Un legado inmoral
En 1793, Immanuel Kant dio a conocer un ensayo titulado Sobre el dicho: esto puede ser correcto en la teoría pero no vale para la práctica. Se trata de su escrito más político, entre otras cosas, porque fue concebido en medio de grandes transformaciones históricas: George Washington iniciaba la presidencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa culminaba con la ejecución de Luis XVI y María Antonieta.
El texto, conocido como Teoría y Práctica, afirma que los líderes políticos deben gobernar de acuerdo a principios morales y que la ética debe guiar sus acciones porque sus decisiones impactan en toda la población, no solo en una elite. “He definido la moral como una ciencia que enseña no cómo debemos ser felices, sino cómo debemos ser dignos de la felicidad”, sintetizó Kant.
Es bueno recordar el imperativo kantiano en medio de una pandemia que obliga a los líderes del mundo a actuar moralmente. Cuando los países más desarrollados han acumulado vacunas de sobra, mientras miles de millones de habitantes de países pobres no podrán ser inoculados este año. Y cuando la Organización Mundial de la Salud advierte que la inequidad de la vacuna puede provocar un “colosal fracaso moral”.
“Es comprensible que se quiera vacunar al personal de salud y a los ancianos, pero no es correcto vacunar a adultos sanos o a jóvenes en países ricos antes de hacerlo con el personal sanitario y los mayores de países de bajos ingresos”, dijo la semana pasada el eritreo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS, durante su presentación en el panel titulado “Equidad vacunal y construcción de resiliencias: dos pruebas para la solidaridad global”.
Y es que según un extenso estudio de la Universidad de Duke de Estados Unidos, la forma en la que se distribuyen las vacunas es un peligro para la salud pública tan grave como el propio coronavirus. El proyecto Launch and Scale Speedometer analiza datos globales sobre vacunas contra la pandemia y se convirtió en referencia para políticos, académicos y sanitaristas.
Duke demostró que sobre 8.250 millones de de vacunas confirmadas, los países de ingreso más alto obtuvieron el 56%; los países de ingreso mediano/alto el 16%; los países de ingreso mediano/bajo el 8%; y los países de ingreso bajo el 9%; mientas que el Covax de la OMS se quedó con un 11% para distribuir entre varias decenas de los países más pobres del planeta.
Covax tuvo un comienzo lento. Por caso, las primeras dosis contra el Covid fueron aplicadas recién esta semana en muchos países de Africa, Asia, Europa del Este y América Latina gracias al aporte de la OMS.
En cambio, hay estados que han adquirido vacunas en exceso. La Alianza para la Vacuna del Pueblo, que reúne a Amnistía Internacional, Oxfam y otras organizaciones defensoras de los derechos humanos, los estados más industrializados pueden vacunar tres veces a su población. Según la Universidad de Duke, los países con más sobrante de vacunas en relación a sus habitantes son Canadá (505%), la Unión Europea (227%), Japón (124%), Reino Unido (364%) y Estados Unidos (200%).
En cambio, casi un cuarto de la población mundial vive en lugares que aún no iniciaron un plan de vacunación. La OMS estima que cerca del 90% de las habitantes en casi 70 países de bajos ingresos tienen pocas posibilidades de ser inoculados este año.
Quizá los líderes de los países más industrializados piensen que no es su problema. Quizá entiendan que su responsabilidad es proteger a sus compatriotas del virus. Pero lo cierto es que la inequidad en la distribución de la vacuna impedirá derrotar al Covid, a la vez que aumentará los niveles de pobreza y hambruna mundial, provocará nuevas oleadas de migración masiva y creará condiciones para el aumento de nuevos conflictos geopolíticos.
Siguiendo a Kant, habría que preguntarle a esos líderes si cuando piensen en su legado contra el Covid podrán ser dignos de felicidad.