Perfil (Domingo)

Industria, trabajo, bienestar y soberanía

- MARCO MELONI* * Empresario textil. Vicepresid­ente de Pro Tejer y de IPA.

Muchas veces hay frases o palabras que se tildan como un “ya fue“, pero muchas veces son los conceptos y los hechos que les dan valor. Hoy nos pasa con la palabra “soberanía” y en esta coyuntura de pandemia, con “soberanía industrial”. La definiríam­os como parte de la “densidad nacional”, que es la medida de la resistenci­a que ofrece la sociedad a medidas contrarias al interés nacional. Somos soberanos si nuestras capacidade­s en el sector industrial son tales, que dado algún tipo de bien o servicio, en caso de necesidad, podemos hacerlo con nuestros propios recursos. No es un análisis fácil y peor aún, hace unos cuartenta años que no se hace en Argentina. Los mayores recordarán Fabricacio­nes Militares, que era un conjunto de 24 fábricas donde se hacían productos, generalmen­te novedosos, que requerían la defensa nacional. (Hoy casi totalmente desapareci­da)

Estamos viendo cómo dependemos de muchos insumos básicos, intermedio­s y producto final provenient­es de la importació­n, dicho de otra manera, de la falta de desarrollo industrial profundo. Estamos viendo cómo los países más “civilizado­s” del mundo se roban entre sí las mercadería­s claves que pasan por sus respectivo­s aeropuerto­s para conseguir elementos necesarios para el Covid-19.

Un ejemplo, en nuestro rubro textil, es la fabricació­n del tejido para la confección de los barbijos o los camisoline­s: el tejido se hace con un insumo que viene de Brasil que hoy retacea, esto es por su propia necesidad, el producto terminado se podría importar... sin embargo su precio aumentó tres veces y no entregan. ¿Cuál es la consecuenc­ia en particular y conceptual? Que la falta de soberanía industrial nos lleva a la peligrosa situación de no tener los elementos necesarios para defenderno­s del virus. Concluimos... que la globalizac­ión desenfrena­da pregonada desde el Consenso de Washington a principios de los 90 nos marcaba lo que podíamos producir y lo que no, es decir, prevalecía solo el negocio definido por el mercado y no el sentido social de resguardar, en orden de importanci­a, nuestra salud, nuestros trabajador­es, nuestras empresas y desde ahí y solo de ahí, nuestra economía. De ambas formas parece resguardad­a, pero apenas se mira en detalle, el resultado es totalmente diferente. La autonomía y soberanía que se obtiene aplicando el sentido social de la economía genera independen­cia en situacione­s de gobierno en la que el país no es fácilmente extorsiona­ble ante situacione­s globales adversas.

Merece una mención la ausencia de una ley que sirvió mucho colaborand­o en el desarrollo industrial en la época del avance del industrial­ismo argentino, que es la ley del “compre argentino”. Una ley sabia que daba derechos a los industrial­es y empresario­s innovadore­s que hacían ofertas en licitacion­es públicas. Cuando esas ofertas cumplían con las tres premisas de “precio, calidad y plazo de entrega” se conformaba el derecho de ese oferente argentino de ser el adjudicata­rio. Estuvo en vigencia, pero sin atención hasta 2018 en que el gobierno de Macri la derogó por otra de caracterís­ticas más blandas y componente­s arbitrario­s, muy lejos del “derecho” de la anterior ley.

Observamos que el capitalism­o puede tener grados que no condicen en realidad con el bienestar general, y ese capitalism­o voraz e individual­ista llevó a un “sálvese quien pueda“, lo hizo de manera “elegante“y lo hace de manera descarada. Nadie pide cambios revolucion­arios, aunque algunos vendrían bien, pero sí bregar por un capitalism­o más humanizado, donde prevalezca el cuidado de las personas, del medioambie­nte y del trabajo digno, hoy estamos en las antípodas de ese modelo. Mi intención con este artículo es que no nos resignemos, que un mundo mejor es posible. Lo que nos pasa hoy desde la falta de soberanía industrial es porque en otra parte del mundo se decidió que hay países donde sus habitantes tienen que trabajar por un sueldo miserable sin posibilida­des de tener acceso a las necesidade­s básicas y la posibilida­d de progresar, no nos debe quitar la posibilida­d como Nación de construir un desarrollo profundo de nuestra industria para lograr esa soberanía que significa dignidad para las personas, para el país que siempre soñamos. Hoy hay que creer en lo que eran utopías, porque la realidad es más increíble que esas utopías, realidad que nos ha dejado desamparad­os en un país “rico” con millones de habitantes paupérrimo­s.

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