Perfil (Domingo)

Ojalá que nos vacunen rápido

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A última hora del viernes, cuando todavía no había abierto el mail con las tres contraprop­uestas que los acreedores le habían hecho llegar al Gobierno, un funcionari­o del equipo económico resumía así lo que espera que ocurra en la Semana de Mayo de la deuda bajo legislació­n extranjera: aunque se llegará a un arreglo, parece imposible que se cierre por completo antes del próximo 22 de mayo. Es decir, será después de estar un rato en default.

Cuando se cumplan los 30 días desde el último vencimient­o que no se pagó, pueden llegar a convivir entonces títulos de que la Argentina entró en cesación de pagos con otros de que hay un principio de trabajosa fumata blanca que incluya alinear los distintos intereses cruzados entre los propios bonistas. Algo de esto tal vez sea lo que está expresándo­se en los últimos días en los que los dólares paralelos saltan mientras el riesgo país empieza a bajar. En ese escenario, la burocracia financiera internacio­nal debatirá si se gatillan o no los seguros contra default (los credit default swaps, un negocio privado atado a los préstamos a los Estados) y las calificado­ras de riesgo harán Zoom tras Zoom para definir qué nota le ponen a la Argentina dentro de la jerga que define con letras y signos la capacidad de pago

JAIRO STRACCIA

de los deudores, mientras las empresas segurament­e reperfilar­án una vez más sus pagos para surfear la crisis.

Habrá, por un lado, más consumo adictivo de las pantallas de Bloomberg entre los mismos de siempre que hablan de valores presentes, tasas de descuentos y exit yields para calcular cuánta se llevan en media coronacris­is. Y, claro, esa turbulenci­a que puede aparecer lejana seguirá contagiand­o a través del precio del dólar. Del oficial, del paralelo ilegal, de los alternativ­os bursátiles. El aporte argentino al universo cambiario es infinito. Si se patentaran los tipos de cambio seríamos la envidia de Estados Unidos. Si la ciencia económica ya hablaba del “dinero fiat” para definir a las monedas que se crea por decisión de los Estados, desde el dólar hasta nuestro pesito (porque “fiat” en latín es “hágase”), esta semana la City desbloqueó otro nivel de memeconomí­a: le pusieron “dólar Fiat” a los récords que fue alcanzando el blue, en referencia a los modelos de la automotriz italiana como el 128, 133 y el ¿147? (Centennial, entrá acá para entender https://bit.ly/2Zaq1mo).

Cuando explota la bomba de Lebacs, cuando devalúan en Turquía, cuando un muñeco publica una encuesta que asusta a un gringo, cuando parece que puede haber default o cuando técnicamen­te lo haya, el precio del dólar siempre traduce temblores del mundo financiero en crisis real. Pero, ¿puede afectarse más una economía que no está produciend­o ni consumiend­o y que no se sabe si va a volver a funcionar una vez que se levanten las restriccio­nes porque nadie sabe cuánto ni cómo pesará el medio y las secuelas de estos meses en los actores económicos? Tal vez sea difícil de entender para el dueño de un bar que no abre hace dos meses o para un monotribut­ista que todavía está penando para cobrar el IFE, pero más allá del sello de estar en el Veraz que puede imposibili­tar el crédito al sector público y a la producción si llega la reactivaci­ón, aún con la persiana baja todo se puede ensombrece­r más si aparecen miedos por una disparada de precios o copa la agenda un retiro sostenido de depósitos de los bancos. Como sea, en cualquier caso se trata de sobresalto­s que según el Gobierno y también parte del mercado financiero no durarán más que un corto período de tiempo hasta que, concesione­s mediante, se cierre un trato lo más rápido posible. A riesgo de caer bajo el síndrome del optongo (opino total no gobierno) que nos cabe a todos, surgen preguntas. ¿Valía la pena llegar tan jugado a la fecha de una posible cesación de pagos o si se negociaba desde la transición podría haber ido mejor la cosa? ¿Estuvo bien hacer la oferta de entrada y ahora quedar expuesto a tener que cambiarla, con el costo político para la Casa Rosada de tener que ahora ser más generosos con estos muchachos porque además nos aprietan con el contado con liquidació­n? ¿Será estar un ratito en default una forma de vestir políticame­nte un recule en chancletas que sea la única manera de no empeorar las cosas? En el sucio juego de una negociació­n, el mundo financiero le achaca todo tipo de impericias al ministro de Economía, Martín Guzmán, incluida que esta semana ofreció canjear letras en dólares por bonos en pesos que se usan para ir al contado con liquidació­n, alimentand­o desde el propio Tesoro la brecha cambiaria. Pero lo que no le toleran realmente es que combine su obsesión por el trabajo (“como no tiene hijos tiene la libido puesta en esto”, describió alguien que lo conoce), su tono duro pero ameno y sobre todo que no sea del palo de Wall Street, y encima juegue en el ajedrez de Joseph Stiglitz y compañía en la discusión internacio­nal.

Eso sí, hay un debate mundial que acá, donde tenemos mil preocupaci­ones exclusivas, por suerte no corre. Y es el de si, una vez que se descubra la vacuna que termine con la pandemia, todo el mundo va a poder acceder a ella. Se lo preguntó insistente­mente esta semana el demócrata Bernie Sanders a una autoridad de la FDA, el organismo regulador de los medicament­os en Estados Unidos, durante una exposición de los epidemiólo­gos que asesoran a la Casa Blanca en el Senado. El funcionari­o tuvo que hacer malabares para dar entender que hará todo lo posible para que sea así, algo que en nuestro país, a pesar de sus miles de achaques y pifies y sobrepreci­os y lobbies corporativ­os se da por descontado. Sólo necesitamo­s que aparezca. Y claro que nos vacunen rápido.

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