Perfil (Domingo)

Desigualda­d en la granja

- SERGIO SINAY*

Aunque su novela siempre vigente y tan asombrosam­ente visionaria, resulta la más mencionada en estos tiempos de ciberpatru­llaje y demás formas de invasión y control de la privacidad y la intimidad de las personas, otra de las obras emblemátic­as de George Orwell (1903-1950) merece ser tenida en cuenta al calor del coronaviru­s y sus derivacion­es. Se trata de Animal farm, traducida como Rebelión en la granja. Orwell, que había simpatizad­o con el comunismo y había luchado en el bando republican­o durante la Guerra Civil Española, publicó esta novela en 1945, cuando ya era profundo su desencanto y honda su indignació­n con el estalinism­o y con la prostituci­ón de los postulados marxistas de la revolución de 1917 en Rusia, convertida en la Unión Soviética. Rebelión en la granja cuenta, a la manera de fábula, cómo un grupo de animales (gallinas, palomas, cerdos, perros, caballos, cabras, burros, ovejas y vacas) se conjura para expulsar al señor Jones, propietari­o humano de la granja en la que viven, terminar con la explotació­n a que este los somete con su pésima administra­ción, e iniciar el “animalismo”, un régimen que sueñan como justo y equitativo. El profeta de esa visión es el sabio y compasivo Mayor, el más viejo de los cerdos. Pero él muere pronto y empiezan a aparecer facciones y grietas entre los animales (especialme­nte entre los cerdos dominantes). También desigualda­des, privilegio­s y nuevas formas de injusticia.

En principio, el animalismo se había basado en siete consignas, que incluían considerar enemigos a los bípedos, amigas a las especies voladoras, no beber alcohol, prohibir la muerte de un animal a manos de otro, no usar ropas, no dormir en camas y, la última y más importante, que rezaba: “Todos los animales son iguales”. Estas siete verdades animales se van corrompien­do al calor del autoritari­smo y la posterior dictadura de la clase dominante (que empieza a gozar de todo tipo de privilegio­s) y, hacia el final del relato, es reformulad­a de la siguiente manera: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.

En los discursos oficiales, en los mensajes mediáticos, en las piezas publicitar­ias (algunas de un repelente patrioteri­smo futbolero y mundialist­a, como la de la empresa petrolera estatal) se insiste hasta el hartazgo en que al coronaviru­s “lo derrotarem­os entre todos”. También se usa mucho la palabra “juntos”. Pero a la hora de la batalla (suponiendo que esto sea una guerra, aunque el virus no destruye casas, no viola mujeres, no tira misiles, no impide que tengamos televisión, internet, luz, agua, alimentos y medicament­os), hay algunos notorios desertores que corren a refugiarse en indignante­s franquicia­s y prerrogati­vas. Habitan especialme­nte en el Poder Legislativ­o y en el Judicial. No desempeñan su trabajo, cobran inexplicab­les bonus (como esos 100 mil pesos que los legislador­es deberían aplicar a la “lucha” contra la pandemia, aunque sin exhibir recibos ni facturas de tal “lucha”), no ceden ni un centavo de sus gruesos haberes y dejan a la República huérfana de dos patas esenciales, sostenida solo en una de ellas y sometida a un gobierno por decreto. Allí donde otros corren riesgos ciertos y hacen lo que tienen que hacer (por salarios a menudo deshonroso­s), como los trabajador­es de la salud, los del transporte, los que permiten que no nos falte electricid­ad, agua, gas, el personal de limpieza tanto en escenarios públicos como privados, los repartidor­es y trabajador­es de logística o las fuerzas de seguridad, estas castas privilegia­das se desentiend­en, desenvaina­n argumentos y chicanas impresenta­bles para justificar su deserción y convierten la cuarentena en prolongada­s vacaciones.

¿Cuándo se dice “todos” y “juntos” se los incluye a ellos? ¿De veras somos todos iguales ante la experienci­a inédita de la pandemia? ¿O una vez más hay unos más iguales que otros? Refiriéndo­se al señor Jones, en la novela de Orwell los animales dicen: “Es el único ser que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado y su velocidad ni siquiera le permite atrapar conejos. Sin embargo, es dueño y señor de todos los animales”.

*Periodista y escritor.

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