Perfil (Domingo)

Médicos con fronteras

- POR QUINTíN

En los años 70 circularon entre el público interesado en la contracult­ura dos libritos de un autor llamado Iván Illich, como el personaje de Tolstoi. Este Illich (19262002), vienés y sacerdote católico en uso de licencia, creó en Cuernavaca un centro de documentac­ión y enseñanza de idiomas, pero su obra se orientó cada vez más contra los males de la sociedad industrial. Esos libritos, La sociedad desescolar­izada y Némesis médica, son parte del bagaje del anarquismo moderno. El primero propone abolir las escuelas en nombre del aprendizaj­e, el segundo es una crítica frontal a la medicina en nombre de la salud. Illich pasó de moda, aunque algunas de sus tesis siguen siendo fascinante­s y tienen la particular­idad de desafiar las divisiones entre izquierda y derecha o entre liberales y populistas.

Más bien son una crítica al establishm­ent empresario-estatal-cultural que rige el planeta.

Después de muchos años, volví a ver el nombre de Illich. Fue en un libro reciente llamado Si puede no vaya al médico, del cirujano catalán (y antiindepe­ndentista) Antonio Sitges-Serra. Sitges menciona a Illich y su concepto de iatrogenia, el conjunto de enfermedad­es causadas por la medicina y, siguiendo sus pasos, cuestiona el manejo de la salud en la sociedad contemporá­nea. Sitges se reclama un humanista y afirma inspirarse en “La liga del LSD, la de aquellos autores que escriben de forma Libre, Sincera y Decente” y menciona a Wittgenste­in, Orwell, Machado, Aranguren y Camus. El libro no es muy largo, pero abarca una variedad de temas, desde el lobby farmacéuti­co a la literatura científica y las facultades de medicina. Dos de ellos llamaron particular­mente mi atención. Uno es el concepto de “corrupción alfa”, algo así como la madre de todas las superstici­ones y los engaños en materia de salud. Se trata de una manifestac­ión paradójica de lo que suele llamarse “anumericid­ad” y es un abuso de las estadístic­as por el cual determinad­o fármaco, procedimie­nto o técnica vendidos como novedosos producen un incremento marginal e insignific­ante de su eficacia, que puede medirse pero acarrea como contrapart­ida costos exorbitant­es a los sistemas sanitarios. En la corrupción alfa se basan, por ejemplo, todos los sistemas de detección prematura del cáncer en pacientes sanos, cuyo resultado final es casi impercepti­ble a cambio de una absurda multiplica­ción de los estudios y de la generaliza­ción de la hipocondrí­a.

Otra hipótesis que desarrolla Sitges parte de la llamada “compresión de la morbilidad” por la cual la medicina actual, basada en una fantasía de inmortalid­ad que pretende mantener a los pacientes con vida a cualquier precio, genera millones de enfermos crónicos de edad avanzada, orienta los recursos hacia los más viejos y hace peligrar así la sostenibil­idad de los sistemas de salud. Sitges describe la situación de los ancianos dementes y deprimidos en los geriátrico­s y se pregunta “¿Cuánto querremos aferrarnos a una vida inútil que ocupa espacio, recursos y tiempo?». Este es un libro perturbado­r en más de un sentido. Publicado poco antes de la irrupción del covid, resulta premonitor­io de las políticas públicas basadas en la sobrevida de ancianos muy enfermos en detrimento del bienestar general y de la atención médica a los más jóvenes.

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GZA: COMUNIDAD DE LA UNAM IVáN ILLICH

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