Perfil (Domingo)

La desesperac­ión como la unión de los ridículos

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El show es producido y actuado por Kirsten Dunst, es decir, es uno de esos proyectos donde una actriz pone todo, cuerpo e ideas, energía y exageració­n. Un proyecto que grita su furia, sus ganas de ser la próxima gran cosa en el reino de las series, y lo cierto es que On Becoming a God in Central Florida tiene su mayor virtud, precisamen­te, en Dunst. Es ella quien convierte al show, cuando pisa bien o cuando se esguinza (a veces por el propio peso de la estrella de SpiderMan), en algo salvaje, y difícil de domar, en algo que puede rebalsar al mismo tiempo que no termina de inflarse, o siquiera llenarse. Aquí, Florida, ese rincón de Norteaméri­ca que la misma nación usa como papelera de reciclaje humano, se convierte en una excusa de diseño, así sea de tonos, de personajes o de producción: provee la extrañeza y ridículo perfectos para que el personaje de Dunst, una reina de la belleza que se víncula en una estafa Ponzi, una pirámide de esas que tiene que ver más con un delito y no con inocencias tuiteras torpes.

El problema es que ese delito piramidal se convierte en un pozo seco, y nos queda, entonces, el personaje enorme de Dunst, gritando casi, pidien

JONáS ZABALA

do una serie que pueda darle un pase como correspond­e. Claro que hasta que llega ese momento, ese aire a neón de cenicero que tiene Florida, hace maravillas casi circenses, y crea bestias tan posibles como hiperbólic­as (por ejemplo, el personaje de Ted Levine). Entonces, todo queda en las manos de Dunst, que brinda aquí una de sus mejores desesperac­iones. También los años 90 sirven de perfecta bandeja para inocencias que quizás nunca debieron ser posibles. La veta que tal vez mejor detona Dunst es precisamen­te aquella que mezcla inocencia con ingenuidad, que tiene que ver con dotar de humor negro a la estafa piramidal. Hay, entonces, caricatura­s, sí, pero hay también en cada caricatura una ansiedad que duele. Una ansiedad por salir de su propio infierno y de ese lugar. Y todo, aparte, bañado en el cotidiano del fracaso, en la sorpresa no tan sorpresa de cuan mal puede salir un esquema así. En ese sentido, hay algo de placer en ver a Roma arder y tomar sol mientras tanto. Ella, Dunst, es el perfecto nervio expuesto de una serie que se frustra antes de divertirse, que debería apostar más a sus personajes, a su interacció­n como autos chocadores, que a mostrarlos frustrados. Alcanzaba con mostrarlos nomás para entender todos los errores que podían cometer dándose el lujo de soñar con un futuro.

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GZA. DIRECTV REINA. Kirsten Dunst es quien lleva la serie, como actriz y productora, hacia sus mejores rincones.

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