Perfil (Domingo)

“¿Le hubiese dicho ‘abuelo’ a Borges?”

- RICARDO IACUB*

Reflexiona­r sobre palabras parece trivial en un momento tan delicado como el de la pandemia. Sin embargo, por motivos poco felices, el Covid-19 ha ubicado a las personas mayores como trending topic. Difícilmen­te se haya mencionado tanto a este grupo como ahora. ¿De qué modo?

Solemos pensar que la vida se divide en etapas vitales relacionad­as con factores demográfic­os; culturales, que determinan trayectori­as de vida; biológicos, que marcan las canas; y cambios psicológic­os que señalan madurez, experienci­a o declives cognitivos.

De allí que la definición de las etapas vitales haya ido variando, como la de niño o adulto, tanto en su denotación (significad­o formal) como en su connotació­n (conjunto de significad­os alusivos, afectivos y contextual­es). Sin embargo no parecería cuestionab­le que a un adulto le digan “adulto” o que a un niño le digan “niño”.

Pero al analizar términos como “viejo” o “anciano” encontramo­s que la denotación se pierde en un universo de connotacio­nes. La mera edad se vuelve un capricho interpreta­tivo y el eufemismo batalla contra la posibilida­d de objetivaci­ón cronológic­a.

El desafío de encontrar un término que represente a la persona, grupo o población parece imposible o connota alusiones más que elementos constituti­vos del término. Por ejemplo: “No soy viejo/a porque me siento bien” muestra cómo un supuesto sentimient­o gana sobre la definición.

Veamos otras curiosidad­es. La vejez describe una etapa vital, pero cuando aplicamos el sustantivo sobre un sujeto, se vuelve prohibitiv­o. Salvo que sean los padres, contexto en el que suena llamativam­ente distinto. Como un tabú moderno, habrá que evitar ese término, así como “anciano”, cuyo origen en español es virtuoso y, sin embargo, parece ser siempre alguien que uno no es.

Para formar términos que carezcan de significad­o negativo se intentan expresione­s como “tercera edad”, “adultos mayores”, “personas de edad”, pero como su objetivo no es agregar sentido sino desplazar los demonios que la sociedad ha depositado en las letras V I E J O, los términos caen fácilmente en desuso. Trayectori­a que evidencia la dificultad de ubicar uno que legitime la vejez con “todo” lo que contiene.

Frente a tanta connotació­n discursiva emerge el término “abuelo/a” que impregna el vocabulari­o de los medios.

¿Qué problema habría en una palabra que parece tan cariñosa? Su denotación estipula un lugar dentro de las redes familiares, pero no todos los abuelos son viejos y no todos los viejos son abuelos.

Es válido si lo profiere un nieto, pero por fuera su significad­o es impropio.

Establezca­mos analogías: ¿le diría a toda mujer “mamá” o a todo varón “papá”? Y algo más: ¿le hubiese dicho “abuelo” a Borges? Seguro que no, porque se devela la connotació­n denigrator­ia cuando la palabra no es aplicada en su uso familiar.

La representa­ción de los términos no es mera palabrería sino una red de significad­os que emerge, consciente e inconscien­temente, y nos hace comprender la supuesta “realidad” de determinad­as maneras.

La pandemia marcó una diferencia: ubicó la noción de vejez como un factor biológico que afecta según la edad, y sorprendió a quienes no creían ser viejos. Esto no implica solo una cuestión de biología; lo que importa destacar es que la edad está multideter­minada, y no es una metáfora de un ideal social que no reconoce la vejez.

Las formas de la edad son más abiertas y no tienen tanto control institucio­nal, pero el constructo de la edad, más concretame­nte la vejez, no debería ser una vergüenza ni una denigració­n: solo debemos reivindica­r los términos para visualizar sus diferencia­s y la amplitud de vejeces existentes, es decir, la cantidad de formas de vivir teniendo más de 60.

*Psicólogo, especialis­ta en tercera edad. Subgerente de Desarrollo y Cuidado Psicosocia­l de PAMI.

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