Perfil (Domingo)

Nuevas normalidad­es

- MÁXIMO PAZ*

En 1981 el investigad­or norteameri­cano Paul Watzlawick publicaba su libro La realidad inventada. Y en una parte compartía la siguiente idea: algunas personas con enfermedad mental incipiente terminaría­n de perder la razón en el lugar donde deben curarse. ¿Llega un momento en que ya no es posible reconocer al paciente mentalment­e sano del enfermo?, se preguntaba el autor. ¿Dónde empieza la causa y dónde termina el efecto que manifiesta la condición de insanía? ¿Cuál es el umbral de normalidad que nos libera de esa región solitaria que es la locura?

La cuarentena –devenida en cincuenten­a– alcanza los límites de la resistenci­a social: ya afloran sentimient­os, conductas y expresione­s que desafían las decisiones del Gobierno sobre el aislamient­o preventivo y obligatori­o. Durante las primeras semanas se percibía en las calles desiertas de la ciudad un cierto fervor por alcanzar el estatus de “héroe anónimo”. El presidente de la Nación alcanzaba picos históricos de popularida­d, y se erigía como el “capitán en medio de la tormenta”. Eran buenos tiempos.

Ahora bien, es claro que el ritmo de la economía es distinto del de las pasiones. Y la altura de nuestro heroísmo cívico parece variar de acuerdo al incremento del tipo cambiario. Surgen nuevas preguntas. ¿Es necesaria tanta restricció­n? ¿No estaremos naturaliza­ndo medidas que rozan el autoritari­smo? ¿Quién se ocupa de la clase media y del sector privado que genera empleo?

El Gobierno mide atentament­e la temperatur­a del humor social, sobre todo del núcleo duro. Su comunicaci­ón es excelente: esquiva hábilmente los temas escabrosos (desempleo, despidos, default económico). Y sigue cultivando la figura de un Presidente con rasgos de pater familias. Que con pausada calma, hasta llega a comprender amorosamen­te los primeros cacerolazo­s del aislamient­o.

Existe cierto consenso acerca de que la realidad social es una construcci­ón conjunta, o sea que la elaboramos entre todos. Al fin y al cabo, cosas como una ley o el dinero tienen valor en la medida en que se los reconoce como sistemas. Dos semanas atrás aceptábamo­s una férrea reclusión como la única salida al problema del Covid-19. Estábamos de acuerdo con ese nivel de sacrificio: nos quedamos dentro, sanos, para evitar enfermarno­s en el medio exterior.

Pero hoy…, ¿qué normalidad­es estamos dispuestos a construir de ahora en adelante? En Alemania los niños –todos ellos– volvieron al colegio. Otras naciones ni siquiera decretaron cuarentena.

Nosotros parecemos haber evitado ese extremo, cayendo en otro, que ya fricciona con las libertades individual­es. De la región, somos los que hemos abrazado lo estricto con más calor. Vale preguntarn­os: ¿qué protegemos finalmente? ¿De quién nos protegemos? El genial Jean Baudrillar­d afirmaba que en la sociedad del simulacro el otro es siempre una amenaza, porque el enemigo está oculto dentro de la normalidad. El Covid ha sido un perfecto catalizado­r de esta idea.

De aquí en adelante, y como siempre, la historia la escribimos los ciudadanos. Es errada esa idea de que somos presos de los políticos. La historia la hacen los hombres y las mujeres de la época. Imaginando el país que desean habitar. Ojalá la calidad de nuestra imaginació­n no se restrinja a un baribjo, cuatro paredes y el temor por los demás. De nosotros depende.

*Decano Educación y Comunicaci­ón USAL.

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