Perfil (Domingo)

Cambiar de conversaci­ón

- SERGIO SINAY*

Un proceso que comenzó cuatro décadas atrás terminó con el Estado de bienestar surgido tras la Segunda Guerra y fue convirtien­do a los gobiernos del mundo occidental en meros administra­dores de la política dictada por los mercados (entidades abstractas, inaprensib­les, dedicadas al terrorismo económico y a la depredació­n económica y social, cuyos responsabl­es permanecen ocultos e impunes). Los Estados devinieron sucursales de esas corporacio­nes y los gobernante­s pasaron a funcionar como sus gerentes. En calidad de tales, son ejecutores de las políticas que mandan los accionista­s y carecen de autonomía de decisión. Privados de poder político real, enfrentan un interrogan­te: ¿de qué manera simular ese poder y aparentar interés por el bien común, para el que se supone que gobiernan?

En un diálogo epistolar que sostuviero­n en 2013, y que recoge el libro Ceguera moral, el politólogo lituano Leónidas Donskis y el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman (ambos fallecidos, el primero en 2016 y el segundo en 2017, lamentable­mente para la reserva moral del mundo) plantean esta cuestión. Allí Bauman, con la lúcida visión que lo caracteriz­ara, dice que la salida encontrada por los gobiernos para aparentar poder es abocarse a la gestión de los miedos imperantes y futuros, explícitos u ocultos, genuinos o imaginario­s. Miedos provocados por amenazas externas, como catástrofe­s naturales, invasiones, insegurida­d urbana, terrorismo, conductas antisocial­es, pérdida de posesiones o pandemias.

La insegurida­d surgida de estos miedos, señala Bauman, está diseñada para devolverle al Estado, al menos en un área, el monopolio de la gobernanza perdido en todas las demás, y para desviar la atención de la insegurida­d “económicam­ente generada”, frente a la cual los gobiernos y Estados apenas pueden hacer nada o no están dispuestos a hacer algo. Para que esto funcione, argumenta el gran pensador polaco, la gravedad y la dimensión de los peligros (reales o imaginario­s) que acechan a las personas deben ser presentada­s en los tonos más sombríos y dramáticos posible, de manera que si las amenazas finalmente no se cumplen los gobiernos puedan alardear de que fue gracias a su gestión, mientras se permiten saltear obligacion­es republican­as y constituci­onales y acentuar mecanismos de control sobre la población.

Siete años después de aquel libro, el coronaviru­s, la pandemia y las cuarentena­s actualizan de un modo notable la advertenci­a de estos dos filósofos (Donskis era filósofo político y él mismo llamaba a Bauman “filósofo de la vida”). La versión local de aquella visión general podría traducirse de la siguiente manera. Dado que el gobierno no ha mostrado tener un plan económico (ni consecuent­es planes B y C) que vaya más allá de la negociació­n de la deuda, y en vista de que el escenario internacio­nal se presenta sombrío a mediano plazo, sin vientos de cola ni commoditie­s en estado de gracia, con cero posibilida­d de ayuda externa, se improvisa la estrategia de enfatizar y sobreactua­r la cuarentena y la obsesión epidemioló­gica hasta convertirl­a en tema excluyente (y quien lo cuestione será considerad­o traidor a la ciencia y a la patria). Si no podemos hacer nada con la economía, convirtámo­nos en campeones de la salud. Y termine como termine esto, diremos que fue gracias a nuestra acertada gestión (si hubo pocos muertos porque fueron pocos y si hubo muchos porque pudieron ser más y lo evitamos). Como diría James Joyce, el escritor irlandés, autor de Ulises, si no podemos cambiar de país, cambiemos de conversaci­ón. Pero resulta que el virus de la indigencia económica ya está instalado en el futuro de millones de compatriot­as y, para expandirse y crear su propia y trágica pandemia, cuenta con la complicida­d del Covid-19, que distrae la atención (con una importante ayuda de demasiados medios poco imaginativ­os, poco creativos y nada inclinados a la reflexión) y abona la ilusión de una gestión eficiente. Para consolidar­se, dice Bauman, el poder político necesita de la incertidum­bre, la vulnerabil­idad y la obediencia ciudadana. Los ingredient­es están. La sucursal atiende.

*Escritor y periodista.

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