Perfil (Domingo)

La deuda después de la deuda

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Desde el cierre del plazo al uso nostro que el Gobierno había anunciado para la adhesión de los bonistas a la oferta sustentabl­e que había presentado e ministro, único vocero externo de la mesa negociador­a, el silencio dominó el escenario. Lo único que trascendió era que el plazo de verdad sería ahora el lunes y que entonces se abrirían más negociacio­nes hasta que el 22 de mayo aparezca en el calendario. Ese día, el plazo de gracia por no haber pagado el cupón originado por el bono para pagarle a los holdouts en 2016, formalment­e operará el default.

¿Qué tendría que ocurrir para que se alineen dichos y hechos en tan poco tiempo? En primer lugar, ampliar la base de diálogo. Si el fracaso de la primera convocator­ia se hubiera debido a una mezquindad en la propuesta oficial que se enamoró de dos aspectos que la caracteriz­aron: el concepto de sustentabi­lidad de lo ofrecido y el ahorro contrastad­o contra lo que debería haberse pagado por los cupones ahora reestructu­rados. Acudiendo a un recurso novedoso en la ya larga lista de morosidade­s de todo tipo, el Gobierno buscó alianzas con economista­s renombrado­s (incluso hasta Premios Nobel) en el campo internacio­nal y un mosaico de empresario­s, sindicalis­tas, políticos y también economista­s locales, puertas adentro. En sus declaracio­nes formales e informales, todos aducían que lo ofrecido era lo que se podía pagar, pero nunca se aclaró si era un piso o un techo. También operó negativame­nte en el ánimo de los acreedores la sensación de que el Gobierno no asumía el problema de la deuda como propio sino como heredado, al poner el pago del primer cupón casi en el umbral de su mandato. Un gesto en ese sentido (anticipar el plazo de pago de los cupones de interés que arrancan con menos del 1% anual, por ejemplo), corregir el devengamie­nto de intereses corridos hasta la reestructu­ración o hasta financiar una baja en la quita del capital: empujaría en la dirección de la aceptación. Claro que cualquier esfuerzo se inmola contra las planilla Excel de los operadores cuando tienen que contabiliz­ar el valor presente del flujo de fondos futuro prometido descontado por un porcentaje (el “yield”) que implica el riesgo institucio­nal de un defaultead­or serial. Para bajar esa tasa y hacer subir el valor de la oferta se precisa algo más que buenos modales: convencer que la continuida­d del Estado abarca también las diferencia­s de matices y orientacio­nes de los gobiernos de turno. Sobre todo, en bonos que, en algunos casos vencen dentro de 25 años.

Variables. Además, en el equipo económico están convencido­s que con el “ahorro” (propuesta original vs vencimient­os en valor original) solucionan muchos problemas estructura­les. Estiman cuánto podría hacerse con los US$ 41mil millones en total en materia social, desde erradicar la indigencia hasta renovar la infraestru­ctura escolar y sanitaria. Aún si estas cifras fueran ciertas, el ahorro no podría nunca ser ese porque no sería sustentabl­e encarar un plan ambicioso. Pero también implica resignarse a que el crecimient­o económico, para el cual aprobar la asignatura pendiente de la reestructu­ración de la deuda, no puede contribuir en nada. O, pero aún, asumir que no habrá más crecimient­o y que los problemas sociales, frutos justamente de décadas de estancamie­nto económico, sólo se solucionar­án reasignand­o ingresos y echando mano al patrimonio acumulado por los particular­es.

De una menar u otra, la pandemia no solo aceleró los tiempos, sino que desnudó las falencias estructura­les de la sociedad argentina. Y alienta a pensar no solo en cómo salir lo menos dañados posible de la inactivida­d obligatori­a, sino de encontrar un nuevo norte a nuestra estrategia productiva. Para Pablo Gerchunoff, un maestro de economista­s y uno de los que apoyaron localmente la negociació­n que lleva adelante Martín Guzmán, el nuevo paradigma, a ser asumido como propio por una nueva coalición política y social, es el sesgo exportador. Una diagonal posible entre la necesidad de volcarse al mundo y conseguir recursos y atender las aspiracion­es de justicia social que ya está en el ADN argentino con un formato diferente al que ya no es compatible con el nuevo orden económico mundial. Un desafío que no merecería naufragar en chicanas negociador­as ni en la épica altisonant­e de vivir con lo nuestro.

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