NOTA DE TAPA
Cohen con su saga de novelas y cuentos acerca del llamado “Delta Panorámico” y su futuro instalado, donde lo peor ya quedó atrás.
Los 90 anuncian el final que se perfila en la próxima década, con el libro antologado por Juan-Jacobo Bajarlía titulado El fin de los tiempos. En 1992, Sergio Chejfec publicó la novela El aire, en la que la civilización parece descomponerse a medida que se avanza en el relato. El personaje de la novela, un tal Barroso, se hace una pregunta esencial para el género: “¿Cuánto dura el presente?”. Algo sobre lo que muchas personas, en esta larga cuarentena, no han dejado de interrogarse. Un año después se publicó el clásico indiscutido del género: Anatomía humana, de Carlos Chernov, novela merecedora del Premio Planeta, recientemente reeditada por InterZona. Chernov volvió a la carga con su reciente libro El sistema de las estrellas (2017), en que la humanidad, tras un apocalipsis climático, traza una línea definitiva entre la riqueza y el proletariado.
En 1997 coinciden otros dos clásicos del género, la novela de Eduardo Blaustein Cruz diablo que, desde el futuro, interpela el pasado salvaje de la
Argentina y Plop! de Rafael Pinedo. Novela sin concesiones, brutal, absolutamente eximia en su brevedad y contundencia. Pinedo pone en boca de un personaje la frase lapidaria: “Comer no es divertirse, es sobrevivir”.
Luego de ese ensayo del apocalipsis que fue para la Argentina el año 2001, Sergio Gaut Vel Hartman seleccionó y publicó en 2005 la antología de cuentos distópicos Mañanas en sombras, en el que podemos destacar el cuento de Alejandro Alonso Disneylandia el de Eduardo J. Carletti, Sin nombre. Ese mismo año también se publicó otro clásico, El año del desierto, de Pedro Mairal. Novela que resume, como ninguna, las crisis cíclicas que asolan a nuestro país.
yAl final de la década se destacan los aportes de Distancia de rescate (2014) de Samanta Schweblin, la premiada ópera prima de Ariada Castellarnau, Quema (la autora, en rigor, es española, pero vivió muchos años en el país y lo siente como su segunda patria), Un futuro radiante (2016) de Pablo Plotkin, Mondo Cane (2016) de Pablo Martínez Burkett, Los perros de la Nación (2018) de Christian Boyanovsky Bazán y El chévere venturante Mr. Quetzolt de Arisona (2018) de Juan Simeran. Por su estilo, ambientaciones podridas y mutantes, también hay que señalar la obra de autores como Matías Bragagnolo, Ricardo Romero, Leonor Nañez, Martín Durand, Mariana Enríquez, Esteban Dilo, Diego Arandojo, Gonzalo Santos o Javier Ragau, que coquetean con paisajes derruidos, intrínsecos o no a los personajes que frecuentan sus narrativas. Porque el fin del mundo, muchas veces, es también un modo de percibir. Si algo nos enseña este breve pero completo repaso es que la literatura apocalíptica argentina está lejos de agotarse. Más bien parece muy cerca de explotar en una nueva narrativa, sembrada de pústulas creativas.
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