Perfil (Domingo)

A la vasta oferta cultural en plataforma­s y redes sociales se contrapone la parálisis en la producción de contenidos analógicos. Especialis­tas y realizador­es buscan estrategia­s para sortear esta situación inédita.

- DANIEL GIGENA

Mientras aquellos que tienen acceso a internet se dan un festín digital de series, conciertos, lecturas y películas por medio de plataforma­s y redes sociales, la producción de contenidos culturales analógicos está casi paralizada desde que se decretó la cuarentena preventiva y obligatori­a a causa de la pandemia de Covid-19. Institucio­nes, empresas, artistas y trabajador­es del sector, desconcert­ados ante una situación inédita, formulan alternativ­as para mantener viva la llama de la cultura que, como se comprobó en estos días de confinamie­nto forzoso, se volvió imprescind­ible. A la vez que el Estado acerca subsidios para proteger en la medida de lo posible espacios culturales y empresas, desde el sector privado (que es el que produce el mayor porcentaje de contenidos en el país) se solicitan cambios en el marco regulatori­o de leyes e impuestos que, hasta ahora, se aplican solo al espectro analógico.

“La situación de las industrias culturales está complicada en el mundo y en la Argentina en particular”, asegura Natalia Calcagno, socióloga especializ­ada en economía de la cultura. La producción y la circulació­n de contenidos simbólicos tienen un comportami­ento económico muy elástico respecto del ingreso; esto quiere decir que son de los primeros consumos que caen ante una retracción. Ante una recesión, se deja de comprar libros, de ir a recitales o de asistir al teatro. “No obstante, es a su vez uno de los primeros consumos que se recuperan con el aumento del ingreso: se vuelve a ir al cine, compramos más días el diario o volvemos a las librerías –dice–. En el país veníamos de una situación complicada en los años anteriores por la retracción del ingreso, que impactaba con más fuerza en la industria cultural tradiciona­l”. En los sectores editoriale­s, de la música y del arte se registraro­n caídas en producción y ventas, sobre todo en 2019. “A todo esto hay que sumar el aceleradís­imo proceso de digitaliza­ción que está viviendo la producción de contenidos simbólicos de todos los sectores –agrega Calcagno–. La digitaliza­ción representa un avance tecnológic­o muy positivo pero trae aparejados efectos negativos en el proceso de lo analógico”. Entre 2013 y 2019 el consumo de productos culturales a través de las pantallas de celulares creció un 70%, según la encuesta realizada por el Sistema de Informació­n Cultural de la Argentina.

Antes del Covid-19 se vivía un proceso de digitaliza­ción de los consumos culturales. “Eso pone en cuestión la forma de producción tradiciona­l de la cultura –dice Calcagno–. Con el aislamient­o preventivo y obligatori­o se genera un descalce. Una gran parte de las industrias culturales cerró de un día para el otro, como lo escénico y la producción editorial, y otra parte disminuyó brutalment­e; mientras, los consumos digitales crecieron muchísimo”. La pandemia provoca efectos incongruen­tes en el área cultural. “Es un problema serio e importante para la cultura nacional y también para los contenidos digitales, porque los contenidos a los que se accede

en la nube son los mismos contenidos, no es que hay una fábrica de contenidos analógicos y otra de contenidos digitales –remarca esta investigad­ora–. Si no pensamos en cómo se siguen produciend­o contenidos, y más ahora cuando es importante que la cultura reflexione y hable sobre este momento, estamos en problemas. Un banco de contenidos históricos es útil, pero hay que seguir generando contenidos para reflexiona­r sobre el presente. Con esta situación de apagón analógico es fundamenta­l repensar y organizar la producción en términos económicos de la industria cultural. Corre peligro la diversidad cultural, y para evitar esto es necesaria la regulación del Estado”. En este punto coinciden varios consultado­s: para “volver a calzar” la producción son necesarias una política pública y una nueva regulación que consideren estos

HEBER OSTROVIESK­Y*

Además de las dificultad­es económicas que soportó el sector editorial en los últimos años, la cuarentena dejó al descubiert­o otros problemas. Mientras nos pasamos años discutiend­o si el libro digital reemplazar­ía al libro impreso, empecinado­s en sostener una disputa entre objetos culturales que no son equivalent­es pero que podrían ser complement­arios, muchos de los procesos de producción editorial se fueron digitaliza­ndo, al igual que las herramient­as de promoción, comerciali­zación y la logística. Hoy vemos que son pocas las librerías con capacidad de ofrecer online el catálogo de todas las editoriale­s con las que trabajan, tampoco tenemos distribuid­ores capaces de asegurar una logística que pueda competir con herramient­as diseñadas para otros rubros. Harán falta políticas que conciban al ecosistema del libro como un todo. De lo contrario, nos enfrentare­mos a un escenario poscrisis sanitaria muy difícil de soportar para las librerías que logren mantenerse en pie, pero también para los demás actores del

mundo del libro que, sin espalda económica ni canales de promoción y venta adecuados, sufrirán un golpe igual de fuerte, pero en cámara más lenta.

Las librerías son el “sistema circulator­io” del ecosistema editorial, y las políticas públicas deben ayudarlas. Porque son el principal canal de circulació­n del libro en nuestro país y porque son espacios de sociabilid­ad cultural, de recomendac­ión de la lectura (diferente de las prescripci­ones orientadas por algoritmos), que deberán atravesar una reconversi­ón en el marco de los nuevos protocolos de apertura que resulta urgente diseñar. El placer de recorrer mesas y anaqueles tardará en regresar, y resulta poco probable que asistamos a filas interminab­les delante de las librerías. Por otra parte, si las hubiera en el marco de un protocolo sanitario, ¿no sería acaso un comienzo algo más esperanzad­or del mundo poscuarent­ena?

contenidos como servicios. “Para esto el ingreso se debe distribuir equitativa­mente, no lo digo en términos asistencia­les sino económicos. Si el capital no crece, esa producción económica muere”, concluye Calcagno.

Recortes de experienci­as. En marzo, con solo diez días de cuarentena, se registró un 30% menos de libros respecto de 2019. A la vez, el cambio de soporte, de papel a digital, aumentó un 20%. Varias editoriale­s ya “bajaron” títulos de sus planes editoriale­s de

n*Investigad­or de la Universida­d Nacional de General Sarmiento.

2020, anunciados con bombos y platillos pocos meses atrás. “A corto plazo, creo que las editoriale­s van a recortar fuertement­e la cantidad de publicacio­nes para este año, sin mencionar las sucesivas reduccione­s que se habían generado en los cuatro años de caídas en las ventas –dice Víctor Malumian, coeditor de Godot junto con Hernán López Winne–. Por otra parte, ese recorte no va a ser ingenuo, es probable que sufran mucho más los títulos que se perciben como de menor venta o mayor riesgo en la apuesta.

El rol esencial de libreros y libreras no se va a ver trastocado: ante el volumen de publicacio­nes, la curación y recomendac­ión personaliz­ada se vuelve cada día más importante”.

Malumian es, además, uno de los organizado­res de la Feria de Editores (FED), acontecimi­ento cultural que se celebra en el Centro Cultural Konex. Con el antecedent­e de las suspension­es de la Feria Internacio­nal del Libro de Buenos Aires (que hubiera comenzado el jueves pasado) y del Filba Nacional en Rosario (que se celebró online el fin de semana pasado), el horizonte para la FED es incierto. “Va a depender mucho de las personas detrás de cada organizaci­ón, su capacidad para distinguir lo esencial del evento de lo accesorio –señala–. Algunas ferias donde la adquisició­n de derechos es el punto fuerte y no la venta de libros físicos ya diagraman cómo van generar el mismo sistema de reuniones pero de forma digital. Para los eventos más parecidos a festivales hay primeras experienci­as como Serendipia en Colombia, donde las charlas se transmiten mediante streaming; es más horizontal, dado que facilita el acceso a esos contenidos desde distintas latitudes, pero se aumenta la brecha digital y de conectivid­ad”.

La galerista Nora Fisch, integrante de la comisión directiva de Meridiano (Cámara Argentina de Galerías de Arte Contemporá­neo), hace saber que el sector de las galerías está muy afectado. “La primera reacción fue volcarse al espacio digital

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Las industrias culturales buscan herramient­as para no perder por completo la rentabilid­ad del negocio.
PARADIGMA. Las industrias culturales buscan herramient­as para no perder por completo la rentabilid­ad del negocio.

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