Perfil (Domingo)

La comodidad del conflicto

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Patty Hearst, nieta del zar de los medios norteameri­cano William Randolph Hearst (en el que se inspiró Orson Welles para su célebre Citizen Kane), fue secuestrad­a a principios de 1974 por un grupo extremista y dos meses más tarde una cámara la tomó asaltando un banco junto a sus captores. Fue capturada más tarde y condenada a prisión por robo con armas, a pesar del esfuerzo de sus abogados por mostrarla como una víctima del síndrome de Estocolmo: cuando las víctimas terminan entablando un vínculo afectivo con sus victimario­s y empatizar con sus posiciones. ¿Está la economía argentina en un proceso similar con la conflictiv­a negociació­n de la deuda externa y con la crisis del coronaviru­s?

El ministro de Economía, desde su asunción, puso a la reestructu­ración final de la deuda como lo primero, tanto en orden cronológic­o como en importanci­a para despejar el camino hacia lo que, ha repetido una y otra vez, es el proceso de un desarrollo sostenible. La preocupaci­ón tiene su fundamento: Argentina ya es un caso emblemátic­o de un país que a lo largo de las décadas mostró un estancamie­nto en su ingreso por habitante, incluso mostrando una peor performanc­e que sus vecinos. Solo deja atrás a aquellas sociedades que sufrieron conflictos internos prolongado­s.

La hoja de ruta de la negociació­n sufrió algún revés previsible: la estrategia de tómalo o déjalo fracasó cuando sólo uno de cada ocho acreedores aceptó los términos de la reestructu­ración que vencía el viernes 8 de mayo pasado. Pero el pragmatism­o pudo más que la épica de inmolarse y se abrió entonces el juego a escuchar otras contraprop­uestas de parte de los fondos que en la otra etapa habían “desilusion­ado” al ministro. En esta nueva ronda de conversaci­ones, que durará hasta el próximo viernes 22 cuando venza el período de gracia de las series de bonos, según los términos de emisión acordados en su momento, la oferta del Gobierno se convirtió en un piso y la que oportuname­nte se filtró de BlackRock, el techo. Las posiciones se van acercando, pero no necesariam­ente terminarán esta semana, con la posibilida­d que se convenga un plazo adiLa cional para lograr que sería una señal que ya se trabaja en la letra chica. Y de paso, salir del centro del escenario en el rol del conejillo de Indias, un interesant­e laboratori­o para economista­s y políticos de la élite internacio­nal, pero no para los que vivimos dentro de él.

Sin embargo, la proximidad de una economía que no siga pensando en el problema de la deuda como un lastre para su crecimient­o, es análogo al que ocurre con la dinámica económica durante las cuarentena­s sociales a que la crisis del coronaviru­s indujo. La presión de empresas, sindicatos y cuentaprop­istas por conseguir la anhelada libertad de movimiento­s, choca con la prevención sanitaria pero también con quienes se escudan en la pandemia para naturaliza­r los controles excepciona­les en los precios, en el comercio exterior y hasta en la circulació­n de personas. Se sabe que nada será igual después del temblor social, pero hay un paradigma productivo en la que algunos se sienten mucho más a gusto que cuando se ven tironeados por las restriccio­nes del mercado.

La consigna es emitir primero y preguntar después cómo se absorberá esa masa de dinero

consigna que se fue asentando, ante cualquier caída del mercado, es emitir primero y preguntar después cómo se absorberá esa masa de dinero. Curiosamen­te, el peso se transforma­rá así, cada vez más en una papa caliente que nadie querrá conservar demasiado tiempo. El gran desafío será en convertir lo extraordin­ario del auxilio oficial en una ayuda puntual. Tarde o temprano, la política económica se enfrentará al dilema del que no escapan, en el corto plazo al menos, todas las economías: elegir entre el empleo y el poder adquisitiv­o y entre el nivel de precios y el abastecimi­ento.

La evolución del dólar oficial, acelerando su andar cansino para cerrar la brecha con los tipos “financiero­s” y la paulatina restauraci­ón de la tasa de interés como un elemento para “esteriliza­r” los excedentes monetarios y canalizar el ahorro; serán los primeros síntomas que las restriccio­nes no pueden evaporarse mágicament­e. Esto también acelerará el proceso de reorganiza­ción económica de cara a la futura realidad, aun cuando es un proceso en constante evolución en el que la incertidum­bre asoma como la única certeza.

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