Alcohol y restaurantes
En los Estados Unidos entre 1920 y 1933, mientras estuvo vigente la Ley Seca, cualquiera podía ingresar a un restaurante pero allí estaba prohibido vender o consumir alcohol. En la Argentina, actualmente uno dispone de alcohol gratuitamente en los pocos comercios abiertos al público, pero no puede acceder libremente al interior de un restaurante. Esto nos recuerda esa frase que dice: “La felicidad nunca es completa”.
Aquella ley conocida como prohibition, que fue promulgada con intención de combatir el alcoholismo y los trastornos en la salud que esto provocaba, fue burlada por numerosos individuos que secretamente fabricaban, importaban y distribuían bebidas alcohólicas. El destino final de esa mercadería era los llamados
speakeasy, que eran selectos restaurantes en las grandes ciudades a los que uno podía ingresar diciendo una contraseña a través de la mirilla de la puerta. Uno de los establecimientos más famosos de ese tipo fue el 21 Club de Nueva York. Aunque su actividad se vio interrumpida a veces por algunas razias, el lugar tenía un mecanismo para ocultar las vitrinas con las bebidas en esas ocasiones y almacenaba esa mercadería en un sótano oculto.
El misterioso mundo de los
speakeasy podía apreciarse en varias películas filmadas cuando aquella ley ya no estaba vigente.
The Roaring Twenties (Héroes olvidados), de Raoul Walsh, que transcurría en la desenfrenada “era del jazz”, muestra ese mundo de lujosos clubes nocturnos clandestinos abastecidos por gangsters y amenizados por cantantes y orquestas. El personaje de
James Cagney estaba inspirado en el contrabandista Larry Fay y el de Gladys George tenía mucho en común con Texas Guinan, una corista devenida actriz, y que en los años de la Ley Seca fue la primera mujer que ofició de maestra de ceremonias en el club El Fay y luego en el Club 300. Allí recibía a selectos clientes como Al Jolson, Pola Negri, Jack Dempsey y Gloria Swanson con la frase: “¡Bebedores, pasen y dejen sus billeteras en el bar!”, y presentaba al coro de “los 40 bailarines del ventilador”, provistos de poca ropa, algunos de los cuales luego se hicieron famosos, como George Raft, Ruby Keeler y Barbara Stanwick.
Otra artista que animó uno de esos sitios reservados fue Helen Morgan, que solía cantar sentada sobre un piano y cuya biografía fue recreada en la película The Helen Morgan Story (Sufrir es mi destino), protagonizada por Ann Blyth y Paul Newman. Ambas artistas fueron víctimas de redadas, prisión y clausuras. Helen Morgan llevó la peor parte porque en ese entorno sucumbió al alcoholismo y murió de cirrosis a los 41 años.
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