lo rodea, así sean escenas demasiado livianas (incluso para el valor felizmente pluma de algunas tensiones) o esas que apuntan directamente al lagrimal. Y un detalle no menor en el paraíso que presenta la serie es que finalmente aflora el peligro de la inminente guerra y de la derecha que pisaba fuerte en Europa. Solo una virtud más de un show que ha aprendido a ser un secreto cuando debería ser una isla para cualquiera que quiera escapar de las series que no saben divertirse y enamorar con la levedad.