De compras en el turco
—Vivir en el extranjero plantea situaciones de extrañeza y de desconocimiento. ¿Cambió tu forma de mirar el mundo, te parece que a veces se borra ese borde de lo real y lo fantástico?
Samanta Schweblin: No sé si entre lo real y lo fantástico. O quizá sí, pero para ser más específica diría: entre lo real, es decir lo culturalmente aceptado, lo posible de suceder en este espacio conocido, lo “normalizado”, y lo inesperado, lo desconcertante, lo imposible. Decenas de pequeños hechos que llaman la atención porque nunca los habíamos concebido de esa forma, o nunca antes habíamos tenido la oportunidad de mirarlos o pensarlos. Es muy disparador, tenés toda la razón. Y no se trata solo de las excentricidades berlinesas que se ven a diario, como puede ser un grupo de hombres de traje y corbata descalzos por la calle con los zapatos en la mano, o la pareja de nudistas comprando unos cigarrillos en un kiosco frente al parque, o el cartel de un vecino en la puerta de tu departamento que dice “atención, usted no está separando bien su basura”. Y esto por no hablar de algunos mitos y verdades del Berlín más oscuro. A veces se trata simplemente de estar haciendo las compras en el turco –acá no vamos al chino, vamos al turco–, y quedarte un buen rato mirando una lata de conservas, intentando entender sus descripciones en árabe o en ruso, y preguntarte a vos misma: ¿Lo estoy entendiendo bien? ¿De verdad son orejas en conserva?
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