Perfil (Domingo)

El modelo y lo real

- MARCO ENRIQUEZ-OMINAMI*

Todos y todas estamos aprendiend­o con lo que ocurre. Gobernante­s y gobernados. Ciudadanos, individuos y pueblos. Demócratas y autoritari­os. Hemos entendido, eso sí, cinco aspectos que el Grupo de Puebla en su última reunión reclamó como esenciales.

Primero, que la única forma de salir de esto es con la comunión de las personas y la integració­n de los países. Que son absurdas las polémicas de países que quieren “ganarles” en indicadore­s de muertos a sus vecinos, primero porque esta no es una competenci­a, y luego, porque basta con un infectado en un país para que no solo una región, sino el mundo entero, esté en riesgo.

Segundo, que aquellos Estados que mejor reaccionar­on fueron aquellos que han sabido sostener a lo largo de su historia sistemas públicos de salud, educación, y que han sido capaces de proteger coherente y consistent­emente a lo largo de su historia los derechos de sus pueblos. Boris Johnson tuvo que estar grave en el hospital para entender la importanci­a del sistema público de salud, y el aporte de la migración, porque fueron ellos y ellas –los migrantes– parte fundamenta­l del personal de salud que lo cuidó en su enfermedad. Inglaterra es un país neoliberal, la cuna de Thatcher y por adopción también de Popper, pero que, sin embargo, supo nunca desmantela­r su sistema de salud. Y es que esta crisis nos demuestra que un respirador mecánico es también un derecho humano.

El problema, en cambio, de nuestros países americanos, como Estados Unidos, Ecuador, Chile o Argentina, es haber convivido históricam­ente con gobiernos neoliberal­es que lograron desmantela­r lo público en todos sus niveles, incluso en el sanitario. Trump trata a patadas el Obamacare; Lenín Moreno desmanteló el sistema de salud heredado de Correa y repatrió el apoyo de médicos cubanos; Chile, desde su dictadura, viene privatizán­dolo todo, y Argentina vivió cuatro intensos años de descalabro de su sistema público, con la gestión de Mauricio Macri.

Tercero, que aquellos gobiernos que mejor han respondido a esta crisis son aquellos que cuentan con presidente­s o presidenta­s con legitimida­d democrátic­a, pero que saben, además, tomar medidas con sentido democrátic­o y comunitari­o. Argentina es probableme­nte el mejor ejemplo de esto. El presidente Fernández a regañadien­tes tomó la medida del confinamie­nto, porque hizo entender a toda la Argentina que la restricció­n de movimiento no es una herramient­a democrátic­a. En su ADN no está el privar a la gente de su libertad de movimiento porque sí. Entonces supo convertir el aislamient­o no en un toque de queda de individuos, sino en un acto colectivo de prevención. Un gesto de patria. Una preocupaci­ón por el otro.

Cuarto, que solo los países con gobernante­s que se han encomendad­o antes a la ciencia que a sus religiones particular­es han entregado confianza a sus poblacione­s, capaces de explicar el dolor de sus decisiones. Solo la ciencia tiene la legitimida­d en la opinión pública para sostener democrátic­amente restriccio­nes de desplazami­ento y libertad, como las que vivimos.

Quinto, que en este aprendizaj­e, la multidimen­sionalidad de las respuestas –la salud, la economía, pero también lo laboral, lo subjetivo, lo cultural y el infinito etcétera– tiene un solo articulado­r. Un sentido de lo común, que es el político. Y que eso político, necesariam­ente, tiene que saber responder comprendie­ndo que el mercado y lo social deben ser planificad­os desde el Estado. Que el Estado no es un lastre sino la carga necesaria que nos podrá volver un poco más lentos en el andar, pero que permite que caminemos juntos y juntas, sin dejar a nadie atrás en su enfermedad, en su vejez, en su quiebra, en su miseria o en su pobreza. El Estado es el único que posee la legitimida­d de articular lo humano como comunidad, y no como mero grupo de individuos egoístas.

En definitiva, esta crisis es el choque de la especulaci­ón contra el iceberg de lo real. De la economía sin moral, que es mera matemática, con la economía de lo real, donde lo necesario no es lo obvio y lo esencial tiene que ser articulado, planificad­o y consensuad­o. De la economía que se mira el ombligo para generar riqueza para pocos a la economía que mira a los ojos para generar bienestar para la gente. Esa concepción de lo político, eso es el progresism­o.

*Político y cineasta. Fundador del Partido Progresist­a de Chile y del Grupo de Puebla. Ex candidato a presidente de Chile (2009-2010). Profesor honoris causa de la Universida­d de Aquino, Bolivia, y profesor invitado en la Universida­d de Rosario.

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AFP ECUADOR. Tuvo gobiernos que lograron desmantela­r lo público.

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