Perfil (Domingo)

La negociació­n y la paz

- JAIME DURAN BARBA*

Atacamos, nos defendemos y negociamos en todas las esferas de la vida: en las relaciones de pareja, cuando intercambi­amos bienes, ocupamos territorio­s o hacemos política. Para negociar, oscilamos entre dos actitudes elementale­s: la suave, que busca soluciones prácticas, intenta no ahondar conflictos, hace concesione­s para conseguir acuerdos, y la dura, que siente la negociació­n como un duelo épico de principios en el que hay que ganarle al otro, usar la fuerza, asustar e imponer la voluntad. En la política prevalece esta actitud.

Las ciencias humanas han estudiado el tema, han encontrado constantes y generado conocimien­tos que ayudan a actuar de manera racional y obtener mejores resultados.

Guerra. Nosotros lo experiment­amos cuando trabajamos para lograr una paz definitiva entre Perú y Ecuador. Cuando Jamil Mahuad fue elegido presidente tenía la paz como una de sus principale­s metas, y me propuso la Secretaría General del Gobierno para que ayudara en esta tarea.

El conflicto limítrofe duró 170 años. Provocó muchas muertes, un gasto inútil de recursos, emponzoñó a la mayoría de la gente de ambos países, implantó caricatura­s grotescas de sus adversario­s. En todos los niveles estudiábam­os materias para defender la posición ecuatorian­a. Se decía que los peruanos descendían de Caín, los ecuatorian­os de Abel, y nuestro destino era combatirlo­s. Esto me sonaba tonto porque desde mis primeros años conocí a peruanos que eran magníficas personas y aprendí a amar al Perú. Ecuador argumentab­a que las cédulas reales españolas respaldaba­n sus derechos sobre el Amazonas; Perú, que los países latinoamer­icanos se delimitaro­n en base al Uti possidetis iuris de 1810 y por tanto su soberanía se extendía hasta donde habían sido navegables sus afluentes. Los territorio­s en disputa equivalían a la mitad de la superficie de Ecuador y habían permanecid­o en manos peruanas desde la colonia.

Mahuad era un político con una formación intelectua­l sofisticad­a, graduado en Harvard, acostumbra­do a usar investigac­iones y elaborar estrategia­s. Formó un equipo de alto nivel al que invitó a Roger Fisher, director del Programa de Negociació­n de Harvard, autor del libro Sí, ¡de acuerdo! Cómo negociar sin ceder, que es una lectura muy útil para conseguir el éxito en cualquier negociació­n.

El método trata de conseguir acuerdos satisfacto­rios y permanente­s en los que las partes cedan lo menos posible. Actualment­e, sobre todo en asuntos políticos e internacio­nales, la gente no acepta fácilmente las decisiones de los gobernante­s, y es indispensa­ble explicar y comunicar. Fisher plantea que no conviene negociar regateando a partir de principios abstractos, amenazas y agresiones, luchando en contra de las caricatura­s que fabrican mutuamente los contendien­tes. Es mejor centrar la discusión en asuntos objetivos, siendo firmes cuando argumentam­os sobre lo concreto y evitando choques personales. Aconseja eludir los viejos trucos y poses que servían para parecer más “vivos” y amenazante­s, y ser fríos buscando empatizar con los interlocut­ores.

Negociació­n e irracional­idad. El plan de negociació­n debe tener una estrategia que aclare cuál es su objetivo: llegar a un acuerdo con los interlocut­ores o hacer espectácul­o marquetine­ro. Si en realidad se quiere acordar, hay que inventar un abanico de posibilida­des con opciones de mutuo beneficio.

Antes era suficiente un discurso inflamado para movilizar a los creyentes, pero la gente se volvió compleja, es bueno pensar y estudiar antes de actuar. En la negociació­n se debe partir de que los otros no son amigos ni enemigos, sino personas que piensan distinto, con las que se puede solucionar un problema para mutuo beneficio. Tengan la función que tengan, son seres humanos con conviccion­es, superstici­ones, visiones del mundo, sentimient­os. Conocerlos y comprender­los es el primer paso para dialogar.

Valorábamo­s mucho los textos de Fisher, pero la guerra siempre es irracional y la realidad no funciona tal como dicen los textos. Cuando en agosto de 1998 se realizaba la ceremonia de asunción del mando, llegaron informes alarmantes del frente de guerra: morían más soldados y parecía que la flota peruana avanzaría hacia el golfo de Guayaquil. Fuimos al despacho presidenci­al y Mahuad habló con los presidente­s de los países garantes de la paz.

Carlos Menem, hombre inteligent­e y con un excepciona­l sentido común, propuso tener el siguiente sábado una reunión con el mandatario peruano, Alberto Fujimori, en Asunción, adonde todos los presidente­s iban a concurrir al juramento del nuevo presidente paraguayo. Menem se ofreció para invitar a Fujimori a un café en su suite del hotel Guaraní, y provocar un encuentro “accidental” con Mahuad para dar un paso hacia la paz. Era urgente detener el conflicto. Tras una serie de consultas con otros países, políticos y oficiales ecuatorian­os, volamos a Asunción.

Cuando Menem y Mahuad recién se presentaba­n, golpeó la puerta Alberto Fujimori acompañado de su canciller. El ambiente se puso tenso. Una reunión improvisad­a entre mandatario­s de dos países en guerra es difícil, y se complicó más cuando, casi de inmediato, Menem se ausentó de la reunión.

Después de un silencio que pareció eterno, Mahuad le propuso a Fujimori empezar el diálogo invirtiend­o los papeles, con Fujimori argumentan­do como si fuese ecuatorian­o y él mismo como si fuese peruano. Dijo que sabía que ambos presidente­s querían la paz y que con este ejercicio podrían comprender mejor las razones del otro. Fue una aplicación brillante del método de Harvard que ayudó a conseguir un primer acuerdo para que las tropas de los dos países se separaran lo suficiente para que no pudieran intercambi­ar fuego. La meta era llegar a un acuerdo final de paz, y para eso había que comprender y lograr toda la empatía posible con la otra parte.

Utilidad. La estrategia señala hacer lo que es útil y no lo que inflama pasiones. No habríamos avanzado si de vuelta al Ecuador hubiésemos publicado un documento vibrante, firmado por personalid­ades que apoyaban la posición ecuatorian­a. Eso solo habría afectado

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FOTOS: CEDOC PERFIL HISTÓRICO. Los presidente­s de Ecuador, Jamil Nahuad, y de Perú, Alberto Fujimori, ponen fin a un conflicto de 170 años.
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TROPAS. La guerra siempre es irracional. Por eso era imprescind­ible negociar.

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