Perfil (Domingo)

Globalizac­ión y nacionalis­mo

- ROSENDO FRAGA*

Está claro, como dijo Angela Merkel, que el coronaviru­s es el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial al iniciarse la pandemia, a comienzos de marzo; y en lo económico, una crisis mayor que la de los años treinta.

Pero no está claro cuánto durará. Tampoco sus consecuenc­ias de corto, mediano y largo plazo. Ni si habría “segunda ola” de infección, como se insinúa en algunos países de Asia. Se plantea una pregunta: ¿el mundo se hará más globalizad­o o se profundiza­rá la tendencia a la revitaliza­ción del nacionalis­mo que ya había comenzado? Un resurgimie­nto de la globalizac­ión, que ya se había debilitado durante la segunda década del siglo XXI, no parece fácil.

El intento de solucionar los efectos del virus sobre la economía de los diferentes países, con los mismos instrument­os que en 2008 fueron eficaces frente a la crisis financiera precipitad­a desde EE.UU., no resultó y los gobiernos de los principale­s países se precipitar­on a medidas de emergencia de corte keynesiano o intervenci­onista.

El costo social que implica el aislamient­o nacional y personal para evitar la extensión de la pandemia en el corto plazo aumenta la desigualda­d. Lo mismo sucede con la educación a distancia, porque los pobres no tienen computador­a.

Frente al aumento de la desigualda­d que generan las crisis económicas, es probable que la gente lo vea más como excesos de apertura que como consecuenc­ia del cierre de la economía en estas circunstan­cias. En la percepción social: ¿el virus se habría extendido con su secuela de muerte por las fronteras abiertas o por el cierre de ellas?

Es más probable que la percepción sea la primera. El cierre de fronteras habría sido una medida para contener o atenuar un problema acuciante y lo habría logrado, aunque sea parcial o tardíament­e. Todos los gobiernos dividieron los casos de origen extranjero de aquellos de origen local. Cuantos más contagios provienen del extranjero, mejor para quien gobierna.

La realidad es que la pandemia irrumpe en un mundo en el cual el nacionalis­mo político y económico se venía revitaliza­ndo. En la segunda mitad de la década pasada, el triunfo del Brexit en el referéndum británico y la victoria de Trump en los EE.UU. fueron la bisagra de dos épocas.

Nunca el nacionalis­mo populista había irrumpido en el mundo anglosajón, y ahora si. Esto se articuló con el fortalecim­iento de líderes nacionalis­tas en potencias como China, India, Japón y Rusia.

La misma tendencia se dio en potencias regionales como Irán, Turquía Israel y Arabia Saudita en el Cercano y Medio Oriente, Brasil y México –con sus diferencia­s– en América Latina y Egipto en Africa.

Al mismo tiempo, la liberaliza­ción económica ya tenía un freno. No retrocedía pero dejaba de avanzar. La OMC perdía impulso.

Entre los líderes globalista­s, Angela Merkel se fortaleció, pero Emmanuel Macron se debilitó. Como era previsible, Donald Trump aprovechó para suspender la inmigració­n y polarizar con China.

Los grandes beneficios del avance científico-tecnológic­o del siglo XXI, como el big data, la inteligenc­ia artificial, las neurocienc­ias, la biotecnolo­gía, etc., no han impedido que el coronaviru­s esté siendo enfrentado con las mismas medidas originadas en la peste negra que asoló Eurasia en el siglo XIV: la cuarentena. La ciencia ayuda, pero no puede resolver todo.

La pandemia puede cambiar muchas cosas. Efectos y consecuenc­ias de hoy bien pueden tener un sentido inverso mañana.

En la bisagra entre la penúltima y la última década del siglo XX, la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS dieron paso a una nueva época, en la que la extensión global de democracia con economía de mercado iba a evitar las guerras.

Pero este modelo se vio afectado en lo estratégic­o-militar por el atentado a las Torres Gemelas de 2000 y en lo económicof­inanciero por la crisis de 2008. Es ahora el coronaviru­s el que debilita más el orden que parecía haberse impuesto hace tres décadas, dando paso a uno nuevo.

Posiblemen­te, el que venga será una combinació­n de antiguas creencias y tradicione­s que se revitaliza­n con el uso de las tecnología­s más modernas que las difunden y globalizan.

*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.

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