Una comedia de una genia que pierde fuerza en lo que grita
MOXIE
Dirección: Amy Poehler Guión: Tamara Chestna y Dylan Meyer basados en la novela de Jennifer Mathieu. Intérpretes: Hadley Robinson, Lauren Tsai, Alycia Pascual-Pena, Amy Poehler, Patrick Schwarzenegger y Anjelica Washingon. Origen: Estados Unidos (2021) Duración: 111’ Disponible en Netflix
Las grandes esperanzas de Moxie estaban en la figura de su directora, Amy Poehler. Para quienes no se olvidaron ya de los pasados Golden Globe (¿cómo lo hicieron?), Amy Poehler es parte de la realeza de la comedia actual, además de ser asociada de vez en cuando a su media naranja creativa Tina Fey. Poehler se ha convertido en directora y también en productora, generando films (Wine Country) o series (Duncanville), y su carisma y filosa maravilla a la hora de la comedia hace que cada una de sus creaciones potencialmente pueda capturar muchas de las cosas que genera como actriz y escritora.
No es el caso de Moxie, aunque si somos sinceros, tampoco no lo es. Moxie narra el florecer de una chica, Vivian, hacia el universo del feminismo, siendo ella una adolescente que hasta hace poco dejaba pasar la brutalidad de hombres que la rodeaban. Su despertar viene acompañado de una inyección de años 90, ilustrados desde su generación de un fanzine secreto (que le da nombre al film, y que produce un club en la ficción de la película) y una banda de sonido girlpower. Poehler interpreta a la madre de Vivian, y si bien cada una de sus apariciones son, como casi siempre, un milagro (entendiendo que no, y que sí, funcionan para alterar roles ya agotados como “la madre de la adolescente en ebullición”), la película termina usando ideas poderosas como tracción para ninguna otra cosa que un drama adolescente. Nada de malo en eso, pero lo que el film cree que es troyano, esa fórmula entre romance, amigas y política, termina siendo más bien manso, y hasta caricaturesco en los peores lugares. Hay caricaturas del cine de secundario que resisten varios juegos cuando alteradas, pero hay otros instantes de Moxie, que más allá de la conciencia social, sin querer banalizan eso mismo que denuncian.
La clave quizás sea cómo determinadas potencias de Moxie apuntan más a mostrar que tiene ideas sobre el mundo que dejar en claro que tiene ideas sobre el cine, y que ambas cosas pueden ir de la mano perfectamente. Que su protagonista sea adolescente no implica que la película tenga que serlo, y ahí quizás está su mayor pecado. Si a las ideas se sumarán formas igual de modernas de pensar el cine de secundario, el resultado hubiera sido otro. Lo sorprendente es que varios rincones de la comedia de Poehler poseen esa capacidad de alquimia. No sucede de tal forma en esta película.
JUAN CARLOS FONTANA