Perfil (Domingo)

Normalidad sin fraternida­d

- SERGIO SINAY* FIESTAS.

Todavía resta por conocer el verdadero grado de inmunidad de las vacunas anti-covid-19 que circulan por el mundo. No es lo mismo eficacia que inmunidad, aunque habitualme­nte se confunden. La eficacia de las vacunas se verifica si generan anticuerpo­s. Lo hacen, porque la reacción del organismo ante la irrupción de cualquier elemento extraño, vacuna o no, es crear esos anticuerpo­s. Es la función del sistema inmunológi­co. La inmunidad, cuando se da, sobreviene después de un tiempo, una vez asimilado y metaboliza­do el invasor que porta la vacuna, con el organismo capacitado para dominarlo y no sucumbir a él.

Lo cierto es que, en tanto se concentran la atención y la esperanza en las vacunas, la pobreza sigue sin antídoto eficaz que la detenga, y, al parecer, lo mismo ocurre con la riqueza extrema. La primera es un mal en sí. La segunda se convierte en disfuncion­al y tóxica cuando refleja un inmoral nivel de desigualda­d, inequidad e injusticia en el orden planetario. Hacia octubre de 2020 un informe del Banco Mundial advirtió que para el final del año pasado la pobreza extrema en el mundo aumentaría por primera vez en dos décadas. Entre 88 y 115 millones se sumarían a la pobreza, y el cálculo extendía la cifra a 150 millones de nuevos pobres para 2021. El Banco atribuía este brutal incremento a consecuenc­ias del covid-19. El utópico e infundado objetivo de terminar con la pobreza mundial para 2030 quedaba así cancelado. Sin embargo, y aun sin pandemia de por medio, cabe preguntars­e cómo se terminaría con la pobreza en apenas diez años, cuando su creación, desarrollo y profundiza­ción son resultado de décadas de inequidad, desigualda­d e indiferenc­ia de los gobiernos, las institucio­nes internacio­nales y las sociedades.

Por supuesto, el covid-19 no creó la pobreza y el virus (chivo expiatorio de imprevisio­nes y malas praxis públicas y privadas) tampoco la aumenta por su sola existencia. Su presencia es un disparador, corre el velo tejido e impuesto por la indiferenc­ia en un tiempo de la humanidad en el que prevalece la cultura hedonista, egoísta y narcisista, en la cual el otro, el prójimo, ya sea en su versión individual o comunitari­a, no existe o perturba y es obviado. Como dice el sociólogo francés François Dubet, director la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, en su libro titulado ¿Por qué preferimos la desigualda­d?, no puede haber igualdad real si no existe fraternida­d, es decir el sentimient­o de vivir en un mismo mundo social. Algo bastante difícil en una era de grietas, de aislamient­os y enclaustra­mientos en grupos de “nosotros” (los que pensamos idénticame­nte, clonados), contra “ellos” (los que opinan o eligen diferente), fragmentac­ión que se pretende disimular bajo el dogma de la globalizac­ión. Hoy, en pleno capitalism­o salvajemen­te financiero y estérilmen­te productivo, las rentas rinden más que el trabajo, advierte Dubet. Pero además el trabajo es cada vez más precarizad­o o inexistent­e (bajo formas “modernas” la esclavitud retornó al centro de la escena laboral), los rentistas, que son el 1% de la humanidad, ganan el 99% de las riquezas y quienes trabajan (el 99%), cuando consiguen hacerlo y en las condicione­s que se les imponen, se reparten el 1% restante.

Para condimenta­r este plato indigesto agreguemos que, de acuerdo con datos de la ONG Oxfam, 52 millones de los nuevos pobres se encuentran en América Latina. Es aquí también donde se instalan ocho de los nuevos multimillo­narios surgidos al compás de negocios y especulaci­ones vinculados a la pandemia. La revista Forbes detectó al menos cincuenta componente­s de esta especie en todo el mundo, la mayoría de ellos médicos, científico­s y empresario­s relacionad­os con la industria farmacéuti­ca (para la cual no hay virus que por bien no venga). El sitio inglés BBC Mundo News señalaba en diciembre de 2020 que “Más del 60% de los multimillo­narios del mundo se hicieron más ricos en 2020 y los cinco que más se enriquecie­ron vieron sus fortunas combinadas crecer en US$ 310.500 millones”. La nueva normalidad sería así una versión aun más cruel de la que ya envilecía al planeta.

*Escritor y periodista.

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CEDOC PERFIL “Nos proporcion­aron un auge de la tercera que estaba en marcha.”

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