Perfil (Domingo)

- GONZALO SANTOS

¿Qué pasaría si alguien que juega a los 70 de pronto se toma el juego en serio y desata un desastre?” Jorge Fernández Díaz, con quien hablamos, dice que esa fue la pregunta que motivó la escritura de su nueva novela, La traición (Planeta), donde aparece nuevamente el personaje de Remil: un agente de inteligenc­ia que opera en los negocios turbios de la política y que, en este caso, debe investigar a un sindicalis­ta y ex guerriller­o que planea levantarse en armas contra un gobierno, el de Macri –el autor no lo dice, pero se infiere–, que considera dictatoria­l. En la trama se advierte una buena parte de todo ese

detrito político al que asistimos en los últimos años: carpetazos, noticias mediáticas utilizadas para difamar, guerras entre espías, espionaje ilegal. La intriga llega incluso hasta el Vaticano, donde se muestra a un Papa menos preocupado por cuestiones religiosas que por la política doméstica argentina. La narración tiene por cierto un componente ideológico muy ostensible: el punto de vista de Montoneros, o del progresism­o, aparece casi ridiculiza­do y la visión de los personajes es muy similar a la que manifiesta el autor desde el periodismo. Se trata, en este sentido, de un thriller político entre cuyos objetivos uno reconoce el de persuadir al lector de ciertas ideas e intervenir en la coyuntura política del presente. Desde esta perspectiv­a:

—¿Se te podría pensar como “escritor comprometi­do”, esa categoría que uno generalmen­te asocia a escritores de izquierda?

—Sí, yo me siento un escritor absolutame­nte comprometi­do con la política, y eso se mezcla también con mi oficio de articulist­a o polemista político. Soy un escritor político. Que es algo que yo no busqué: fue accidental, como muchas otras cosas que me ocurrieron. Lo que sí se fue armando de manera deliberada fue esto de crear un personaje de serie, de thriller, que fuera creíble. Vos sabés que, como dijera Borges, el gran problema de la novela negra en Argentina es que el lector no confía en la policía, y Remil es una respuesta a eso, en el sentido de que Remil es un criminal de Estado. No es un abnegado comisario, ni nada. Además no son novelas de buenos contra malos sino de malos contra peores.

—Y como criminal de Estado es un personaje verosímil...

—Sí, claro... Además yo que

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