A la vasta oferta cultural en plataformas y redes sociales se contrapone la parálisis en la producción de contenidos analógicos. Especialistas y realizadores buscan estrategias para sortear esta situación inédita.
Mientras aquellos que tienen acceso a internet se dan un festín digital de series, conciertos, lecturas y películas por medio de plataformas y redes sociales, la producción de contenidos culturales analógicos está casi paralizada desde que se decretó la cuarentena preventiva y obligatoria a causa de la pandemia de Covid-19. Instituciones, empresas, artistas y trabajadores del sector, desconcertados ante una situación inédita, formulan alternativas para mantener viva la llama de la cultura que, como se comprobó en estos días de confinamiento forzoso, se volvió imprescindible. A la vez que el Estado acerca subsidios para proteger en la medida de lo posible espacios culturales y empresas, desde el sector privado (que es el que produce el mayor porcentaje de contenidos en el país) se solicitan cambios en el marco regulatorio de leyes e impuestos que, hasta ahora, se aplican solo al espectro analógico.
“La situación de las industrias culturales está complicada en el mundo y en la Argentina en particular”, asegura Natalia Calcagno, socióloga especializada en economía de la cultura. La producción y la circulación de contenidos simbólicos tienen un comportamiento económico muy elástico respecto del ingreso; esto quiere decir que son de los primeros consumos que caen ante una retracción. Ante una recesión, se deja de comprar libros, de ir a recitales o de asistir al teatro. “No obstante, es a su vez uno de los primeros consumos que se recuperan con el aumento del ingreso: se vuelve a ir al cine, compramos más días el diario o volvemos a las librerías –dice–. En el país veníamos de una situación complicada en los años anteriores por la retracción del ingreso, que impactaba con más fuerza en la industria cultural tradicional”. En los sectores editoriales, de la música y del arte se registraron caídas en producción y ventas, sobre todo en 2019. “A todo esto hay que sumar el aceleradísimo proceso de digitalización que está viviendo la producción de contenidos simbólicos de todos los sectores –agrega Calcagno–. La digitalización representa un avance tecnológico muy positivo pero trae aparejados efectos negativos en el proceso de lo analógico”. Entre 2013 y 2019 el consumo de productos culturales a través de las pantallas de celulares creció un 70%, según la encuesta realizada por el Sistema de Información Cultural de la Argentina.
Antes del Covid-19 se vivía un proceso de digitalización de los consumos culturales. “Eso pone en cuestión la forma de producción tradicional de la cultura –dice Calcagno–. Con el aislamiento preventivo y obligatorio se genera un descalce. Una gran parte de las industrias culturales cerró de un día para el otro, como lo escénico y la producción editorial, y otra parte disminuyó brutalmente; mientras, los consumos digitales crecieron muchísimo”. La pandemia provoca efectos incongruentes en el área cultural. “Es un problema serio e importante para la cultura nacional y también para los contenidos digitales, porque los contenidos a los que se accede
en la nube son los mismos contenidos, no es que hay una fábrica de contenidos analógicos y otra de contenidos digitales –remarca esta investigadora–. Si no pensamos en cómo se siguen produciendo contenidos, y más ahora cuando es importante que la cultura reflexione y hable sobre este momento, estamos en problemas. Un banco de contenidos históricos es útil, pero hay que seguir generando contenidos para reflexionar sobre el presente. Con esta situación de apagón analógico es fundamental repensar y organizar la producción en términos económicos de la industria cultural. Corre peligro la diversidad cultural, y para evitar esto es necesaria la regulación del Estado”. En este punto coinciden varios consultados: para “volver a calzar” la producción son necesarias una política pública y una nueva regulación que consideren estos
HEBER OSTROVIESKY*
Además de las dificultades económicas que soportó el sector editorial en los últimos años, la cuarentena dejó al descubierto otros problemas. Mientras nos pasamos años discutiendo si el libro digital reemplazaría al libro impreso, empecinados en sostener una disputa entre objetos culturales que no son equivalentes pero que podrían ser complementarios, muchos de los procesos de producción editorial se fueron digitalizando, al igual que las herramientas de promoción, comercialización y la logística. Hoy vemos que son pocas las librerías con capacidad de ofrecer online el catálogo de todas las editoriales con las que trabajan, tampoco tenemos distribuidores capaces de asegurar una logística que pueda competir con herramientas diseñadas para otros rubros. Harán falta políticas que conciban al ecosistema del libro como un todo. De lo contrario, nos enfrentaremos a un escenario poscrisis sanitaria muy difícil de soportar para las librerías que logren mantenerse en pie, pero también para los demás actores del
mundo del libro que, sin espalda económica ni canales de promoción y venta adecuados, sufrirán un golpe igual de fuerte, pero en cámara más lenta.
Las librerías son el “sistema circulatorio” del ecosistema editorial, y las políticas públicas deben ayudarlas. Porque son el principal canal de circulación del libro en nuestro país y porque son espacios de sociabilidad cultural, de recomendación de la lectura (diferente de las prescripciones orientadas por algoritmos), que deberán atravesar una reconversión en el marco de los nuevos protocolos de apertura que resulta urgente diseñar. El placer de recorrer mesas y anaqueles tardará en regresar, y resulta poco probable que asistamos a filas interminables delante de las librerías. Por otra parte, si las hubiera en el marco de un protocolo sanitario, ¿no sería acaso un comienzo algo más esperanzador del mundo poscuarentena?
contenidos como servicios. “Para esto el ingreso se debe distribuir equitativamente, no lo digo en términos asistenciales sino económicos. Si el capital no crece, esa producción económica muere”, concluye Calcagno.
Recortes de experiencias. En marzo, con solo diez días de cuarentena, se registró un 30% menos de libros respecto de 2019. A la vez, el cambio de soporte, de papel a digital, aumentó un 20%. Varias editoriales ya “bajaron” títulos de sus planes editoriales de
n*Investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
2020, anunciados con bombos y platillos pocos meses atrás. “A corto plazo, creo que las editoriales van a recortar fuertemente la cantidad de publicaciones para este año, sin mencionar las sucesivas reducciones que se habían generado en los cuatro años de caídas en las ventas –dice Víctor Malumian, coeditor de Godot junto con Hernán López Winne–. Por otra parte, ese recorte no va a ser ingenuo, es probable que sufran mucho más los títulos que se perciben como de menor venta o mayor riesgo en la apuesta.
El rol esencial de libreros y libreras no se va a ver trastocado: ante el volumen de publicaciones, la curación y recomendación personalizada se vuelve cada día más importante”.
Malumian es, además, uno de los organizadores de la Feria de Editores (FED), acontecimiento cultural que se celebra en el Centro Cultural Konex. Con el antecedente de las suspensiones de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (que hubiera comenzado el jueves pasado) y del Filba Nacional en Rosario (que se celebró online el fin de semana pasado), el horizonte para la FED es incierto. “Va a depender mucho de las personas detrás de cada organización, su capacidad para distinguir lo esencial del evento de lo accesorio –señala–. Algunas ferias donde la adquisición de derechos es el punto fuerte y no la venta de libros físicos ya diagraman cómo van generar el mismo sistema de reuniones pero de forma digital. Para los eventos más parecidos a festivales hay primeras experiencias como Serendipia en Colombia, donde las charlas se transmiten mediante streaming; es más horizontal, dado que facilita el acceso a esos contenidos desde distintas latitudes, pero se aumenta la brecha digital y de conectividad”.
La galerista Nora Fisch, integrante de la comisión directiva de Meridiano (Cámara Argentina de Galerías de Arte Contemporáneo), hace saber que el sector de las galerías está muy afectado. “La primera reacción fue volcarse al espacio digital