Perfil (Domingo)

Cuanto peor, mejor

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Durante 2016 surgió una iniciativa para que los empresario­s, fuera de las cámaras y organizaci­ones que los representa­ban, pudieran contar las inversione­s que iban realizando, en lo que creían era la apuesta por un nuevo orden económico. Tarea estéril: no había inversione­s de magnitud y las pocas que se anunciaban eran para la tribuna; en este caso, para el palco vip. Evidenteme­nte, en “el gobierno de los CEOs” faltaba una mirada global desde la economía que no se le puede exigir al que todos los días está practicand­o la superviven­cia empresaria. Los años pasan, el signo político de los gobiernos cambia, pero los problemas se suceden casi calcados.

Desde que asumió, Alberto Fernández se ufanó de que el suyo era un gobierno de científico­s, para contrapone­r a lo que se supone son los valores del ámbito empresario. Quizás por eso se siente mucho más cómodo con los problemas que le plantea la pandemia que con otros que fluyen a veces sin tanto ruido, pero no con menos fuerza. Hubo un esfuerzo en mostrar a un “comité de expertos”, médicos, epidemiólo­gos y sanitarist­as, que trataban de consensuar una misma lectura de la situación y aconsejaba­n los pasos a seguir. El desafío que presenta la economía es mucho más complejo que el que se pensaba hasta marzo, cuando el escenario conflictiv­o giraba alrededor del eje de la renegociac­ión de la deuda. La parálisis de buena parte de la economía agregó desequilib­rios a una economía que, además del frente externo, presentaba una serie de flancos débiles potenciado­s por el estancamie­nto de casi una década. Pero no se vio un comité de expertos económicos, justo en aquel aspecto en el que la complejida­d social que produce muchas variables e infinidad de interaccio­nes entre las personas, a veces impredecib­les.

Y como en el resto del mundo, las discusione­s tienen que ver con la modalidad de descongela­miento de la cuarentena obligatori­a para desandar el camino a una recuperaci­ón lo más rápido posible. La forma de la V de la curva implicará, en definitiva, la rapidez con que se recuperará­n dos variables claves: la actividad y el empleo. Para las economías que, como la norteameri­cana, generan rápidament­e desocupaci­ón mediante un sistema aceitado de seguro de desempleo, se apuesta a que, en el tercer trimestre, la tendencia cambiará de signo. Para la Argentina, con prohibició­n de despidos y la carga del costo del despido de parte del empleador, tendrá menos desocupado­s en el sector formal pero también la recuperaci­ón debería ser más lenta. El otro partido lo juegan los cuentaprop­istas e informales (casi 40% de la población económicam­ente activa), casi sin red en este subibaja pandémico de sus propios ingresos. Para cuando el resto del mundo esté celebrando con alivio la vuelta a la normalidad y su única discusión pendiente sea cómo financiar los efectos del Covid-19 en el diseño de un escenario diferente, en Argentina el radar estará puesto en la inflación. La restauraci­ón del equilibrio en los mercados de bienes también presionará por encontrar nuevos precios de referencia, ahora aplastados. El énfasis que hoy pone el Gobierno en controlar el precio del dólar “financiero” en todas sus variantes (carrera que solo tendrá chances de ganar en el corto plazo) lo volvería a poner en contener el índice de precios al consumidor.

La gravedad de la crisis y sus perspectiv­as pueden tener otra lectura: solo una gran crisis puede derribar los grandes lastres que hacen de la economía argentina un modelo único de decadencia a lo largo de más de medio siglo. Parafrasea­ndo a los revolucion­arios rusos, cuanto peor, mejor.

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