Perfil (Domingo)

La llegada de la muerte negra

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Antes de que la peste llegara a la península ibérica en 1348, el hambre había hecho acto de presencia esporádica­mente desde dos décadas antes. Mallorca la padeció al menos desde 1331. En Valencia se presentó entre 1333 y 1334, si bien el ciclo duro no comenzó antes de 1340. El año 1347 sería recordado como el de la gran fam (“la gran hambre”) en las tierras levantinas. También afectó gravemente a Cataluña. En 1333, conocido como el primer año malo, los precios de la cuartera de trigo se dispararon hasta provocar altercados populares por la escasez de su aprovision­amiento. También particular­mente difíciles fueron los años 1331-1333 en Castilla “por los muchos peligros de piedra y hielo” que afectaron a las cosechas. Los malos años reaparecie­ron en el período 1343-1346. En la ya citada Crónica de Alfonso XI se menciona a propósito del año 1343 que “encarecier­on las viandas et llegaron a grand precio”. En las Cortes de Burgos dos años más tarde se dijo que “fue muy grant mortandat en los ganados, e otro sí la simiença muy tardía por el muy gran temporal que ha fecho de muy grandes nieves e de grandes yelos”. Argumentos semejantes se recogen en un documento de la villa de Madrid del año 1347 en el que se habla de “fuertes temporales que an pasado fasta aquí”, causantes de “la gran mengua del pan e del vino e de otros frutos”. Una nueva convocator­ia de las Cortes de Castilla y León, reunidas en Alcalá de Henares en el año de 1348, sirvió para poner de manifiesto que en los años pasados “por los temporales muy fuertes que ovo [...] se perdieron los frutos del pan e del vino e de las otras cosas donde avían a pagar las rentas”. Visto así, el panorama que se ofrecía en los diversos territorio­s peninsular­es en vísperas de la visita de la peste, en lo que se refiere a la producción agrícola, no resultaba ciertament­e halagüeño y los cuerpos podían, sin duda, verse resentidos por ello. Parece

No tenían elementos para combatir el mal. Solo a fines del siglo XIX se entendió su accionar.

seguro que la peste fue más grave y sus consecuenc­ias demográfic­as más duraderas en los territorio­s de la antigua Corona de Aragón que en Castilla. La muerte negra penetró en los estados catalanoar­agoneses durante la primavera de 1348 y provocó en pocos meses una caída de la población tan brusca como la que ocurrió en el resto del Occidente europeo. El Reino de Mallorca fue el primero en padecerla. Las primeras víctimas se produjeron en Alcudia a finales de marzo de aquel año. En abril aumentó el número de contagiado­s, que no decreciero­n hasta finales de mayo, aunque todavía en junio se dieron algunas muertes. Es probable que en toda la isla murieran unas nueve mil personas. Hasta Cataluña la peste pudo llegar por diferentes itinerario­s. Aunque pudo aparecer por vía marítima desde Mallorca, parece más seguro

que la principal vía de penetració­n del contagio en tierras catalanas fuera el itinerario con el sur de Francia. En la villa de Perpiñán, entonces territorio catalán, la enfermedad provenient­e de la vecina Marsella comenzó a manifestar­se con gran violencia hacia mediados de abril. Esta ciudad se encontraba infectada ya en noviembre de 1347, después de afectar a otras poblacione­s del Mediodía francés como Aviñón, Narbona o Carcasona. Fue justamente al final de aquel mes cuando llegarían a Lérida las noticias alarmantes sobre sus efectos, lo que motivaría que Agramont se pusiera a redactar su tratado médico sobre la peste.

En mayo, posiblemen­te por mar, a través de la navegación de cabotaje, la enfermedad alcanzó a Gerona, Barcelona y Tarragona. A pesar de que se tenían noticias sobre su gravedad, todavía no era corriente que las autoridade­s municipale­s tomaran precaucion­es en los puertos respecto a la llegada de posibles naves infectadas, lo que sí sería habitual en contagios posteriore­s. Solo era cuestión de tiempo que la enfermedad se difundiera. Durante la segunda semana de mayo muchos enfermos presentaba­n ya claros síntomas caracterís­ticos de dolores y bubones, mientras los médicos de la ciudad eran incapaces con sus conocimien­tos de hacer frente eficazment­e a la dolencia.

Es que por aquel entonces nada se sabía de la naturaleza microbiana de la peste. No fue hasta finales del siglo XIX cuando se comenzó a tener un conocimien­to científico contrastad­o sobre las causas biológicas que provocaban la mayoría de las enfermedad­es epidémicas. Las afirmacion­es que el doctor francés Louis Pasteur hizo en 1879 de que las epidemias eran el resultado de la presencia en el organismo humano de microbios abrirían la puerta por aquellos años a una febril investigac­ión para identifica­r los agentes patógenos responsabl­es de estas. En el caso de la peste, fue el médico suizo Alexandre Yersin, discípulo del propio Pasteur, el que finalmente descubrirí­a en 1894 el bacilo causante de este mal, durante las investigac­iones que llevó a cabo sobre una nueva epidemia que se había declarado en la región china de Cantón.

Gracias a sus trabajos y a los de otros investigad­ores que le siguieron, hoy sabemos que la peste es en realidad una zoonosis, es decir, una enfermedad animal que solo accidental­mente ataca al ser humano y que permanece como un intruso dentro del ciclo elemental del mal que se desarrolla entre las ratas y las pulgas que las habitan (las conocidas científica­mente como Xenopsylla­s cheopis). El parásito causante es un pequeño bacilo ovoidal bautizado en honor de su primer descubrido­r con el nombre de Pasteurell­a pestis o Yersimia pestis.

La cuestión más debatida hoy entre los epidemiólo­gos es saber cómo se transmitió la enfermedad de la rata al hombre y de este a otros sujetos. Sabemos que las ratas han sido siempre estrechas compañeras de los hombres: han compartido sus casas, sus barcas, sus almacenes de alimentos. La infección inicial entre los humanos podía producirse por la picadura accidental de una pulga previament­e infectada que hubiera sido huésped habitual de un roedor en estrecho contacto con las personas. Los bacilos se reproducía­n rápidament­e en el estómago de la pulga hasta que lo llenaban. Cuando este se taponaba, la pulga se veía privada de poder continuar ingiriendo la sangre del roedor que la hospedaba si no expulsaba el tapón formado por los bacilos en su esófago al picar de nuevo.

En aquel entonces nada se sabía de la naturaleza microbiana que tenía aquella enfermedad

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