La literatura y los hermanos carnales
Las familias de escritores no son raras en la literatura argentina: hijos que reciben o se apropian de la profesión de escritores de sus padres. Menos frecuentes son los casos de escritores hermanos. Y sin embargo también tenemos abundancia de ellos: las Ocampo, los González Tuñón, Lucio y Eduarda Mansilla, los Lamborghini, y más acá, los Alemián, los Néspolo, los Villar Rojas... Un repaso de la producción literaria de una filiación productora inusual, pero que a veces –solo a veces– puede trabajar codo a codo.
Adrián Villar Rojas tenía 6 años y su hermano Sebastián 5 cuando empezaron a armar cómics de Robotech y Mazinger Z. “Mi hermano dibujaba las viñetas y yo, como todavía no sabía leer ni escribir, las relataba, las narraba oralmente”, recuerda Sebastián Villar Rojas. Los juegos de infancia introdujeron un modo de producción a través del arte y la literatura cuyas últimas realizaciones son Poemas terrestres (Ivan Rosado, 2019), novela escrita a dúo, y un mapa conceptual “partiendo de la fotocopia como herramienta tecnológica” para El fin de la imaginación, muestra que Adrián Villar Rojas presenta hasta el 31 de octubre en la galería Marian Goodman, de París. Las familias de escritores no son raras en la literatura argentina: hijos que reciben o se apropian de la profesión de escritores de sus padres. Menos frecuentes son los casos de escritores hermanos, aunque ya están presentes desde el siglo XIX con Lucio V. Mansilla y Eduarda Mansilla. Y parecen más extraños, a la vez, por el modo en que la literatura interviene en el vínculo y la variedad de las relaciones que se entablan, desde el mutuo rechazo que unió a Silvina Ocampo con su hermana mayor Victoria Ocampo hasta la simbiosis de los hermanos Villar Rojas, que dicen crear ya no solo textos en común sino una tercera voz, “un mutante”.
El parecido es lo que primero salta a la vista, y por eso un hermano puede ser visto como una especie de doble. “Los hermanos son un poco uno mismo –dice Ezequiel Alemián–. También creo que la hermandad muchas veces se vive como culpa. Uno siempre siente culpa frente al hermano”. Los casos de Philip K. Dick y Jack Kerouac, cuyos hermanos murieron al nacer y en la temprana infancia respectivamente, ejemplifican esa relación: “Lo que uno vive el otro lo fenece”. Como si el hermano impusiera un mandato.
Alemián agrega que su hermano Manuel “como lector y como escritor es una figura fundamental para mí, pero en la misma medida en que lo son mis mejores amigos”. En términos literarios, “mi hermano es uno más de esos amigos: no veo que la literatura marque demasiado específicamente la relación”. Manuel Alemián coincide: “Siento afinidad con él y con muchos otros y otras escritoras y escritores. Compartimos la libertad absoluta a la hora de escribir, que no es poco”.
Las ideas sobre la literatura pueden ser también un motivo de problemas. “Nos han traído dolores de cabeza, peleas y distanciamiento –dice Matías Néspolo sobre el vínculo con su hermana, Jimena Néspolo–. La literatura es una experiencia de riesgo en todo, en la vida, en el amor, en las relaciones familiares. No es un material amable para trabajar, y las relaciones entre hermanos no están a salvo”.
El otro, el mismo. La muerte de Enrique González Tuñón (19011943), narrador y cronista, fue para su hermano, el poeta Raúl González Tuñón (1905-1974), una pérdida que reforzó el sentimiento de identificación. “Enrique sigue conmigo; ahora mismo me parece que quien habla es él”, dijo el autor de La calle del agujero en la media; “estaba en mí, yo en él, vivíamos una misma mañana, el mismo asombro ante las cosas mágicas y vulgares del mundo”, agregó en el “Réquiem” que le dedicó.
Una “especie de comunicación misteriosa” ligaba a los hermanos a la distancia y más allá de las palabras: “A veces, por ejemplo, yo escribía en Río de Janeiro determinado poema en prosa, y él al mismo tiempo, en Buenos Aires, una página de acento lírico, sobre un tema muy parecido y en un mismo estilo”, aseguró Raúl González Tuñón.
La comunión entre los hermanos también puede afirmarse como realización de un deseo frustrado en el padre: “Mi viejo un día me habló de literatura, me mostró un poema suyo que a él le gustaba. Él había fracasado como escritor y sabía lo que era eso. Pero por esas cosas de la vida le salieron dos hijos
escritores”, recordó Leónidas Lamborghini (1927-2009), en alusión a Osvaldo Lamborghini (1940-1985), con quien compartió además la obsesión por la parodia.
“La lógica de trabajo entre nosotros es siempre la construcción de un diálogo interno que hace emerger una suerte de tercera voz: la fusión entre ambos, que a su vez nos interpela como un otro, con sus propios cuestionamientos y críticas”, dice Sebastián Villar Rojas sobre el vínculo artístico con su hermano Adrián. Se trata de ficciones que articulan narrativa, ensayo y especulación científica –“por ejemplo en Otro sol es posible, para el New Museum Triennial de 2013, se plantea la posibilidad del amor en un mundo íntegramente hundido bajo el agua”–, además de entrevistas y textos para catálogos, libros y publicaciones diversas.
Ismael Viñas (1925-2014) entendió su práctica intelectual en alianza con su hermano David (1927-2011), a quien le dejó la literatura –como declaró, en broma pero también en serio– para concentrarse en el análisis político. De adolescentes tuvieron sus peleas y hasta se agarraron a trompadas, pero siendo adultos “fuimos algo más que hermanos, fuimos socios en actividades comunes y en ideas compartidas”, afirmó. La dirección de la revista Contorno fue el hito en esa historia.
Bajo la mirada de los otros, sin embargo, los hermanos pueden encarnar figuras contrapuestas. En los años 70 Ismael Viñas representaba para la joven Beatriz Sarlo “el dibujo exacto de lo que era un intelectual”; su discurso era fascinante, “decir que me hipnotizaba no es una exageración”. En cambio, al calor de un debate en televisión, David Viñas le pareció “un barrabrava”.
Sin angustia por las influencias. Un hermano mayor puede ser la primera influencia en la iniciación literaria. “No somos de compartir manuscritos ni de hablar mucho de nuestros libros entre nosotros. Con el tiempo quizás más, pero al principio no”, dice Manuel Alemián, y a la vez reconoce la importancia del hermano en su formación: “Yo venía leyendo lo que me daban en el colegio más alguna cosa que se me ocurría cada tanto. Para cuando me di cuenta de que me gustaba leer, al final de la secundaria, Ezequiel ya tenía una numerosa biblioteca. Esa biblioteca me dio y sigue dando material de lectura”.
Matías Néspolo, narrador y periodista radicado en Barcelona desde 2001, también reconstruye sus primeras lecturas a partir de las derivaciones de su hermana. “Todavía tengo una edición de Narraciones extraordinarias, de Poe, que me regalaste cuando yo no debería tener más de 12 años –le dice a Jimena Néspolo en una conversación por Zoom–. Es la primera lectura que recuerdo, un libro que me abría una puerta. Después, ya de grande, cuando me pasaste la edición de la Biblioteca Ayacucho de la poesía completa de César Vallejo. Fueron cosas que marcaron un horizonte”.
Para Jimena Néspolo, narradora, ensayista y directora de la revista digital Boca de sapo, crecer junto a un hermano escritor contribuye a reducir las fantasías del ego. “El vínculo te enseña que hay un narcisismo al que renunciar, la fantasía del genio, del único niño escritor –dice–. A lo largo del tiempo lo ves como un valor porque ese narcisismo te ahoga, te condena al solipsismo y te agobia. Un hermano puede tener preferencias literarias totalmente distintas, pero en esas discusiones se aprende a convivir, a respetar al otro”. Los hermanos Néspolo compartieron el trabajo de edición de La erótica del relato (2009), una antología de nuevos narradores.
Ezequiel y Manuel Alemián codirigieron Spiral Jetty, una editorial de “escrituras objeto” que conformó un catálogo tan experimental e inclasificable como sus propios textos en narrativa y poesía. “Las conversaciones sobre los materiales que editábamos, sobre lo que recibíamos y no podíamos editar, el ida y vuelta con los autores fueron los puntos más interesantes. Hay varios libros magníficos que quedaron en la editorial”,