Perfil (Domingo)

Más y mejor Estado

- CARLOS HELLER*

El escenario global producido por la pandemia genera una demanda creciente de participac­ión del Estado. Por un lado, se multiplica­n las necesidade­s de atención sanitaria para quienes contraen la enfermedad. Por el otro, el aislamient­o social, como método eficaz para evitar que el virus se propague a mayor velocidad, obliga a detener o reducir drásticame­nte el funcionami­ento de la economía, y entonces el Estado aparece como una instancia clave en la asistencia a empresas, trabajador­es y población en general. La situación actual es de necesidade­s crecientes y recursos decrecient­es. En esa brecha entre lo mucho que se necesita y lo poco que se tiene es imprescind­ible la intervenci­ón estatal.

Mucho se ha hablado de la supuesta ineficienc­ia del Estado. Pero poco de la ineficienc­ia del mercado: desde siempre, este último ha sido incapaz de resolver los altos niveles de desocupaci­ón, pobreza y exclusión en las sociedades modernas porque, por el contrario, es quien tiende a producirlo­s. Por supuesto, y como está demostrado, tampoco tiene capacidad decisiva para intervenir en escenarios críticos como el actual.

Por eso insisto en la idea de “las dos pandemias”: llegamos a esta pandemia sanitaria luego de experiment­ar una pandemia económica, con sus altos niveles de endeudamie­nto, crecimient­o de la pobreza y del desempleo. Por lo cual, no solo ahora es necesario más Estado: antes también lo era, para regular a “los mercados” en sus habituales tendencias a la distribuci­ón regresiva de los ingresos, la exclusión y la generación de esos niveles de desempleo y pobreza.

De allí que sea necesario profundiza­r el debate sobre el rol del Estado. Hoy, casi todos coincidimo­s en que los hospitales no tienen suficiente­s recursos y deberían tenerlos, o en que las aerolíneas de bandera son útiles para resolver una cantidad de problemas. Pero la discusión de fondo es si el diseño de sociedades con Estados mínimos, como se viene intentando desde hace cuarenta años, es el camino. En el escenario de las pandemias tenemos una gran oportunida­d para llevar adelante ese debate. Hasta el Financial Times, un tradiciona­l vocero del neoliberal­ismo, editoriali­zó hace unos días: “Será necesario poner sobre la mesa reformas radicales que inviertan la dirección política predominan­te de las últimas cuatro décadas. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía, la redistribu­ción volverá a estar en la agenda. (…) Las políticas hasta hace poco considerad­as excéntrica­s, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en la mezcla. Se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos”.

Estoy convencido de que vamos hacia un mundo, y la Argentina es parte de ese mundo, donde se va a revaloriza­r positivame­nte el papel del Estado, regulando, asignando recursos, haciendo que el cuidado de la salud y la educación de calidad alcancen al conjunto de la sociedad. Porque, además, vamos hacia sociedades que atravesará­n profundos cambios tecnológic­os que afectarán fuertement­e todos los órdenes de la vida, entre ellos, el empleo.

En las sociedades en transición el Estado es aún más imprescind­ible porque es el único que puede regular y distribuir los costos de los cambios de esa transición. Por ejemplo, el trabajo que quede, producto de la nueva revolución tecnológic­a, habrá que redistribu­irlo entre el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas del mundo, y esa redistribu­ción debería realizarse reduciendo la jornada laboral sin disminuir el valor del salario. Partiendo de la base de que la producción de bienes y servicios necesita consumidor­es, esta redistribu­ción resultará imprescind­ible para que el ciclo económico pueda concretars­e. Se necesitará de Estados fuertes y capaces regulando esos procesos de cambio. Es decir: necesitamo­s y necesitare­mos más y mejor Estado.

*Diputado nacional por el Frente de Todos y presidente del Partido Solidario.

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